En la sesión del Congreso del Estado, se propuso inscribir con letras de oro en el muro de honor de la Sala del Pueblo, una referencia al personal sanitario y de salud que está luchando contra el COVID 19. Si bien no es una mala idea, la inscripción quedaría reservada para quienes acuden cotidianamente al recinto legislativo, arriesgando que, las razones por las cuales se pretende elevar este honor, queden vedadas a la gran mayoría de hidalguenses. Por eso, creo que se debería dar otro paso hacia adelante y construirles todo un monumento, una gran diseño simbólico, que bien podría estar en la glorieta frente al Hospital General, sobre avenida Madero.
Como en los tiempos posteriores a la primera guerra mundial, cuando Europa levantó mausoleos en honor a sus mártires de guerra, bien valdría una pieza de alto valor artístico que rinda homenaje a todas las médicas y médicos, enfermeras, enfermeros, personal de limpieza, laboratoristas, base trabajadora de hospitales y clínicas, administrativas, operativas y a quienes laboran en los servicios de emergencia. A las autoridades que demostraron su vocación de servicio y administraron los recursos para luchar contra la enfermedad. También, en honor a las familias que cuidaron de alguien y a las que perdieron a algún ser querido. En general, a toda la gente que, en esta crisis, está dando lo mucho o poco que tiene en favor de los demás.
Los monumentos tienen el propósito de hacer memoria histórica. Están ahí para que los pueblos recuerden lo que pasó, a quienes lo hicieron y cómo se transformó la sociedad gracias a la obra de la persona o de las personas a las que se rinde homenaje. Tienen valor cultural; es decir, hacen un aporte significativo a las costumbres, las tradiciones, la idiosincrasia y, en general, a todas las formas en las se construyen las relaciones entre quienes integramos una comunidad. Los monumentos son recortes de la historia. Detienen el tiempo y materializan una época trascendental.
Y creo que sería la ocasión de recordar que la salud pública y de calidad es un derecho humano ineludible. Que los gobiernos tienen la obligación de garantizarla bajo cualquier circunstancia. Que nunca más deben ser, los servicios de salud, materia para la corrupción política. Que la sociedad tiene el deber de cuidar su salud y valorar el trabajo de quienes, con profundo humanismo, se dedican a preservarla. Que no somos entidades aisladas, sino que dependemos de todos y de todas. En fin, un monumento para rendir homenaje a la fragilidad humana y a la inmensa tarea que implica protegerla.
Y propongo que se haga justo ahora y no cuando todo pase, para que sea una pieza tanto de honor como de motivación en esta lucha por nuestro derecho a vivir la vida con dignidad, un faro de esperanza.