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viernes, julio 26, 2024

El Mayo en Abril. Por Julio.

por Mireya Márquez Ramírez / Desde Abajo

Hay dos tipos de escritores.

Uno es el tipo que cava la tierra en busca de la verdad.

Está abajo en el hoyo echando la tierra hacia arriba.

Pero encima de él hay otro hombre devolviendo la tierra hacia abajo.

Él también es periodista.

Entre ambos siempre hay un duelo.

Hennig Mankell, La Pista Falsa

La buena: el periodismo se re-piensa a sí mismo. La mala: sobran pasiones, faltan razones. Don Julio Scherer y el semanario Proceso no sólo arrasaron en ventas con su exclusiva de la semana y generaron noticia, sino que se convirtieron en ‘la’ noticia. El motivo: el encuentro entre el veterano periodista y uno de los narcotraficantes más buscados del momento: Ismael ‘El Mayo’ Zambada. Desde su guarida, el cercano colaborador del ‘Chapo’ Guzmán mostró el rostro que ha escabullido al Ejército, y lo mismo ha ventilado sus miedos y ansiedades, que vaticinado el fracaso de la actual guerra contra el narcotráfico del gobierno mexicano. Atacar a las cúpulas es infructuoso, parece decir, porque el cáncer cuya célula original era él ha impregnado tan mortalmente a la sociedad que ya es muy tarde para quimioterapias.

Pero las contradicciones o posibles motivaciones del narcotraficante para revelar su rostro a la opinión pública, su lenguaje y su dialéctica, han pasado al segundo plano. Es su interlocutor quien le roba los reflectores, el hombre del que más líneas se han escrito –en castellano, inglés y francés—en las reseñas históricas sobre el periodismo mexicano, sin duda beneficiario de su escuela. Hasta 1976, Julio Sherer le proveyó de lustre al revitalizar el género de la entrevista para estampar al diario Excélsior en el firmamento internacional. Después de 1976, le proveyó de dignidad al estampar a la revista Proceso como ícono de investigación, crítica innegociable, independencia editorial y relativa soberanía financiera.

Por ello es quizás que debido a su nombre y reputación desde varias trincheras se le recrimina a don Julio primero, que sirva de portavoz y micrófono a personajes que son enemigos de la legalidad, como el narcotráfico y el crimen organizado, no solamente en tiempos en que el gobierno mexicano está en guerra abierta contra los cárteles de la droga y demanda desesperado de aliados en los medios, sino porque la cifra de periodistas cuyos asesinatos se atribuyen al narcotráfico está a la alza. Segundo, se le cuestiona si en su intento de aferrarse a la peleada cumbre del prestigio no habrá pisoteado los preceptos básicos de la ética periodística al ceder a las exigencias de un narcotraficante y más aún, dejarse abrazar por él e inmortalizar el momento en la portada de su revista. Una tercera corriente de crítica le reclama su tibieza y la calidad de su producto, pues después de todo, arguyen sus críticos, ni fue entrevista, ni hizo preguntas incómodas, ni aportó datos nuevo a lo ya sobradamente conocido. Fue un
simple espectáculo de poder, dicen algunos. Una cuarta corriente de crítica, un tanto extensión de la lógica de la primera, asegura que el dotar de espacios en medios a los delincuentes contribuye a su glorificación y legitimación. Si bien creo que en la segunda y tercera corrientes de la crítica hay más margen de discusión y posiblemente mayor justificación, no comparto la primera y la cuarta que cuestionan la ética periodística a partir del discurso absolutista de la legalidad.

Hoy pocos negarían el valor noticioso de entrevistas con los delincuentes, monstruos, villanos y asesinos del México contemporáneo, como Carlos Ahumada, Rogelio Montemayor, René Bejarano, José Antonio Zorrilla Pérez, Óscar Espinosa Villarreal, Mario Aburto, Napoleón Gómez Urrutia, Daniel Arizmendi ‘El Mochaorejas’, Raúl Salinas de Gortari, Diego Santoy Riveroll, Orlando Magaña Dorantes, Juana Barraza Samperio ‘La Mataviejitos’ o José Luis Calva Zepeda ‘El Caníbal de la Guerrero’. Si han de criticar a un periodista que busca hacer su trabajo, deberían esgrimirse argumentos más allá del discurso de la legalidad y la criminalidad, porque sus contornos textuales y contextuales son muy laxos y exigen congruencia y consistencia. En su momento, el sub-comandante Marcos fue el enemigo público número uno del Estado y gran parte de la prensa mexicana así lo trató en su discurso, no así la extranjera, que lo consideró una voz válida y pionera del naciente movimiento altermundista. Y con todo, continúa siendo uno de los sujetos noticiosos más buscados y más esquivos.

