En 1988 se produjo en México un escandaloso fraude electoral; se cayó el sistema al momento del conteo de votos, cuando las tendencias favorecían al Frente Democrático Nacional, y se restableció dando un resultado diferente, ya a favor de Salinas de Gortari. En muchos distritos se encontraron boletas a medio quemar que estaban a favor del FDN, muchas casillas fueron robadas. Ciudadanos que estaban involucrados en la defensa del voto fueron asesinados. No hay lugar a duda de que Carlos Salinas obtuvo la Presidencia violentando la legalidad electoral. Poco después, el Palacio Legislativo de San Lázaro fue incendiado, afectando casualmente los paquetes electorales de esa elección.
El último informe presidencial estuvo marcado por esa dinámica. El ritual fue subvertido cuando el diputado Jesús Luján, del PPS -no Muñoz Ledo, Senador del FDN, como fue divulgado-, interpeló a Miguel de la Madrid desacralizando la ceremonia, algo no visto hasta entonces.
Las movilizaciones contra el fraude fueron inmensas y la antipopularidad de Salinas creciente. La fracción parlamentaria del FDN, integrada por varios partidos, tuvo una actitud decorosa. Finalmente la elección fue calificada por acuerdo del PRI y el PAN y Salinas fue declarado Presidente. En las calles las movilizaciones continuaban y en municipios de Guerrero, y Oaxaca, capas populares tomaban las plazas cívicas, en ocasiones armados y dispuestos a todo. Fue interesante el dato de que en varias casillas electorales instaladas en zonas militares el PRI perdió frente al FDN, y varios militares con mando de tropa manifestaron su simpatía por el hijo de Cárdenas y se pusieron a sus órdenes.
La toma de protesta fue concebida para recibir el reconocimiento internacional, y la presencia de estadistas fue buscada con empeño. Cuando se anunció la asistencia del comandante Fidel Castro las reacciones fueron encontradas entre la izquierda de México. Muchos manifestaban desilusión, y hubo quienes lanzaron cuestionamientos como si de una traición se tratara. Hoy sucede lo mismo por la reunión que se dio, en el marco de la CELAC, entre Fidel y Enrique Peña Nieto.
La Revolución cubana se conduce bajo el principio de que las revoluciones no se exportan ni se importan, que son la genuina y legitima maduración de procesos de lucha donde el protagonismo es de los pueblos.
Ni la Revolución cubana, ni Fidel, han dado la espalda jamás a proceso revolucionario alguno, por el contrario, es bien conocido su historial de epopeyas, entre ellos el combate en África contra el apartheid, por citar sólo un caso.
En su estrategia para evitar el bloqueo que le imponen los EEUU, Cuba ha procurado una relación en marcos estrictamente estatales con México. Esta relación está deteriorada desde hace tres sexenios. Zedillo dio gran espacio a la mafia anticubana, y con Fox se estuvo a punto de la ruptura de relaciones diplomáticas. A Calderón no le importó en lo más mínimo recomponer la relación bilateral.
Hay señales de que eso puede variar.
¿Significaría que Peña Nieto tendría una política exterior progresista? No; es imposible una lectura de esa naturaleza, cuando su sexenio es la expresión fiel del poder de los monopolios, que en el poco tiempo de su gobierno aplicó las medidas más bárbaras contra el movimiento obrero y popular. Cuando hay una represión desatada contra las fuerzas del pueblo; cuando se asesina comunistas. Nosotros pensamos que hay una correspondencia entre la política interior y la exterior, que no están disociadas.
Peña Nieto es un enemigo del pueblo trabajador de México. Pero enfrentarlo y derrotarlo es un asunto que corresponde a los revolucionarios de este país.
La Revolución cubana y el comandante Fidel Castro tienen todos nuestros respetos por su gesta histórica, y la solidaridad con Cuba es parte de nuestra política cotidiana. Eso es invariable.
Fidel no dejó de ser el gran revolucionario que es por haberse reunido, con Salinas, Fox o Peña Nieto, de la misma manera que estos tres personajes no alteran tampoco su calidad de políticos corruptos, criminales y funcionales al capitalismo.
Es una posición infantil adjudicar a otros, responsabilidades que son propias o manifestar frustraciones por incapacidades propias.
La grandeza de la moral revolucionaria de Fidel a estas alturas es incuestionable, independientemente de diferencias tácticas, como es entendible.
Un apunte más: ni Cárdenas ayer, ni López Obrador hoy, representan alternativa revolucionaria alguna, sino otra gestión del capitalismo. ¿Qué diferencia representan en lo esencial con respecto a Salinas y Peña Nieto?