Nos acostumbramos a tener problemas en la izquierda cada vez que teníamos procesos internos. Y ahora no es la excepción, cuando Morena busca elegir a todos sus comités seccionales para cada uno a de las 1 mil 857 secciones electorales que tiene el estado de Hidalgo. Esto es, 1 mil 857 procesos internos. Cualquiera puede imaginarse el tamaño del caos.
O sea que de ninguna manera está siendo un proceso pulcro. Porque, amen de la naturaleza crítica e inconforme de la izquierda, se debe considerar la intromisión de intereses de cúpulas, grupos de poder y de políticos encumbrados, que pretenden ganar la mayoría de los comités que sean posibles, para su beneficio político. Eso lo convierte en un proceso aún más complejo.
De tal modo, surgen las protestas sobre el desaseo y los intentos de corromper las elecciones. Y seguirán ocurriendo, porque otra característica de la política a ras de piso (esta sí, no es exclusiva de la izquierda electoral) es que se acortan las distancias entre la militancia y sus dirigentes; luego entonces, los reclamos y las exigencias se escuchan sin mediaciones y cualquiera puede sentir en carne viva la dureza de la lucha política, ahí donde realmente se construyen los partidos: en la base.
Entonces, no es un proceso apto para pieles que se enrojecen con el sol. Desde el día uno, se cuentan las anécdotas de quienes, creyendo que por ocupar un cargo o haberlo ocupado, podían ganar su propio comité seccional, y terminaron perdiéndolo.
Y también se cuentan cómo, los que creían tenerlo todo planchado, salen trasquilados por una militancia que no se deja manipular. Bien lo decía Andrés Manuel: «hay más conciencia política que nunca». Y este partido, a pesar de todo, tiene su impronta. Quien lo dude, que vaya a su comité seccional, y lo intente.