Podría esgrimirse que a diferencia de los últimos, el ‘Mayo’ Zambada es un virulento criminal que representa una amenaza continua para la sociedad, y no está en cautiverio, en arraigo o en lugar conocido. Pero una, no podemos aplicar el discurso de la legalidad a unos sí y a otros no en función del tamaño de sus delitos, sean manifestantes rompe-vidrios, guerrilleros, políticos corruptos o narcotraficantes; dos, la guerra contra el narcotráfico es del gobierno, no del periodismo, quien no está obligado a comprometerse con la agenda de ningún actor político, dominante, oficial, alterno o clandestino. En cambio, sí está obligado a informar desde todas las esquinas y valiéndose para ello de la mayor cantidad de voces posible, aunque esas voces sean impopulares. Quizás el referente internacional más inmediato sea el reportero británico Robert Fisk, veterano corresponsal de guerra del diario The Independent, quien lo mismo provoca dolores de cabeza a los gobiernos, cuestiona y publica estrategias militares y de inteligencia, revela la hipocresía de las relaciones diplomáticas en Medio Oriente que condena los abusos de poder, violación de derechos humanos y estigmatización de las sociedad musulmanas. Tiene una trayectoria que le ha valido numerosos reconocimientos, y cuenta en su haber con tres entrevistas a Osama Bin Laden, y una, hace pocas semanas, con Hafez Mohamed Saeed, presunto autor intelectual de los atentados de Mumbai. Pero a Fisk no le sobran los elogios, tiene también innumerables críticos que lo mismo lo acusan de anti-patriota, de izquierdista, de ser impreciso y aventurado en sus juicios, y de despreciar los cánones periodísticos como la objetividad y el distanciamiento editorial, que de glorificar al terrorismo y justificar el fundamentalismo islámico con sus entrevistas. Pero ningún periodista que se precie de serlo dejaría pasar la oportunidad, de haberla tenido, de entrevistar en su momento a Luicio Cabañas, a Ibon Gogeascoechea, a Manuel Marulanda, o a militantes de Al Fatah. Como no la desperdició el mexicano José Pagés en 1939 cuando tuvo enfrente a Adolfo Hitler o Roy Howard cuando tuvo a José Stalin.

Asimismo se le reprocha a Scherer el contribuir a la glorificación y humanización del narcotráficos y su cultura. Pero eso no es ni nuevo, ni limitado al contexto mexicano. Es un debate antiquísimo que obedece quizás a que el periodismo es también la ventana, fotografía, canal, herramienta y alimento de la imaginación colectiva y la cultura popular. Contribuye, desde su lectura, a la construcción de la memoria material de pueblos y sociedades. Desde miradas diversas y contrastantes, aporta documentación y formas de abordar y escribir la historia. Abundan, por ejemplo, los estudios que analizan el papel de la prensa y la literatura en la representación y construcción semántica de criminales, bandoleros y forajidos erigidos hoy día en mitos y leyendas, desde Robin Hood hasta Jesse James. Al Capone y su mafia sanguinaria se consagraron gracias a las crónicas de la prensa de Chicago y uno de sus más famosos reporteros, Jake Lingle, celebrado por sus primicias y astucia para adentrarse en los recovecos de la mafia, y que fue originalmente tratado como héroe del gremio cuando las balas le cegaron la vida, aunque luego ya de muerto, la revelación de sus secretos acabó con su gloria.

En México, el caso más ilustre es el del periodista estadounidense John Reed. El perfil que hizo sobre Pancho Villa en 1913, uno de los delincuentes más célebres y temidos de su día, es tan memorable por su calidad literaria como por su metodología: pasó meses a su lado a fin de capturar fielmente la esencia y personalidad del Centauro del Norte. Quizás Villa no tendría su lugar de héroe revolucionario en la memoria histórica si no fuera por la prosa de Reed, aunque las víctimas de sus saqueos y asesinatos opinen lo contrario.

En ánimo de congruencia, quienes reclamen a Scherer la elección de su entrevistado debieran hacer lo propio en los anteriores casos. Y quienes cuestionen las razones del entrevistador para ver de cara al Diablo tienen ante sí una pila de ejemplos y casos de periodistas que en todas latitudes y tiempos, han hecho lo propio. Es su trabajo. No es de sorprender entonces que desde la parte más gruesa de la pirámide gremial, los que se ven a sí mismos como peones de las calles, los que prefieren llamarse reporteros de a pie que periodistas, han salido a defender al decano. Reconocen en su colega al más ejemplar todos sus maestros y su curiosidad y tenacidad como sus más grandes motores.

En suma, la crítica a Scherer no debería apelar a la ética basada en la premisa de que el carácter noticiable de un personaje se basa en su calidad moral y estatus legal. La prensa no es ministerio público, fiscal o juez, no está para perseguir delitos ni para juzgarlos, aunque en múltiples ocasiones así se auto-erija. Lo que sí debe la prensa es trascender el discurso oficial, su vocabulario, su lógica, sus adjetivos, su argumentación, y cuestionar a los entes y centros de poder, y en su caso, ayudar a entender y poner en perspectiva, desde su esquina, los fenómenos sociales. De ello puede jactarse Proceso. Un periodismo que se muestra tímido y no persigue su propia agenda está condenado a la pasividad y a la reactividad. Uno que abusa de su poder, se mimetiza con aquello que cuestiona y critica.

Las buenas crónicas y entrevistas tienen la cualidad de valerse del lenguaje para dejarnos ver más allá de lo obvio, para sugerir los lugares no explícitamente expresados en el discurso, para retratar al personaje a pesar de la presencia o ausencia de palabras. Don Julio ha dado cátedra de entrevistador en numerosas ocasiones, y su prolífico trabajo da cuenta de ello. Sin embargo, eso no significa que sea intocable ni que los lectores nos debamos abstener de cuestionar la calidad periodística de su crónica o las limitaciones de su entrevista con el ‘Mayo’ Zambada o de su personaje. Si fue o no del nivel de sus anteriores trabajos es parte de una discusión que se antoja necesaria, pero que no es la que ha imperado en estos días.

Se le aplaude, como siempre, que fue al infierno, vio a los ojos al Diablo e hizo lo que tenía que hacer con los recursos a la mano: su observación y su memoria. Ahora, hablar con el Diablo es una cosa, publicar como testimonio del encuentro una fotografía donde se deja abrazar por él, es otra, una indudablemente polémica y provocativa. Lo cierto es que ninguna reputación, ni siquiera la de Julio Scherer, ya en el invierno de su vida, tiene blindaje contra el implacable fuego del infierno. Jugar con fuego es peligroso hasta para los más curtidos en artes pirotécnicas. En el calendario de la vida pronto se aprende que el fuego quema, sea Mayo, abril o Julio. Si no, pregúntenle a Jake Lingle.

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