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domingo, marzo 16, 2025

Cuando el MAL PERIODISMO golpea

Es el mejor oficio del mundo, pensaba Gabriel García Márquez. Sí, pero también puede ser ocupado como un arma de guerra. Y en política, que es otro flanco de la guerra misma, es un arma de doble filo que tanto devela los secretos de la corrupción, como golpea por lo bajo a inocentes. Por eso el periodismo es un oficio inacabado.

Por un siglo se pensó que sí, que no había nada más que inventar en las redacciones. Pero, con el meteórico avance de internet y de la inteligencia artificial, caemos en cuenta de que la práctica de la prensa requiere constante saneamiento y estudio. Porque entendemos sus riesgos. La romántica visión del Nóbel de literatura es también una herramienta poderosa que con frecuencia cae en manos equivocadas.

Mi primer jefe de información me sentenciaba: «No existe el mal periodismo; hay malos periodistas». Y los malos periodistas son como los malos médicos que en sus manos llevan la sangre de inocentes. Reputaciones manchadas, víctimas revictimizadas, procesos entorpecidos, estigmas virales, construcción de prejuicios, linchamientos a código abierto todo, bajo una táctica premeditada: desinformación, cuyo significado es muy cercano a la mentira. ¿Y qué es un periodista que miente? Un médico que mata.

En dado caso estaríamos ante un perverso que miente sin culpa, o un esquizoide que miente porque está convencido de que la realidad (su realidad) es así. Siendo esto, no es posible abordarlo mediante la deontología periodística sino que ya es materia del manual DSM-5. A partir de entonces, no tiene sentido seguir este texto. Pero si no es así; y si se tratara de un acto puramente neurótico de corrupción ética o de franca mediocridad, entonces, en efecto, esto es problema del periodismo y de quienes lo practicamos, dilucidar: ¿Por qué los malos periodistas insisten en usufructuar este oficio?

Creo que es por dos asuntos. El primero, porque hay periodistas que se sujetan a los planes de las personalidades políticas y económicas, a algunas de éstas o a ambas. Por tanto, sus intereses guían el oficio hacia la conspiración. Los enemigos de sus líderes o patrones, son sus enemigos también. De tal modo, el periodismo (que deja de serlo) o, más bien, las técnicas periodísticas como la nota informativa o el artículo de opinión, se convierten en instrumento político para la guerra. Quien utiliza el periodismo para esto y se autonombre periodista, no informa sino que «transmite una agenda», de acuerdo con Chomsky. Entonces, si se dice: «tal diputada se burló» y no es verdad, más que cuestionar a quien así lo desinformó, ha de escudriñarse la mano aparente detrás de la consigna. Aquí, la verdad es sustituida por una trama.

El segundo, me parece, no es un caso tanto de usurpación sino que tiene que ver con una franca mediocridad. Las causas de esto son demasiadas y no caben aquí; pero rescato una: la triste carencia de profesionalismo y profesionalización de quienes nos dedicamos a esto.

Puede ser por la falta de escuelas; el terrible ejemplo de quienes les enseñan; el desprestigio popular del oficio; los salarios de hambre y el casi nulo acceso a contratos y prestaciones laborales; la pauperización de las condiciones de trabajo; la coacción de la libertad de prensa por parte del poder que, por si fuera poco, no disimula que nos desprecia; la infravaloración de las oficinas de prensa; la mala praxis de quienes ocupan puestos de liderazgo; el naufragio intelectual de quienes pretenden hacer estudios sobre comunicación; el inmenso arrastre de la creación de «contenido» como supuesta producción noticiosa; o de plano la falta de talento que, en todo caso, es consecuencia de la mitigación profesional que, a su vez, también ocurre porque las redacciones prácticamente ya no existen. Caray…

Y al tener, el periodismo, una vocación social, las consecuencias de su mala práctica estallan en la sociedad misma. Una difamación, una descontextualización o un error de oficio en detrimento de personas honestas, a menudo destruyen procesos delicados y decisiones importantes que, el mal periodista, ignora o desestima. Al publicar su trabajo, visita el bar, vuelve a casa, cobra su factura y espera la próxima encomienda. En tanto, los efectos de su terrible actuar permanecen derramándose bajo la mesa.

¿La solución? Creo que bien podría aplicarse un imperativo propuesto por Miguel Ángel Granados Chapa, un García Márquez hidalguense: «Nunca escriba o diga algo de una persona que no se le pueda decir a la cara». Si así fuera, pasaría que, si lo que dice el periodista es verdad, malo para el acusado; pero si es falso, malo para el periodista. En cualquier caso, la verdad saldría ganando. ¿Y no es ese el propósito del buen periodismo como de quienes lo reclaman?

Luis Alberto Rodriguez Angeles
Luis Alberto Rodriguez Angeleshttp://viejopunk.com/
Periodista y escritor. Premio Nacional de Periodismo en derechos humanos "Gilberto Rincón Gallardo" 2009. Doctor en Investigación y Creación Literaria por Casa Lamm.

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