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domingo, diciembre 22, 2024

Sara Rojas: Una canasta llena de dulces y esperanzas

MÉXICO . —¿Te puedes imaginar lo que es caminar todas las tardes todos los días, todos esos 10 kilómetros, cargando una canasta llena de dulces, mazapanes, alegrías, cigarros, y sobre todo, tus sueños, esperanzas, optimismos y cierto letrero muy peculiar?

Una mujer transgénero te lo puede explicar. Si una de estas tardes pasas por la avenida Tlalpan y ves caminar hacia Taxqueña a Sara De Noche Rojas, con su canasta, con sus zapatos de plástico cómodos, y siempre con esa sonrisa amable que se hace más profunda si logra una ganancia diaria de cuando menos treinta pesos.

Sara, la formalmente desempleada.

Sara, la madre que está sola desde hace años.

Sara, la dulcera.

Sara, la libre.

Si la ves, quizás no encuentres nada especial en ella. Sólo es una de tantas personas transgénero que salieron desafiantes a las calles de la Ciudad de México después de Noviembre de 2014, cuando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la reforma de ley que permite a las personas trans corregir sus actas de nacimiento en nombre y género, a través de un accesible trámite administrativo.

Si ves así a Sara de Noche podrías caer en un error, pues ella es una de aquellas mujeres transgénero a las que la reforma no les benefició en lo laboral, y la dejó aún flotando entre el desempleo y el subempleo; documentada, pero precarizada en una situación en la que su propia fortaleza le impide caer en la victimización.

En Sara se conjugan dos realidades laborales, la de la “microempresaria” —cómo denomina ella a su trabajo como vendedora nómada de dulces en la vía publica—, y como empleada eventual en una compañía que se dedica a hacer el aseo en negocios y casas particulares.

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De las dos actividades, la única segura es la venta de dulces, para la que debe salir de casa de su hermana, donde vive, hacia la avenida Tlalpan, y caminar durante horas ofreciendo sus golosinas quienes cruzan su camino.

Ella no tiene un domicilio fijo para vender sus productos, no tiene puesto alguno en tianguis ni forma parte de organizaciones de comercio en vía pública…

… ella sólo se tiene a sí misma y a su determinación por vivir su identidad de mujer…

 

… aún a costa de las necesidades económicas y la comodidad de un empleo masculino que le diera estabilidad.

Si detienes el camino de Sara y le compras algo de lo que ella vende, veras como su sonrisa cotidiana se vuelve más profunda, cómo toma tonalidades distintas y como llega hasta sus ojos, para estallar en una mirada envolvente, en un abrazo que rebasa el agradecimiento para convertirse en una complicidad que fortalece un día más de su vida como mujer.

“Mis ventas diarias son de alrededor de sesenta pesos, de los cuales casi treinta deben ser de inversión, de transporte, y de algo que pueda tomar o comer. Si saco las cuentas, gano alrededor de treinta pesos al día para mí”.

Tres monedas de 10 pesos, seis monedas de 5 pesos, parecerían tan poco para cualquier persona con algo de estabilidad en una Ciudad de México, donde las fondas más económicas tienen una comida corrida de tres tiempos en 45 pesos. Quince más, la mitad de las ganancias diarias de Sara, una ausencia que le impide sentarse a comer quizás a tu lado.

Pero eso no la entristece, sólo hay algo que realmente puede frenar su optimismo y su fe en el presente, y es la relación con sus hijos.

No es fácil ni para ellos saber que su padre en realidad es su madre transgénero, ni para mi estar lejos. No quieren tener contacto conmigo, pese a que prácticamente los ingresos más o menos fuertes, de mi trabajo en la compañía de aseo, son para ellos” dice con una boca que ha perdido su curvatura sonriente.

“Aun así trato de seguir adelante, que sepan que, aun con todas mis carencias por esta discriminación, por toda esta transfobia social y laboral que no se cura con documentos nada más, soy una persona trabajadora, honesta, sin vicios…

 

«… que estoy aquí, esperando el día que me quieran ver… los estoy esperando… Aún cuando los busco, siempre los espero…”

Quizás sean sus hijos, o su sobrina a la que adora, las razones por las que Sara se ha resistido a ser trabajadora sexual, pese a que vende sus dulces en la principal avenida de trabajo sexual transgénero de la Ciudad de México: Tlalpan.

“Conozco a las chicas, son buenas personas, siempre me compran dulces o cigarros y platicamos un rato”…

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La distancia de sus hijos genéticos no le ha borrado su sentimiento maternal, que ha logrado manifestar con la cercanía de su sobrina adolescente, quien es prácticamente la única que la reconoce como mujer.

«El otro día casi me hizo llorar, iba llegando a casa con mi canasta y ahí estaba ella con su novio. Quise pasar discretamente, pero me tomo del brazo y le dijo a el: Mira, ella es mi tía y la quiero mucho… “

Si alguna vez encuentras a Sara en algún lugar, cuando veas su sonrisa florecer por comprarle un dulce o un cigarro, pon atención al letrero que tiene colgando de su canasta, ese que dice con tanto orgullo:

“En este lugar no se discrimina a nadie…”

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