En su último aliento, Miguel Ángel Granados Chapa nos dijo: «Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes, las ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida y permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Este será su epitafio. De él tendríamos que aprender.
Don Miguel Ángel, que nunca me habló de tú, fue mi jefe durante más de una década. Acucioso, lector incansable, riguroso total en la confección de cada uno de sus escritos, templado, justo y respetuoso, nos ha dejado en esta hora de México ese deseo de mantener la esperanza, que no es pueril, como él mismo lo escribió apenas dos días antes de despedirse para siempre.
Tal como nos dijo en su última Plaza Pública, sin la altisonancia que caracteriza a los llamados líderes de opinión, siempre ofreció a la sociedad su pluma para plantear las congojas, el enojo, la denuncia y la urgente necesidad de difundir cuanta injusticia o revés por corrupción o negligencia de los poderosos hubiera que difundir.
A Granados Chapa, las mujeres le debemos miles de líneas en asuntos fundamentales. Fue el primero en indignarse por las violaciones tumultuarias de un grupo de jóvenes mujeres, ultrajadas por una banda de policías, que usando su fuerza y su prepotencia, pretendieron salir ilesos de ese crimen que perpetraron contra cuando menos 19 jovencitas a lo largo de 1989.
Siempre le pareció que escribir, indagar, investigar periodísticamente la condición social de las mujeres, era una de las facetas necesarias para transformar al país.
Nunca le fue ajena la necesidad de tomar postura frente a los hechos. Él me reveló que no podía hacerse periodismo químicamente puro, porque en esa dichosa tarea, tenía sentido escuchar con mucho cuidado a quienes confiaban en la faena de relevar la verdad.
Alentó a decenas de periodistas para escribir un buen reportaje, un libro, para aventurarse en temas difíciles. Era, entre muy pocos directivos de los múltiples medios donde tuvo ese encargo, quien felicitaba un buen trabajo, una buena idea.
Su deseo de que el país no acabe en la pudrición ahogado por los desatinos, siendo crítico e incisivo, nunca permitió que se le callara. Su voz cotidiana y precisa tenía como fondo la disciplina que en el o la periodista son fundamentales, para cotejar documentos, datos históricos, nombres, hechos, contexto. Escudriñar los discursos y los informes oficiales.
Solía trabajar hasta 18 horas diarias. Tomaba pequeños e inteligentes descansos a lo largo de su jornada. Dormía cinco o 10 minutos y volvía a la carga. Tenía un trato respetuoso con quienes laboraban a su alrededor, pero jamás permitía que ello se confundiera con holgazanería o displicencia.
Lo traté en muchos espacios. El de la discusión sobre el diario. Compartí con él mesas redondas, cenas en la madrugada cuando se cerraba la edición, fiestas de aniversarios, discusiones sindicales, complicidades de política periodística, pero fundamentalmente, esa tarea enloquecedora que es la vida diaria de la redacción, donde las noticias invaden la vida pública y privada de la labor reporteril y, sobre todo, lo que significa contar muy bien las cosas. Escribir correctamente. A estas alturas olvido cuántas veces me regresó a reescribir mis textos.
Granados Chapa fue mi mentor en un fallido intento en que pretendí ser candidata a una diputación. Como fue mi mentor durante más de una década en el análisis de los documentos que obtenía para darle fondo y pulcritud a un trabajo periodístico de importancia. De él, recibí lecciones insustituibles para la confección de un relato, con la convicción y lo diré con sus palabras de que «el periodismo no se sufre, se disfruta”.
Pero más allá de todo eso, a la generación de periodistas a la que pertenezco, Granados Chapa fue un ejemplo y ejerció, sin quererlo, una permanente tarea magisterial. Nos enseñó con templanza, el valor de nuestro quehacer. Su entereza nos ha dejado, también, la fortaleza para defender la libertad de expresión y la urgente necesidad de que pare la estulticia, el asesinado y persecución contra los periodistas que empieza a configurarse como una larga y tremenda espiral de muerte e impunidad.
Con él, nos dimos cita cada 30 de mayo en la plaza de Francisco Zarco, para esclarecer el asesinato de su entrañable amigo y periodista, Manuel Buendía. Y luego de todos los demás.
Algo fundamental, confió en la capacidad y el desarrollo de las mujeres. Lupita Bringas, como le digo cariñosamente, fue su colaboradora los últimos 25 años. La alentó en su desarrollo personal y periodístico.
De él, muchas líneas este domingo que se fue, hablan ya de su congruencia y de su trayectoria. Polémico en ocasiones, pertinaz en sus posturas, duro en sus juicios, comprometido en una corta, pero incisiva experiencia política -cuando fue candidato a la gubernatura de Hidalgo-, amigos y no, le reconocieron y reconocen su intachable carrera periodística. Y como me dijo una amiga: «se nos van los grandes y nos quedamos en una orfandad tremenda”.
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