Habría un presidente municipal del PRI que, cada que podía, se escapaba de viaje a Singapur. Aunque fuera semana laboral. Al senador Gerardo Fernández Noroña le gusta comprar boletos de primera clase a París. Y eso que se dice de izquierda. De quienes andan en el PAN, no sorprende que se paguen con el erario viajes a Las Vegas. Eso son. Así son. Corruptos e hipócritas. Tal cual los acusó el secretario de organización de Morena, Andrés «Andy» López Beltrán, a quien, no obstante, lo cacharon viajando placenteramente por Japón, pagando casi diez mil pesos por noche de hospedaje, según él mismo confesó. Y tienen derecho a viajar, faltaba más. Pero, ¿dónde está el límite entre lo ético y lo cínico?
Pero más que nada la pregunta es para quienes, como López Beltrán o Fernández Noroña, se dicen muy de izquierda. ¿A dónde deben viajar las y los chairos? ¿Es que, en lugar de a Tokio, es su deber moral comprar su excursión del ISSSTE a un hotel de la Sedena en Tulum, con todo y vuelo en Mexicana desde el AIFA, de modo que apoyen a la 4T mientras vacacionan? ¿Es a fuerza? Y siendo así, ¿entonces está vetado para ellos y ellas probar el vino y el queso en Alsacia, un día cualquiera de julio?
La respuesta a todos esos dilemas, no es un asunto de metafísica. Es muy clara y sencilla: no, no deben. No deben ir a París, ni a Japón, ni hospedarse en el Camino Real de Polanco. Ni ellos, ni sus familias. No porque no sea su derecho. Menos por un asunto de clasismo, como lo quiso excusar López Beltrán. Cualquiera puede hacerlo, incluso ellos y ellas. Mas no mientras ejercen un cargo público, dentro de un movimiento que tiene como principio la austeridad. Y otro valor más que, en estos días, ha agregado la presidenta Claudia Sheinbaum: «el poder se ejerce con humildad».
Como muchos dilemas humanos, existe una guía filosófica para que, hasta quienes sienten más extravío ante este tipo de coyunturas, encuentren una solución.
Miremos a Aristóteles. En su obra La Política, el filósofo planteaba que la virtud se encuentra en la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Parafraseándolo, antes de tomar un vuelo a Miami, aquel político de Morena debe cuestionarse: ¿Lo que voy a hacer es (política e ideológicamente) razonable? Y, sobre todo: ¿Lo que voy a hacer aporta al bien común? Si la respuesta es «No», entonces, no vacaciones en Barcelona. En México hay un montón de lugares para pasear, si es que tanta grilla te obliga a distraerte.
Y si a pesar de todo, tu respuesta es «Sí», entonces, más que Aristóteles, estarás haciendo como Maquiavelo, quien pensaba que el secreto de la congruencia es parecer virtuoso, pero no necesariamente serlo. En tal caso, el autonombrado morenista estaría faltando al segundo mandato impuesto por López Obrador: «no mentir» (y una larga lista de principios más que se presumen en los documentos de ese partido). Siendo así, ¿para qué se suscribe a un movimiento que tiene como ética evitar frívolas costumbres como las de Fernández Noroña, López Beltrán o Ricardo Monreal? Seguramente porque, más que la ideología, su propósito es el poder. Y no hay nada más peligroso que un político que presume ser lo que no es. Porque, para parecer, hay que ser. Es decir, para declararse austero, hay que vivir en la justa medianía. Pero eso no les gusta, ni porque AMLO lo repitió y lo repitió hasta el maldito cansancio.