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jueves, abril 18, 2024

Letras: El porqué de mi pinza de madera

. Mi razón (o mi cordura o mi interpretación de la realidad) es una de las posesiones más ligeras que tengo. Su volatilidad, su falta de firmeza, llegaron a asustarme. Entonces tomé ciertas precauciones, con el afán de evitar que el viento, en alguna de sus rachas feroces, la apartara de mí. Busqué plasmarla en hojas blancas, o en garabatos tallados en cualquier pared; mas resulta que el papel es susceptible de incendiarse, y las paredes corren el riesgo de derrumbe.

Por Diego Castillo Quintero / Desde Abajo

Si alguien me ha visto, y ha puesto suficiente atención, se habrá dado cuenta de que en la muñeca de mi brazo izquierdo se aferra una pinza de madera (de ésas sencillas y llanas, que se usan para retener la ropa en los tendederos). Ahora trataré de explicar la causa de que porte este objeto:

Mi razón (o mi cordura o mi interpretación de la realidad) es una de las posesiones más ligeras que tengo. Su volatilidad, su falta de firmeza, llegaron a asustarme. Entonces tomé ciertas precauciones, con el afán de evitar que el viento, en alguna de sus rachas feroces, la apartara de mí. Busqué plasmarla en hojas blancas, o en garabatos tallados en cualquier pared; mas resulta que el papel es susceptible de incendiarse, y las paredes corren el riesgo de derrumbe.

Un día encontré por ahí, ya no recuerdo dónde, la antes mencionada pinza de madera. La miré un rato y decidí que mi razón debía ser afianzada simplemente con una idea, buena o mala, pero sólo una. Así es que esta pinza sujeta lo que me queda de buen juicio, no a una cuerda donde se pone a secar la ropa, sino a una de mis extremidades.

Voy por ahí caminando a todas partes, con la seguridad de que gracias a mi pinza, nunca habré de volverme loco.

Aunque como todo ser humano, hay veces que no estoy conforme con lo que me pertenece. Por eso, en ciertas ocasiones cuando el viento arrecia, quito la pinza para dejar que mi razón vuele, haga piruetas en el aire, juguetee con las hojas del otoño o se líe con las plumas de las aves; sin embargo, cuando alcanzo mis límites devuelvo la pinza a su lugar, porque estar sin ella demasiado tiempo podría ser peligroso.

Posdata:

La intención principal de esta columna era tratar como tema las frases de alguna canción que resultara interesante, o que causara turbulencias interiores (al menos para éste su humilde servidor). Pero como reflexioné que nadie sabe quién es el que suscribe, opté por contar un poco sobre mí.

Para no quedar a deber nada, solamente hablaré de una canción, que como es muy corta, transcribiré tal cual: “El día que me dijiste ‘a qué negar que te quiero’, se te poblaron los ojos con millones de luceros, equivocados de noche, equivocados de cielo. La noche que me dejaste, los millones de luceros de tus ojos se escaparon, y en mi pecho se metieron, equivocados de noche, equivocados de cielo. Hoy camino por el mundo, llena el alma de luceros, luceros que equivocaron la negrura de mi duelo con la noche de tus ojos y con la noche del cielo”.

Este testimonio fue devastador, porque me recordó que no he podido retener a alguna mujer de quien estuve enamorado. Escuché muchas veces esta canción, porque me torturaba, pero principalmente porque me obligó a permanecer callado.

 

puedovolarsoyelectrico@hotmail.com  

 

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