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jueves, agosto 21, 2025

El Estado presente

Mi vecina casi tiene ochenta años y es maestra jubilada. Ayer por la tarde recibió la primera visita del médico que la va a atender, gracias al programa Salud casa por casa. Se trata de un plan lanzado por la presidenta Claudia Sheinbaum para llevar atención médica a todas las personas adultas mayores en sus propios hogares. El joven doctor le tomó la presión, oxigenación, peso, revisión ocular, auditiva, memoria, en fin. La entrevistó sobre sus malestares, sus cirugías y los medicamentos que toma. Le abrió su expediente. La vio bien y le anunció que en breve volvería a visitarla para continuar con su monitoreo. Es la primera vez que ella recibe un servicio sanitario gratuito y público a la puerta de su vivienda. Se quedó feliz. Ah, por supuesto, también recibe su pensión del Bienestar.

Ella tiene un nieto va en la preparatoria pública. Cada dos meses, él recibe su beca a la cual tiene derecho por ser estudiante de educación media superior. Con ese dinero ha podido comprarse la ropa y asistir a los conciertos que no hubiera podido ir antes, a menos que alguien lo invitara. Hace no mucho, la Secretaría de Educación Pública le entregó una tableta con la cual realiza dibujos digitales que comparte con sus amigos. También mira redes sociales y escribe algunos poemas. Claro, también hace sus tareas.

A finales del año pasado, abuela y nieto se fueron de viaje a Tulum. Consiguieron un paquete en el Tren Maya con un vuelo en Mexicana, aerolínea rescatada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, el cual salió del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y aterrizó en el Aeropuerto Internacional Felipe Carrillo Puerto, ambos, construidos en el sexenio de AMLO. Ya en la Riviera, se hospedaron en un hotel de la Sedena que les dio acceso total al parque nacional El Jaguar y a la playa cristalina, a la cual, antes, sólo tenían acceso extranjeros o gente con mucho dinero. Por supuesto, no se quedaron con las ganas se recorrer el Tren Maya, en un viaje de seis horas hasta Mérida. Mi vecina comentó que era aún niña cuando se subió por última vez a un vagón. Luego, los gobiernos neoliberales los desaparecieron.

La abuela le abrió a su nieto una cuenta de ahorro en el Banco del Bienestar. La podrá usar cuando cumpla los dieciocho. Él dice que quiere irse a estudiar a la Universidad Nacional Rosario Castellanos, en una de esas licenciaturas que sólo se ofertan en las escuelas privadas. Y que, chance, un plantel de la UNRC se abra cerca de su ciudad y entonces podrá asistir ahí. De lo contrario, podrá viajar a la Ciudad de México en el tren México-Pachuca que el gobierno de Sheinbaum esta construyendo y que tendrá listo a principios del 2027. Es un buen plan para él.

Nada de lo anterior lo pudieron haber vivido en el México previo al año 2018. Desde la apertura a la tecnocracia, los Gobiernos del PRIAN se sometieron a los dictados de Washington y de la Fondo Monetario Internacional, los cuales demandaban el adelgazamiento del Estado y la desregulación de los mercados para continuar hacia un modelo de «capitalismo de dejar pasar, dejar hacer»; o sea, todo privado, nada social; todo por privilegios, nada por derecho, mucho menos si es pagado por el Gobierno. Sexenios que se compraron la idea de «no le des pescado, enséñale a pescar» a un pueblo que no tenía cañas y que moría de hambre.

Pero eso cambió con los gobiernos de López Obrador, primero, y de Claudia Sheinbaum, actualmente. Con ellos, el Estado retomó su vocación social y de contención del capitalismo. Pasamos de un Estado neoliberal, a un Estado de bienestar, de acuerdo a los manuales de Keynes, donde el pueblo tiene acceso a los derechos que aparecen luego de una fuerte inversión del gasto público en áreas como la salud, la educación y el transporte. Pero la Cuarta Transformación le puso un extra: programas sociales; o sea, erario convertido en becas, pensiones y apoyos dirigidos a los sectores más empobrecidos de la sociedad; a esos a quienes nunca llegó nada, ni siquiera esos supuestos logros conquistados por el nacionalismo revolucionario.

Es el Estado presente. Es decir, sentir que hay un Estado que se preocupa por ti, que te protege y atiende tus necesidades sociales básicas. Que levanta infraestructura para el goce de todas las personas. Que su presencia se halla en la vida cotidiana, porque ha construido una serie de derechos y de políticas que, explícitamente, pueden tocarse y comprobarse a través de un salón de clases, un medicamento gratuito o dinero en la cuenta del banco. Un Estado que tiende a dejar de ser un abstracto al interior de grandes edificios, flanqueados por muros de corrupción, violencia y represión. Un Estado ganado por el pueblo y para el pueblo.

Luis Rodríguez Ángeles
Luis Rodríguez Ángeleshttp://luisalberto.mx/
Periodista y escritor. Premio Nacional de Periodismo en derechos humanos "Gilberto Rincón Gallardo" 2009. Doctor en Investigación y Creación Literaria por Casa Lamm.

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