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domingo, diciembre 22, 2024

Carta a Vargas Llosa

Para Héctor y Felipe, con cariño

 

por Luis Frías 

Sólo después de Julio Cortázar, me declaro más admirador de usted que de ningún otro autor del movimiento del “boom latinoamericano”. Cuando siendo estudiante de colegio leí Los Cachorros y Los Jefes, esas insuperables novelas de iniciación para un niño de 10 años, supe que debía dedicarme a las letras. Pero quizá, por encima de sus novelas, en usted admiro a la persona, al padre y al abuelo que empecé a conocer a través de su libro Pez en el agua y, últimamente, por sus columnas, sus críticas a los totalitarismos y esas entrevistas que sobre todo leo en El País, y que lo pintan tan bien de cuerpo entero. Le debo mucho. Por eso, me atrevo a hacerle este envío. Con el mayor respeto, me siento con el deber de observarle algo sobre su postura a favor de conservar la fiesta taurina sin modificaciones, tal y como se practica hoy.

Las opiniones que ha dado usted en distintos foros, a propósito de la fiesta brava, han levantado mucha ámpula. Y con razón. Es usted uno de los intelectuales más granados en lengua hispana. Por ese mismo respeto, mucha gente se pregunta cómo es posible que se declare a favor de la fiesta brava. Yo creo que esa crítica en su contra tiene algo de razón y algo de sinrazón. Empiezo por lo segundo, porque celebro el valor de que un intelectual de su talla declare abiertamente lo que piensa de algo tan polémico, aun cuando eso pueda repercutirle mal ante su público. Pero en cuanto a lo otro, honestamente, me desalienta que usted pueda defender la fiesta brava con argumento insuficiente como el que puede leerse en su columna “Torear y otras maldades” (El País, 18-04-2010, http://elpais.com/diario/2010/04/18/opinion/1271541611_850215.html).

Cito su principal argumento: “Nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas.”

Además de éste, reconozco que a ningún argumento suyo le falta razón. Estoy de acuerdo con usted en que el toro de lidia quizá es el animal más cuidado y mejor tratado de la creación antes de entrar al redondel; en que los toros representan para mucha gente una forma de alimento espiritual tan intenso como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo, y que para saber esto basta con leer poemas Lorca y Alberti, o ver algunos cuadros taurinos de Goya o Picasso. De hecho, me encuentro entre las personas que no necesitan acudir un domingo a la plaza, para entender eso. Sin embargo, lo hago, y con frecuencia. Porque veo en las corridas de toros no sólo un espectáculo artístico fabuloso, sino porque me ha permitido conectarme con mis fibras más profundas. Y, tal como usted señala, están equivocados quienes piensan que a los taurófilos nos gusta la sangre. No. Paradójicamente, creo que justo la suerte suprema de matar es la menos interesante de una corrida. Conozco muchos taurófilos,
como yo, que creemos que el mayor arte taurino está en las suertes de banderillas, el capote y, por supuesto, la muleta.

A sus argumentos agregaría otro más, que está inserto en el debate actual en México. Como usted sabe, en el Distrito Federal los asambleístas del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) —de muy dudosa reputación— propusieron, al igual que hace dos años se hiciera Cataluña, una iniciativa para prohibir las corridas de toros en la capital de mi país. Y al igual que en Cataluña, donde finalmente sí se prohibieron, la situación es más de carácter político-ideológico que de protección a los animales. En Cataluña, la fiesta brava se convirtió en un elemento más para que los catalanes marcaran su raya respecto al resto de España; mientras en México la situación sirvió al oportunista PVEM para enarbolar una bandera, sea la que fuere. Eso es muy lamentable. Que un grupo de políticos —hipócritas que además cada domingo van a la plaza— decidan sobre una fiesta con cientos de años de tradición en, como usted bien menciona, países como México, Venezuela, Perú, Colombia, España y Francia.

En efecto, la fiesta brava no se trata de moda alguna, sino del resultado de una larga tradición cultural lentamente pergeñada con el paso de los siglos, cuyos rasgos han ido cambiando con el paso del tiempo, de suerte que la tauromaquia actual condensa finas formas en el toreo de a pie y de rejoneo, lo mismo que en la crianza de muchos tipos de hermosas ganaderías.

Es precisamente por respeto a esa admirable tradición, que hoy la fiesta brava debería dar un importante paso en su añeja y deliciosa evolución. Por mucho que nos guste la fiesta, no es posible pasar por alto que regodearse domingo a domingo con el daño y la muerte pública de un animal resulta salvaje. Además, contradice el noble argumento humano defender a nuestros hermanos los animales, establecido en la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, de 1977. Es innegable esa carga horrenda que hay cada vez que a un toro se le clavan las banderillas y la espada en los lomos, y una multitud lo celebra con vítores. Es algo arcaico y salvaje. Así, aunque soy tan taurófilo como usted, también creo que algo de bueno debe traer consigo el actual movimiento anti-corridas.

Efectivamente, opino que prohibir las corridas de toros es un acto de intolerancia. Ya se sabe, se censura lo que no se comprende. La fiesta brava, no obstante, debe ser capaz de ponerse al día con los tiempos que corren. De tal manera, los matadores, los monosabios, los ganaderos, los empresarios, los aficionados, debemos demostrar que la fiesta puede seguir celebrándose sin lastimar ni matar un solo animal. Yo creo con firmeza que el arte de los toros está absolutamente alejado del concepto del asesinato, pero muy cercano al arte, esa expresión sublime de nuestra civilidad. Para que la tauromaquia se armonice con los principios que rigen nuestra actual civilización, se debe modificar la fiesta brava, de tal manera que se supriman las banderillas y la suerte de matar al toro. ¡Que viva la fiesta y que vivan los toros

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