Anayeli Altamirano Hernández, jefa de la policía del municipio de Mineral del Chico, Hidalgo, es un caso paradigmático que anula los efectos del machismo invisible. Abogada por La Salle, ha fincado su carrera sobre una vida como la de cualquier persona y su juventud. Desde adolescente gusta de la música, se rodeó de buenas amigas y sobrevivió con inteligencia y nobleza a la violencia social de uno de los barrios más pauperizados de Tizayuca, región al sur de la entidad de donde proviene, y en el cual perviven ejemplos de jóvenes cuyas esperanzas se rindieron bajo la aplastante miseria cultural.
Parecería normal la historia que precede a la funcionaria de 27 años de edad –tan normal como la de cualquier joven emergida de un barrio amenazado por los vicios propios de la descomposición social-, pero a ella se suma la significación de ser, apenas, la segunda mujer que lidera los servicios policiacos en los 84 municipios que comprende Hidalgo, y lo hace con ideas que pocos de sus colegas hombres lo harían, desde el mes de marzo del 2010, cuando fue nombrada para dirigir a 18 policías: “Honestidad”, “lealtad”, “profesionalización”. Asunto nada sencillo, en uno de los Estados con creciente escala de índices delictivos, sobre todo del crimen organizado.
Al respecto, clarifica: “Si tu quieres tomar este puesto, evidentemente tienes un riesgo, trabajar en estas áreas es peligroso, en el área de la delincuencia organizada y del narcotráfico estamos expuestos como cualquier otra persona, aunque el peligro para nosotros es mayor al arriesgar nuestras vidas. Creo que hay que trabajar con honestidad, lealtad, con los valores que contamos”, expresó en entrevista para el diario Milenio Hidalgo.
¿Qué significa que una mujer –y una mujer joven, es pertinente insistir-, dirija una corporación policiaca en un México sumido en la violencia?
Es la ruptura del “techo de cristal”: concepto acuñado por la Teoría de Género donde el Patriarcado hace creer a las mujeres que sólo son capaces de llegar a un limitado escaño en una estructura organizativa, dado que lo “alto” está reservado para los hombres, a quienes la misoginia les concede atributos como la fortaleza física o emocional, estereotípicamente lejanos a las mujeres. Sin embargo, ha sido esa la barrera que Anayeli ha logrado romper; y es, su cargo, una invitación constante a derribar los mitos culturales del género en los mismos terrenos donde domina la fuerza.