En Chiapas tuvieron a Samuel Ruiz. En Oaxaca tienen al padre Solalinde. En Hidalgo, tuvimos la protección del padre José Barón Larios, hasta anteayer sábado que falleció. Se va su cuerpo, pero nos deja su espíritu indomable y comprometido con las causas de los indígenas y los desvalidos.
Pablo Vargas González
En el estado de Mórelos tuvieron a Don Sergio Méndez Arceo, un gran difusor de las ideas de vincular la teología con la cruda realidad de los pobres y creyentes; fue el primero quien desde el sacerdocio levantó la voz contra las injusticias. En Chiapas tuvieron a Samuel Ruiz. En Oaxaca tienen al padre Solalinde. En Hidalgo, tuvimos la protección del padre José Barón Larios, hasta anteayer sábado que falleció. Se va su cuerpo, pero nos deja su espíritu indomable y comprometido con las causas de los indígenas y los desvalidos.
La trayectoria del padre Barón Larios al lado de su grey compuesta por desharrapados y descalzos, los más pobres de los pobres se empieza a conocer a principios de los setenta del siglo pasado. La Huasteca hidalguense vivía momentos de crisis política social. La lucha entre terratenientes y caciques confrontados por imponer un modelo autoritario (eran los años de Díaz Ordaz y Luis Echeverría) tuvieron un alto costo social en el que salieron perdiendo los de siempre.
Fue en esos momentos, en que un grupo de sacerdotes de la región huasteca no pudieron dar la espalda a lo que sucedía, abusos e injusticias sin fin, que conformaron lo que hoy denominamos violación sistemática de los derechos humanos: detenciones ilegales, desapariciones forzadas, torturas, encarcelamientos y muertos, todo por defender sus tierras y comunidades.
En pocas ocasiones se puede aplaudir las acciones de los sacerdotes, como en los setentas y principios de los ochenta, en que el padre Barón Larios junto con otros entendieron la labor evangélica desde la perspectiva de las víctimas y de los que sufren. Fueron los primeros en denunciar los atropellos de caciques, de grupos paramiliatres y de fuerzas policiacas. Son integrantes del sacerdocio que dieron su voto de fe para vivir como sus feligreses, en las comunidades y en la misma situación precaria. No como sucede ahora, renunciaron a los privilegios de capillas y templos –si es que los tienen en lugares incomunicados- y hasta el fin de sus días permanecieron con un apostolado ejemplar.
A lo largo de su vida estuvo comprometido en la defensa de los pobres y marginados, en especial de los indígenas de la Huasteca hidalguense, entre los cuales trabajó y vivió todos estos años. En Atlapexco, junto a los padres Pablo Hernández Clemente y Samuel Mora Castillo –quien también falleció el mismo día- trabajó en las comunidades, conociendo sus necesidades y denunciando la injusticia, los atropellos y sus necesidades. Convivía con los migrantes de Estados Unidos (EUA), en los dos lados de la frontera, cada año le pedían su presencia física y espiritual para tener su indulgencia.
Al padre Jóse Barón Larios no le gustaban los reflectores ni era adicto a las cuestiones mediáticas. Humilde como lo fue siempre rehuía a los escenarios y parafernalias grotescas y huecas. Para la cúpula religiosa fue un sacerdote “incomodo” y constantemente era requerido para llamarle la atención, bajo las presiones de las autoridades de Gobernación.
Tal vez por eso, por ser “incomodo” para los poderosos, por no ajustarse a los cánones “permitidos” por el oficialismo de ocasión, o por la supina ignorancia y mala fe, en 2012 postulado por organizaciones civiles para el Premio Estatal de Derechos Humanos no alcanzó el reconocimiento.
Preocupado por la cultura de su tierra adoptiva, fue un estudioso y recopilador acucioso de cuentos y leyendas, que se han reproducido en revistas y periódicos nacionales y citados por investigadores de la Huasteca, esta preocupación se ha manifestado en la publicación del libro Tradiciones, ritos y creencias nahuas, con el que refrenda su defensa por el derecho a las culturas indíegenas.
Por todo ello, por su vida y obra al lado de los pobres, inspiró a las organizaciones civiles de Hidalgo para instituir el “Reconocimiento al Valor Ciudadano” y una medalla, en que la sociedad civil reconoce a sus mejores hombres y mujeres, que iba a recibir el próximo miércoles 1° de mayo en la Fundación Arturo Herrera Cabañas. El evento no se suspenderá se entregará post mortem. El padre Barón se va, pero se queda en el corazón de miles que lo conocimos y admiramos. ¡Hasta Siempre!