Las tardes de Oliver suelen ser mágicas cuando esta solo con su automovil rojo. Siempre que puede, busca un sitio sin trafico y acelera a fondo. Las ruedas y el pavimento gritan un rugido que es la voz de Oliver, y las palabras que se escuchan en su mente son» Soy Libre».
Oliver Alexander inicio este viaje sin mirar atras hace 5 años. En esa época, un adolescente se canso de travestirse en complicidad con la sociedad, y decidió seguirse a si mismo hasta donde llegara su destino. «Me gustaría que mi padre pudiera verme ahora, que me viera ya adulto, seguro de mi y de como conduzco mi vida», exclama con esa voz de volumen bajo, casi de susurro, pero de intensidad y fuerza considerable.
Su cotidianeidad ahora se basa en trabajar en un negocio familiar de decoración, con su madre, su hermana y su padrastro, quien ha pasado de ser padre de una niña a compañero y cómplice paternal en algunos ritos de masculinidad.
«A veces se pasa conmigo cuando estamos trabajando. De repente me dice, pásame esa cubeta de pintura o mueve aquel mueble… se le olvida que aún no soy muy fuerte, pero luego se da cuenta y me viene a ayudar y me dice «vamos hijo».
Pero aún así, el recuerdo de su padre genético todavía sigue, como una promesa que jamás podrá ser cumplida. Una presencia paternal que lo guía con cierta admiración y ensueños cíclicos. «El no era un carpintero, era un ebanista, un artista de la madera. Hacia cosas maravillosas tenía mucho talento y también mucha paciencia»
–Y el hubiera aceptado tu identidad de hombre? El te vio como una niña.
–Si, me quería mucho, además el era un hombre muy tranquilo, para nada violento.
Es esa obsesión por la tranquilidad, por la no violencia, la que la motivó a escoger para sí el nombre «Oliver», que proviene de las ramas de olivo, las cuales simbolizan la paz.
Delgado y de estatura no muy alta, Alexander no se distingue por su fuerza física de la misma forma que lo hace por su carácter o por su tranquilidad y optimismo, pero si por una sensibilidad que lo hace fluir entre dos figuras paternas, la del padre genético ya fallecido, pero muy idealizado, y la del padre social, adoptivo y quien lo ha cuidado desde que vivía como una niña de 11 años.
La relación de Oliver con las mujeres de su familia ha sido algo más difícil. Al principio su hermana mayor no reaccionó bien ante su transexualidad, le costaba trabajo aceptar que su hermanita en realidad era un hombre. Para su Mamá no fue tan difícil… «Hija o Hijo es igual, yo soy tú madre y eso no cambia»
La vida amorosa de este estudiante de derecho en receso académico temporal también ha sido una transición. Al principio, durante su adolescencia, tuvo algunos novios, pero las relaciones no eran muy duraderas ni satisfactorias.
Luego vino su etapa lésbica, en la que conoció a una mujer de la que se enamoró, y con la que mantuvo una relación que no logró adaptarse a su transición de género. Sin embargo, » aún podríamos volver» dice con un tono de cierta malicia en la voz.
Su automóvil rojo acelera, quema llantas y frena a unos metros de donde un hombre lo ve con un cariño inmenso.
Lentamente, apaga el control remoto, lo levanta del suelo con cuidado y lo guarda con ternura. Ese automóvil rojo fue su único juguete de niño en toda su infancia. Y lo acompañó desde sus siete años de edad. Y ambos siguen viajando juntos.