Uno de los males del sistema electoral mexicano es que permite a cualquiera con dinero e influencias, sin tener trabajo territorial o liderazgo político real, acceder a un cargo de elección. Basta con que el gobernante en turno lo ‘palomee’ para que obtenga la candidatura y llegue a la Cámara o a la Presidencia Municipal, mediante una campaña armada desde el poder. Son tigres de papel.
Y una de tantas vías para lograrlo es la vía plurinominal. Ese modelo electoral nacido por iniciativa de la oposición de izquierda para tener representación en la Cámara en tiempos del absolutismo priísta. Sin embargo, con el avance de los movimientos democráticos, esa alternativa se convirtió en un arma conveniente para dotar a privilegiados de un cargo de elección, ya por ser cuota de grupos facticos o como premio a incondicionales del mandamás. Una perversidad del sistema político mexicano que sigue entronando a quienes no ganarían ni la elección de la delegación vecinal.
En suma: esas son formas de perpetuar el poder de un grupúsculo y dar una apariencia de popularidad política. Infamias que, no obstante, se acabarán cuando se apruebe la reforma política de la presidenta Claudia Sheinbaum que propone, entre otras cosas, eliminar a los plurinominales y otros mecanismos, como acabar con el nepotismo electoral o la reducción sustancial del financiamiento a los partidos políticos. En cambio, quien quiera ser diputado, por ejemplo, no le bastará ser familiar o consentido del poderoso: ha de someterse a un proceso político para demostrar que puede ganar una elección y, entonces, competir.
Y en un sistema como el descrito que sigue permitiendo ‘palomear’ a quien no lo merece, esta reforma política deberá ser una oportunidad para que Morena limpie la casa de aquellos indeseables que solo se acercaron a ese partido, no porque compartan sus ideales, sino para gozar de la laxitud de sus procesos internos, obtener una candidatura y entonces alargar su pervivencia del poder. ¿Lo hará o seguirá llenando sus filas de oportunistas?