Cada noche de lunes a sábado mi celular suena después de las 11 de la noche:
—¿Hola, ya estás en casa?
La llamada mas conflictiva del día es esa… la de mi Madre.
No acostumbro dar reportes sobre qué hago con mi vida, por eso amo mi independencia.
Pero es ella, con su voz conteniendo apenas la preocupación mezclada con el enojo.
No puedo relacionar a mi madre con la canción sensibloide diezdemayera de Denisse de Kalaffe; ni con victimismos maternantes romantizados en una mercadotecnia patriarcal de emociones descafeinadas.
Si la señora Elvira Fentanes Cruz pudiera tener una canción, sería la baladita “Bubble gum” sesentera “Sugar Sugar” de The Archies, y eso porque me la cantaba en la infancia, sincronizándose con el disco de 45 RPM que me regaló:
“… Sugar, oh oh honey honey…”
Pero no era sólo melosidad.
Usualmente seguiría “In a Gadda da Vida” de Iron Butterfly, que tenía la ventaja de durar 17 minutos que me dejarían inmóvil frente al tocadiscos, mientras ella se podía concentrar en mis hermanas gemelas que eran bebés.
—Escucha a los dinosaurios—,
decía por el distorsionado solo de guitarra de Eric Brann (que sonaba como rugidos de leona).
Y yo la veía, sin saber que estaba ante una mariposa de hierro atrapada entre azúcar y miel.
***
— Soy yo, tu Mamá, contéstame–,
aparece en la pantalla del Whatsapp.
¿Contestarte? Tantos años sin marcarnos porque somos un par de necias con toda la testarudez Fentanes.
Tú te construiste como la cristiana que eres, y yo como la mujer incendiaria que soy.
¿Contestarte?
Si cuando te marqué orgullosa, cuando me retiraban los vendajes de la cirugía de vulvovaginoplastia te enojaste y me regañaste, cuando yo pensaba que compartirlas mi emoción de ser tu hija.
Si cuando te marqué orgullosa, cuando me retiraban los vendajes de la cirugía de vulvovaginoplastia, fui tan insensible que no me di cuenta que esa operación confirmó el inicio de tu luto por ese hijo que nunca tuviste, más allá de la farsa que ambas montamos, pero que solo una de las dos creyó.
Y notamos que había entre nosotras un muro de biblias como ladrillos y estrógeno artificial como cemento.
***
Y si, le contesté.
Lo hice en aquellos días en los que ella estuvo hospitalizada por una cirugía de cadera, cuando yo era una minúscula indocumentada aterrada, insultando con desesperación a los pretextos de sus cuatro cónsules de la normalidad, incapaces de acompañar a su Mamá en su momento más frágil.
Nos veíamos retadoras; tu desde tu cama y yo desde el pequeño sofá… y acabábamos riendo.
Te entendía. Fuimos ambas metáfora una de la otra. Tu acostada sin poderte mover por el implante metálico en tu cadera, como años antes yo inmóvil casi una semana para que no se desprendiera el implante de piel de mi muslo izquierdo, transplantado en el interior de mi vagina quirúrgica.
Y te enojabas cuando lo platicaba con las enfermeras que te iban a cuidar, pero no perdías detalle de las pláticas.
Esas noches en el hospital fueron la cirugía que arregló nuestra relación de madre e hija.
***
— Avísame… quiero saber qué estás bien.
Cada 9 de enero compro tu pastel de tres leches favorito y tú celebras conmigo mi cumpleaños quirúrgico.
Vemos películas en tu casa, mientras llamas nietas a Bufffy y a la Perrita Apocalipsis.
Cada domingo dejo de lado el mediodía en la lagunilla y las micheladas caguamas de Clamato viendo antigüedades o comprando discos de vinilo y voy por ti en la Citation de 1982 que te regalé, para pasar la tarde en el restaurante coreano en el que están tus camarones favoritos.
Y mientras les quitó las cáscaras me acuerdo cuando tú, rodeada de niñas llenas de arena y mar, nos preparadas cócteles de camarón en las vacaciones en Veracruz.
***
— Avísame… quiero saber qué estás bien.
— Si Mamá, estoy bien, no te contesté porque iba en el metro y no quería sacar el celular.
—Ya comieron las “cosillas”, mis nietas?
— Si Mamá.
— ¿Ya le diste su diálisis Sir Pussywillow?
— Ya Mamá.
— Hija, No se te olvide dar las Gracias a Jesús por todo lo bueno que te da.
— Si Mamá, lo estoy haciendo ahora.