Como regalo de Nochebuena para México, diez cadáveres regados en los límites de Veracruz y Tamaulipas donde un día antes, un comando armado disparó sin “motivo aparente” contra dos autobuses de pasajeros, dejando once muertos. Qué difícil es disfrutar sobre este territorio la fecha de reconciliación que supone la natividad cristiana sobre un charco de sangre inocente, en un país postrado ante la violencia y que, antes que acabe el terrible año que aún se cursa, recuerda a sus vivos que la vida es un milagro que se resiste a existir para todos las y los mexicanos. Sangre inocente como la de los dos alumnos normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, que fueron abatidos por fuerzas policiacas federales el doce de diciembre pasado, tan sólo, por pedir les sea devuelta la oportunidad de sobrevivir como profesores en un mundo que no quiere dar cabida a los pobres. Qué difícil. Acaso, queda como consuelo la promesa de la estrella de Belén que, no importa cuan largo y pesado sea el camino, al final de todo aquel sufrimiento se encuentra la esperanza de la salvación, por cuyo bien, muchos pastores, pobres, inocentes y esperanzados, quedaron tendidos en el desierto de Galilea.