Por Tania Meza Escorza / Desde Abajo
Por fin pude acostarme, viajar en el lomo del asno me ha molido. Y mi hijo ¿cómo estará después de tanto ajetreo?
Creo que esto va ha empezar. Siento un dolor intenso en la vagina y el vientre.
Pensé que llegado este instante tendría sobre todo pánico, pero no. El dolor es mucho más fuerte que todo el miedo vivido desde aquella aparición, en donde se me anticipó este momento.
Cuando respiro el dolor disminuye un poco, pero entonces aparece el miedo, otra vez como constante en mi vida.
Temía estar siempre cuidando a dos padres tan ancianos, pero lo he hecho.
Me aterrorizaba casarme a los quince años, pero no pude negarme.
Hoy, a los 19 años, siento pánico por parir en estas condiciones, pero ya estoy aquí, desgarrándome.
Él me mira con sus ojos enormes abiertos, muy abiertos, se ve asustado pero no hace nada, no dice nada. Ahora va a empezar a orar. Quisiera que me ayudara con esto, en vez de musitar no sé qué cosas hablando rápido, bajito e incomprensible.
Incomprensible, eso es. No comprendo cómo puede quedarse mirándome así, sin ninguna muestra de apoyo, de ayuda para mitigar este dolor asesino.
A ratos el aire se me acaba, a ratos me sobra. Ya no sé qué hacer.
¡¡¡AAAAAHHHH!!!
Este grito ha roto la noche. Pero no, no debo quejarme, así me enseñaron y es un honor parir para él. Para Dios padre, Dios hijo y Dios espíritu santo. ¿Es que tampoco la santísima trinidad va a ayudarme a aminorar el dolor que da parir así, sin ayuda, sin limpieza, en un pesebre?
Ahhh… María, madre de los hombres… María, madre de la iglesia… Bffff… María abogada nuestra… María, corredentora… María, reina… bfff… y señora… de todo lo creado… María medianera… de todas las gracias… Aaaaaahhhh… media este dolooooor.
¿Qué hace ahora?, ¿por qué no recoge al niño?, ¿por qué no lo carga y lo arrulla para que deje de llorar? ¿Espera que yo lo haga también? ¿Estará deseando que me pare a limpiar este charco de sangre y de inmediato me haga cargo de la criatura? Ojalá él pariera y yo rezara.
Hijo, eres hijo. Eres hijo-hombre. Cumplí. Lo hice bien. Pero ¿qué sigue ahora para ti? ¿La gloria, la veneración de toda la humanidad?, ¿o el sacrificio para salvar a todas las almas?
Tú, tal vez puedas elegir. Tal vez puedas encaminar tus acciones a la gloria o al sacrificio. Pero yo, ¿qué? ¿Qué sigue para mí?
¿Velar por el salvador de todos para hacerlo un hombre de bien que pueda cumplir la sagrada misión? ¿Cuidarlo como he cuidado a mis padres ancianos, a mi esposo y a todo lo que me ha sido encomendado?
¿He tenido opción? ¿La tengo ahora?
¿Y si me fuera de aquí con mi hijo para criarlo como un niño normal, sin el peso del mundo en sus hombros?
Dios ¿qué estoy pensando? ¿Estará tentándome el demonio con estas ideas?
¡Dios padre!, ¡Dios hijo mío! Perdónenme por imaginar estas cosas. No volveré a dudar de mi misión sagrada, nunca.
Pagaré estos minutos de rebeldía y blasfemia entregándome totalmente, en cuerpo y alma al cuidado de mi hijo, mi esposo y mi Dios.
Que así sea.
Dios, dame la fortaleza para que la tarea encomendada sea mi único objetivo en esta vida. En ésta, pero ¿y en otras…? ¿Podré hacerlo por toda la eternidad? ¿Por los siglos de los siglos…?
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