Parafraseando a Maquiavelo, la ética no es un medio, sino un fin. Es decir, toda conducta ética ha de revisarse a partir de los objetivos que se persiguen para lo cual se realizan determinadas acciones. No obstante, en contradicción al filósofo italiano, el fin no justifica los medios, en tanto que no hay fin ético que justifique medios anti-éticos. ¿Donde está, pues, la justa medianía? Y más aún: ¿Es posible actuar éticamente en una tarea que obliga a actuar entre inconvenientes, como la política?
Es que, la ética es una idea. Una gran idea, de hecho. ¿Quién se opondría a que toda acción política siempre se adecue a principios éticos? Pero, la ética, en tanto que idea, entra en contradicción con la realidad material. Es decir, que aquello que se considera ético, al ponerse en práctica ante determinada coyuntura, siempre cede un pedazo de su composición con el propósito de cumplir un objetivo mayor; se entiende, un objetivo éticamente justificable.
Por ejemplo, la aprobación de la reforma judicial, para lo cual se requirió el voto del infame Miguel Ángel Yunes, para que el bloque oficialista obtuviera la mayoría de los votos.
En efecto, Morena y sus aliados, echaron mano de un político que merece todo el repudio del pueblo pero que, cuya moral endeble, precisamente en este caso, fue útil para cumplir un propósito histórico. Hoy disfrutamos de tales frutos. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha abierto sus puertas doradas de manos de un tribunal presidido por un indígena mixteco y compuesto por una mayoría de mujeres. Lo que ganaremos las personas, sobre todo las que van más atrasadas en el acceso a la justicia, es mucho, gracias a esto. Pero tal cosa hubiera sido imposible de no pasar la iniciativa que democratizó al poder judicial. O sea que, un fin absolutamente ético mayor, fue mediado por una acción anti-ética, clave sí, pero una nada más dentro de un proceso mucho más complejo que el voto de un panista horrendo.
La ética en el ejercicio político, según la filósofa Hannah Arendt, no implica nada más el seguimiento de un sistema de reglas. Sobre todo, implica «coraje cívico» para actuar cuando «no hay certezas» y asumir las consecuencias. De tal modo, la mejor manera de mantener una ética inalterada, es… hacer nada. Pero una idea no tiene fin ni sustento, si no se pone en práctica.