Tenía razón Andrés Manuel López Obrador cuando nos advirtió que él era «fresa» en comparación con Claudia Sheinbaum. Lo que nos quiso decir el presidente es que, su sucesora, llegaba al Gobierno con ideas más profundas sobre la gobernanza y el ejercicio político. Y eso se ha notado, por decir algo, en el estilo frontal y sarcástico que tiene la mandataria para lidiar con la oposición. Así, al día siguiente de la histórica elección judicial, la presidenta no se guardó nada para burlarse del PRIAN por haber sacado menos de la mitad de los votos en comparación con la gente que participó ese domingo: «Con razón están un poquito preocupados», dijo.
También tenía razón Claudia cuando avisó que su administración sería la edificación del «segundo piso de la transformación». Es decir, que se construiría un piso más sobre lo hecho por López Obrador en materia de infraestructura, programas sociales, sí; pero, sobre todo: la profundización del cambio de régimen político.
Esto es: eliminar la estructura neoliberal y corrupta que tejieron los gobiernos del PRIAN, desde 1940 hasta el 2018. De la misma manera, construir algo nuevo, una forma distinta de hacer política sobre dos principios muy claros: «no mentir, no robar y no traicionar al pueblo», «por el bien de todos, primero los pobres» y «austeridad republicana».
Claro que esta no es letra consumada entre la mayoría de los gobernadores y gobernadora de la Cuarta Transformación. Ni entre legisladorxs. Mucho menos entre quienes presiden algún municipio habiendo llegado al cargo por Morena, a causa de sus notables ligas con el conservadurismo; los negocios con proveedurías al amparo del poder por parte de sus familiares; el nepotismo donde, entre integrantes con el mismo apellido se reparten los cargos; o de plano sus relaciones con grupos criminales, como es el caso de Adán Augusto López Hernández y La barredora. (Y si, aunque sea repetitivo, no hay que dejar de mencionarlo). De modo que los ideales de la 4T, por ahora, solo están encarnados en Claudia Sheinbaum, sucesora radical de López Obrador.
Con eso al hombro, Sheinbaum se apunta logros notables al cabo de su primer año de gobierno. Entre estos se destacan: la consolidación de la reforma judicial y el impulso de la próxima reforma política que acabará con las diputaciones plurinominales, impedirá la reelección y reducirá el gasto a los partidos; el renacimiento de las red ferroviaria nacional; las reformas para la soberanía de PEMEX y la CFE; las reformas para la protección de las niñas y mujeres como los centros LIBRE; pensión universal a mujeres mayores de sesenta años; beca universal a estudiantes de secundaria; presupuesto directo a 80 por ciento de las familias a través de los programas del bienestar; el rescate paulatino del IMSS, ISSSTE e IMSS-Bienestar, además del amplio programa de Salud casa por casa y las Rutas de la salud...
Y todo, teniendo como vecino al criminal de Donald Trump, sobre quien la presidenta mantiene un dominio de ajedrez, que causa la envidia del mundo. En su relación con Washington, Sheinbaum ha sostenido el barco económico a flote, y no sólo eso: ha mantenido a los aranceles a raya, sin la necesidad de insultar a su naranjoso colega del norte, como sí lo han hecho otros presidentes latinoamericanos.
Parece mucho pasa un año, aunque en realidad es poco lo que aquí se enlista. En ese sentido, lo más destacado de su primer año como presidenta es eso: lo que una mujer al mando, una mujer de izquierda, ha logrado en muy poco tiempo. De manera que el año uno de la primera mandataria en la historia del país ha superado con creces las expectativas de quienes sí confiamos en ella desde el proceso interno de Morena, y le ha callado la boca a los machines que veían en ella poco más que «una ama de casa» en Palacio Nacional.
Se cierra un año pero, al mismo tiempo, se inaugura el siguiente. ¿Mi augurio? Para 2026, Claudia seguirá avanzando en sus propósitos y, creo, que serán doce meses de pesadilla para la derecha. De hecho, con la reforma política que viene, la presidenta pondrá en manos del PRIAN la pala con la cual les hará cavar su propia tumba. Será, pues, un gran segundo periodo.