El senador Marco Rubio fue nominado por Donald Trump para ser el próximo secretario de Estado. Nació en Miami, hijo de padres cubanos que salieron de la isla desde antes del triunfo de la Revolución; sin embargo, le gusta llamarse “exiliado”, habiendo llegado al mundo bajo la dictadura del aire acondicionado y las piñas coladas.
Pero está convencido de que él, en carne viva, huyó del socialismo cubano. Se le puede imaginar como un rambo caribeño, con su corbata roja atada en la frente, huyendo en una lancha dejando atrás el malecón de La Habana que se derrumba entre libros del Manifiesto Comunista, mientras Fidel Castro agita su brazo al aire, gritando desde un balcón del Hotel Nacional: “¡Rubiooooooooooo!”.
Las fantasías anti-comunistas de Rubio encontraron su epítome en 2017 cuando, siendo presidente de la comisión de relaciones exteriores del Senado, impulsó el cuento de los “ataques sónicos” contra diplomáticos estadounidenses en Cuba. El político nunca supo distinguir si se trató de un rayo infrasónico, un arma de Raúl Castro o, según sus palabras, microondas lanzadas por “Rusia y Vladimir Putin”. Es decir, pudo haber sido un reguetón de Yotuel, todo igual de horrible, pero el senador de Miami optó por acusar al comunismo caribeño.
Lo que sea. El asunto era acusar a Cuba de algo para tirar el acercamiento diplomático entre Estados Unidos y La Habana que surgió durante la administración de Barack Obama. Además, esto ayudó para que Donald Trump aprobara el endurecimiento del bloqueo económico y comercial en contra de la isla, aplicando la Ley Helms-Burton que permite a cualquier estadounidense que se sienta afectado por la Revolución cubana, bueno, demandar al Gobierno de la isla por supuestas afectaciones.
De tal modo, cualquier tratante de personas en la época de Batista pudo demandar al Gobierno cubano porque la Revolución confiscó los barcos que utilizaba para el turismo sexual. Y todo en nombre de la “libertad”. Algo que haría muy feliz a Tony Montana.
El problema es que el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos descubrió en 2024, para sorpresa de nadie, que el llamado “síndrome de La Habana” había sido una mentira y que el supuesto ataque sónico contra el cuerpo diplomático se trataba de… grillos. ¡Grillos! O sea que, de lo que los diplomáticos se quejaban era del ruido ensordecedor provocado por la “grillería” de Marco Rubio.
De modo que, una vez revelada la mentira, quedaron dos dudas en ambos lados de la Florida: Uno, ¿qué diablos es un “ataque sónico”? Y dos: ¿qué sabe Marco Rubio sobre Cuba? A propósito, dicen que lo único que conoció Marco Rubio sobre comunismo fue una vez en un restaurante de Miami donde lo obligaron a compartir el buffet.
Y de este tipo de fantasías dramáticas al estilo Telemundo, no puedo esperar menos de Rubio como el próximo encargado de la política internacional de Estados Unidos. Hay más antecedentes. Por ejemplo, baste recordar que fue a él a quien se le ocurrió crear a Juan Guaidó.
Por si alguien no se acuerda, Guaidó fue el llamado “presidente interino” de Venezuela entre los años 2019 y 2023, luego de que la Casa Blanca acusara por enésima vez a Nicolás Maduro Moros de tener un “gobierno de facto”. Entonces ungieron a aquel personaje quien, un día era diputado por el estado de Vargas y, al otro, estaba parado junto Donald Trump en la Casa Blanca. Toda una ilusión de telenovela para el pequeño Juan que de repente ya no estaba más en el trópico de La Guaira.
Washington tanto creía que Guaidó era el presidente de Venezuela que no dudó en mandarle una silla de oficina y un teléfono rojo para atender llamadas directas de la oficina oval. Todo bien, hasta que Donald Trump necesitó crudo venezolano para ayudar a la compañía Chevron. Y entonces, fue Maduro quien recibió la llamada. El “presidente” Guaidó sólo se enteró de esto cuando vio que el “dictador” estaba “en línea” en Whatsapp.
Y ahora que lo pienso: ¿Dónde estará Juan Guaidó? Dicen que lo vieron en un Starbucks de Mar-A-Lago intentando convencer a la barista de escribir “Sr. presidente” en su vaso de capuchino. Al parecer, no lo recuerdan. Como Marco Rubio, que luego de aquello no volvió a pensar en Guaidó a pesar de que su muchacho lo felicitó en redes sociales por haber sido nominado como secretario de Estado y ser aliado de la “causa venezolana”. En respuesta, el senador por Miami dijo: ¿Guaidó? ¿El salsero? No lo conozco, pero ¡me encanta Oscar D’Leon!
O qué tal cuando en el 2016, Marco Rubio quiso cortar el DACA, programa que beneficia a quienes llegaron con su familia migrante a Estados Unidos en una edad temprana. La carga del senador de la Florida contra los “Dreamers” incluso causó la protesta de algunos de sus partidarios en Miami. Qué tan errado debes estar como para que uno de los más rancios periodistas conservadores de la televisión latina como José Díaz-Balart te lo reclame en público.
Pero el problema no fue que, Rubio, siendo básicamente un dreamer, quisiera cortar la política que beneficia a otras personas con un origen similar al suyo; la verdadera contradicción es que el senador dijo que los migrantes no deben “depender del gobierno”. Es decir, el tipo vive del dinero público desde el año 2000. ¡Y es hijo de migrantes! Si hoy él fuera un niño, con lo único que estaría soñando es con una visa, pero de regreso a Cuba.
Aun así, como secretario de Estado, Marco Rubio cargará contra la isla, contra Venezuela, contra China y contra todo aquello que se imagine él que apeste a marxismo. Por cierto, hace poco el senador de la Florida subió una propuesta para sancionar a China diciendo que expondría la “maligna influencia” del comunismo chino. Eso fue en junio y no pasó nada. Pero desde Pekín le mandaron decir: Amigo, si tienes problemas con tu cuenta de Ali Express, escríbenos.
Rubio es un tipo entrampado en la política de guerra fría. Una época que, por supuesto, no conoció y que no entiende. Creció mirando telenovelas y cree que la política es así: dramas, fantasías y un rencor injustificable. Serán tiempos muy malos para la política estadounidense hacia Latinoamérica y no podemos descartar que el político de Miami caiga en la tentación de fraguar un golpe de estado en algún país gobernado por la izquierda, de esos al estilo CIA.