Lo que digo, en el caso particular concreto de las encuestas que escogerán entre López Obrador y Ebrard, es que dejarán en la inmovilidad a todo un Movimiento, cuyos miembros están listos para actuar y no podrán hacerlo, en espera de que el azar les permita ser escogidos para contestar un cuestionario y de ese modo influir en el resultado, que ha de pasar por la mediación de los sondeadores.
por Miguel Ángel Granados Chapa
Se realizó el domingo en el Auditorio Nacional la asamblea constitutiva de una singular agrupación, el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena. Al encabezar el acto Andrés Manuel López Obrador, su constructor y dirigente principal, reveló las peculiaridades y contradicciones de una organización hecha a mano (y a pie), no sólo con sentido electoral, pero que está lista para participar en los comicios presidenciales venideros.
No hay duda de que ningún movimiento en torno de ningún candidato o aspirante a suceder a Felipe Calderón contiene la potencia que se conoce en el Morena y de que se percibió una alegre porción anteayer. No es imposible convocar a 10 mil asistentes a reuniones en el Auditorio Nacional. Lo hicieron en septiembre pasado el presidente de la República y el jefe del Gobierno del Distrito Federal, abusando ambos de la libertad propagandística que otorga un mal dibujado propósito de evitar los personalismos pagados con recursos del erario. El hito, por lo tanto, no consiste en la pletórica asamblea congregada por López Obrador, sino en la valiosa heterogeneidad de su movimiento: el domingo, por un lado, acudió una muestra de las multitudes (4 millones dice su dirigente) que integran el Movimiento. Por otro lado, fueron presentados los consejos ejecutivo y consultivo, compuestos en su mayor parte de mexicanos excepcionales que entregan su tiempo y su energía a un proyecto en cuya confección han participado también muchos de ellos. No son políticos a la antigua usanza, de los que se acomodan «picando piedra», es decir haciéndose un lugar cerca del candidato presidencial para que éste los coloque en posiciones de gobierno a la hora del triunfo. Éste es un extremo tan lejano en este momento, que pecarían de ingenuos quienes se aproximaran con sus talentos y experiencias en pos de una chamba en Morena. Allí, en el sentido laboral de la expresión, no hay vacantes, aunque haya espacio para todas las personas que estén convencidas de que es inadmisible la situación actual de México y de que es posible modificarla.
Morena es un abigarrado conjunto de fuerzas y de expresiones. No todos sus integrantes son ciudadanos hasta ahora ajenos a la política. Hay en ese movimiento miembros de los partidos que apoyaron en 2006 a López Obrador. Es posible esa doble militancia porque Morena no es una organización con capacidad para presentar candidatos, aunque sí para hacerlo en elecciones como lo hará encargándose de la organización y vigilancia de los próximos comicios, según convenio que incluyó al PRD, el más renuente de los tres partidos mencionados.
Morena corresponde a una antigua concepción de López Obrador, creyente desde siempre en la participación directa de la gente en sus propios asuntos. Desde joven administrador público en La Chontalpa, hasta la conversión del PRD en un movimiento capaz en 1997 de obtener triunfos que modificaron el funcionamiento de la República (una mayoría opositora en la Cámara de Diputados, y el gobierno capitalino). Logró también encabezar la oposición más permanente a una elección tenida como fraudulenta y ha salido con la gente a la calle en contra de la desnacionalización de Pemex (que se frenó entre otros factores por esa movilización).
Distante y aun opuesto a la dirección de su propio partido, ahora López Obrador está a la cabeza de un Morena susceptible de actuar en refuerzo de partidos políticos, sin López Obrador. Deliberadamente se ha dejado en la penumbra, o ni siquiera se han pactado, los mecanismos que hagan práctica la fórmula que han pactado López Obrador y Marcelo Ebrard: será, de entre ellos, candidato quien esté mejor situado en las encuestas.
Así llanamente hablando, la fórmula es absurda. Los sondeos de opinión pública actúan en una realidad virtual, mientras que la decisión de quién sea el candidato de la izquierda tiene que adoptarse en la realidad real, la de la gente que votará conforme le satisfaga un líder o un partido. No objeto la investigación demoscópica como instrumento para percibir algunos rasgos de esa realidad real. Lo que digo, en el caso particular concreto de las encuestas que escogerán entre López Obrador y Ebrard, es que dejarán en la inmovilidad a todo un Movimiento, cuyos miembros están listos para actuar y no podrán hacerlo, en espera de que el azar les permita ser escogidos para contestar un cuestionario y de ese modo influir en el resultado, que ha de pasar por la mediación de los sondeadores.
El azar es realmente azaroso. Aunque desde que cundieron los sondeos electorales he tenido un domicilio fijo, soy titular de por lo menos dos números telefónicos, el de mi oficina y el de mi casa (y ahora el de un móvil) y, hasta hace poco al menos, era un activo participante de la vida callejera, jamás me he topado con quien realice una encuesta. Jamás se me ha preguntado mi preferencia electoral. Y supongo que esta peculiar, y a mi juicio extraña, marginación le ha ocurrido a millones de personas. ¿Pueden unos partidos y unos aspirantes confiar su destino en este azaroso azar?
La exposición al público, lo que no puede hacerse sino a través de los medios, es factor, dicen los expertos, para contar entre las preferencias electorales. Si eso es verdad, ¿tenía Ernesto Cordero una presencia en los medios como secretario de Hacienda menor que la muy desordenada que se aprecia hoy? ¿Y es únicamente esa exposición pública la que lo hace crecer en las preferencias como se dice que está ocurriendo?
Tengan cuidado con las encuestas, todos. Pueden ser desdichadas.