Cuando Brígida tenía 8 años descubrió su propia pasión. Algunos lo llaman vocación, otros un don, ella una bendición. Observaba a su padre trabajar en un oficio heredado de su abuelo, a esa edad, mientras otras niñas jugaban en los campos de Cerritos. Ella tomó la decisión de dedicarse a una labor que era arriesgada para los hombres e inconcebible para las mujeres: la pirotecnia.
“Me pasaba el tiempo observando cómo mi papá hacía los cuetes y después los castillos. Somos 8 hermanos y recuerdo que nos peleábamos entre nosotros para ayudarle a mi padre. Ahora yo pienso: ¿Cómo es posible que mi papá me dejaba? Sin embargo, a los 12 años ya agarraba los materiales más peligrosos, hacía los colores y las bombas. Antes ocupábamos puro clorato y nitratos, ahora los magnesios, antes hasta molíamos la pólvora a mano.
“Yo no supe qué fue la juventud, es decir, convivir con otras personas de mi edad. Para mí la vida estaba en el taller, era muy divertido trabajar. Cuando cumplí 18 años, mi papá falleció y tuvimos que tomar la decisión de continuar con la pirotecnia o abandonarla. Finalmente, hice lo que él hubiera querido: seguir”.
Después de una infancia y juventud entre cuetones, castillos, bombas, cuetes de luz y voladoras, los prejuicios de su localidad la incitaron a casarse a la edad de 30 años para convertirse en madre de 2 mujeres y un hombre. “Mi sueño siempre fue concursar en Santiago de Anaya porque sé hacer todo lo de la pirotecnia, pero me convertí en madre a los 33 años y las cosas cambiaron”.
Hace 10 años, la vida de Brígida cambió con una enfermedad que ella entendió como una prueba de Dios, una batalla en la que perdió su seno izquierdo, pero jamás la fe.
“Años antes de que mis hijos nacieran, muchas veces estuve a punto de explotar el material, tuve que actuar rápido y gracias a Dios nunca me pasó nada, por eso le dije que le daría algo a cambio por cuidarme, y entendí que eso fue cuando me detectaron dos tumores en el pecho y me dijeron los médicos que era cáncer de mama”.
A través de estos 10 años de lucha contra el padecimiento, ha recibido el reconocimiento de los médicos por la fortaleza con la que lo enfrenta, con la que habla de su enfermedad como parte de ella, pero es algo invisible para el gobierno porque cubre sus gastos sin ningún tipo de apoyo.
“Las quimioterapias son de lo peor, me ponen muy mal tres días y así estoy a veces en el taller, desde el amanecer hasta el anochecer, aunque los médicos me prohibieron trabajar en eso, pero es mi único ingreso y de aquí sale para los gastos de mis hijos y para el tratamiento del cáncer, aunque la situación es cada vez peor”.
Brígida dice que es el trabajo de su vida, que lo volvería a elegir las veces que sean necesarias.
«Siempre le digo a Dios: si tú decides que vuele en mil pedazos, aquí estoy. Este oficio no puedes ejercerlo enojada o con problemas en la mente, debe hacerse con amor para que la pólvora sea buena contigo.
“Quiero decirle a las personas que no pierdan la fe nunca, la vida es como el clima, a veces llueve, a veces sale el sol, pero lo importante es vivir con gratitud. Mi trabajo es brindar alegría a la gente, por eso ante los problemas, nos levantamos y seguimos”.
Brígida es inspiración, es fortaleza, es lucha, es una mujer guerrera, como todas nosotras, las nadie, las hijas de nadie, las dueñas de nada, escribiría un tal Eduardo Galeano.