A un año del triunfo electoral de AMLO y a poco más de seis meses del inicio de su gobierno, el ambiente tiene una extraña sensación; humo que marea y hace creer que su gestión no es tan exitosa como se esperaba. Pero tal efecto es construido, artificial. El gobierno de López Obrador ha sido exitoso; sí por sus números: el peso ha bajado, se detuvo la devaluación, ya no hay incrementos en los combustibles y las inversiones en los Estados aumentaron sobre los miles de millones de pesos con proyectos como el Tren Maya, el corredor Trans-Istmico o la refinería de Dos Bocas. Personalmente, más me agrada el estilo de gobernanza que se inauguró prácticamente desde aquel primero de julio de 2018. Austeridad. Soberanía. Gobierno popular. Más derechos. Pero, y si esto es cierto ¿por qué parece, tan sólo parece, que hay tantos inconformes aún entre quienes votaron por él? Amén qué tal discurso en nada se sustenta, puesto que el Presidente sigue gozando del más de setenta por ciento de aprobación, lo que ocurre es que hay quienes aún no entienden que éste ya no es un México de privilegios ni privilegiados. Va desapareciendo el país que concentraba la riqueza en una oligarquía y altas capas, y apenas goteaba algunos recursos del erario para los pobres, más del setenta millones de seres humanos en este territorio; donde el bienestar solo era para los burócratas, desamparado al grueso de la clase trabajadora. Así estábamos, hasta que llegó López Obrador y le dio la vuelta al reloj de arena. En efecto, ya no hay dinero para financiar los gustos de pequeños burgueses. Con las becas de arte ya no se compra cocaína, sino pan y pollo entre quienes nada tenían. Por supuesto que esto enfurece a quienes han creído pertenecer a una clase que, de hecho, les desprecia. Pero ese es su problema. En tanto más tarden en comprender que, o hacen nación o se quedan fuera; que por el bien de todos, primero los pobres, seguirán amaneciendo con amargura en el paladar. Eramos un México de individuos atontados por el cuento de las telenovelas. Abandonar el sueño y caer en la realidad, duele, claro que duele, y desata berrinches.