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domingo, diciembre 22, 2024

Muros: Los abuelitos del twitter (I de II)

por TANIA MEZA ESCORZA

Hoy, cuando la llamada “primavera mexicana” (analogía de la primavera árabe) ha logrado transitar de las redes sociales hacia la calle, cuando el tema de la marcha “yo soy el 132” ha roto record de permanencia en las listas de lo más comentado en twitter a nivel mundial, merece la pena hacer un recuento histórico de las formas de comunicación subversiva utilizadas por quienes vivían bajo regímenes totalitarios con medios de comunicación oficiales cooptados, cuando todavía no existían ni las redes sociales, ni la Internet.

Históricamente, los muros han sido el sitio idóneo para expresar inconformidad ante el autoritarismo. Así, la sobrescritura en muros resulta altamente atractiva por la ubicación, por la durabilidad, porque mucha gente lo verá y por trasgresión al orden social establecido.

Desde luego que al tratarse de un acto trasgresor debe hacerse con precaución, a escondidas, protegidos de la vista de quienes se oponen a la ruptura del contrato social acordado en las altas cúpulas.

Sobrescribir en muros representa pasar por alto la propiedad privada, tomar por asalto el espacio prohibido, encontrar un canal de comunicación que en otra parte no se encuentra, o que sí existe, pero no está sujeto al anonimato y por lo tanto, debe pasar por el juicio colectivo.

La sobrescritura aparece y molesta a quienes critican, o a quienes se encargan de mantener el orden social establecido. Por eso se ordena borrar cualquier forma de comunicación clandestina escrita apenas ésta aparezca. Pero las pintas están, y si se les borra vuelven a aparecer, tal vez en otro espacio, pero vuelven.

Esta forma de comunicación subversiva inicia con las grandes desigualdades de la historia y con los enormes deseos de combatir, o por lo menos de nombrar dichas desigualdades, así como el rechazo popular a seguir tolerando tales situaciones.

Es la representación de la inoperancia de los canales de comunicación predeterminados. Una nueva manera de decir las cosas. La forma en que quienes no tienen acceso a las vías de comunicación oficiales, expresan su inevitable necesidad de emitir y recibir mensajes. Es lo nuevo contra lo viejo.

Los primeros indicios de sobrescritura en muros se encontraron en Pompeya, como una protesta popular ante la ostentosa fastuosidad de las residencias de los poderosos. Burlando la vigilancia, casi siempre en la noche, los habitantes de la ciudad escribían obscenidades paganas en las bardas de las casas principales de las villas.

Si bien los escritos transgresores y clandestinos surgen para rechazar la presunción y burlarse de los excesos de todo tipo practicados en las orgías de la época, el uso político de la sobrescritura aparece por primera vez cuando las primeras personas cristianas eran perseguidas por Roma debido a sus preferencias religiosas e ideológicas. Desde la Tierra Santa hasta algunos espacios públicos en la capital del imperio romano, aparece cada vez más constantemente en las paredes la figura de un pez ligado al cristianismo (dicha imagen perdura hasta hoy).

Con la llegada del oscurantismo propio de la Edad Media, la sobrescritura clandestina en muros disminuye por varias razones. Muy poca gente sabía leer y escribir, además, la miseria generalizada entre los siervos feudales les hacía priorizar entre conseguir alimentos o realizar actos libertarios. En este contexto, la comunicación oral, clandestina y no clandestina, fue el medio predominante para transmitir toda clase de mensajes.

Durante los casi mil años que duró el medioevo, la sobrescritura, casi siempre icónica, proliferó principalmente en las celdas de las prisiones y en los cuarteles que alcanzaban a ser construidos con piedras, durante los enfrentamientos bélicos de las cruzadas.

Con el renacimiento, las expresiones más libres florecieron en muchos aspectos, la sobrescritura en muros fue una de ellas. No sólo porque cada vez más gente dejó de ser analfabeta, sino porque el ser humano, con todas sus formas de expresión, volvía a estar en el centro de su cosmovisión, desplazando hacia un papel secundario a la figura de un dios oscurantista que había dominado durante la Edad Media.

Si bien ello no significó el fin del feudalismo, sí pudo apreciarse un incremento en cuanto a la libertad de expresiones, principalmente las artísticas. Además, se extiende el uso del primer gran medio de comunicación masiva: La imprenta.

En este panorama, se vislumbraba un poco más de posibilidades para la práctica de la sobrescritura clandestina, pero la colectividad se encontraba absorta en otras formas de comunicarse, tales como los bandos y las expresiones artísticas callejeras.

Es hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, con la aparición de grandes movimientos sociales de tipo revolucionario (y con el surgimiento del capitalismo y la explotación) que las y los oprimidos necesitaron formas alternas de denunciar la injusticia y el abuso.

Como en todo clima opresor, el mensaje denunciante de las y los marginados sólo pudo ser de manera clandestina. Las prisiones, las fábricas y los muros de las nacientes ciudades modernas se fueron poblando de mensajes, icónicos y escritos, que manifestaban el rechazo y el resentimiento por la miseria económica.

Las grandes movilizaciones obreras que dieron origen al socialismo, tuvieron en la sobrescritura clandestina en muros un excelente medio de comunicación.

@taniamezcor
FB: Tania Mezcor

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