La semana pasada se llevó a cabo la Convención Anual de la Banca en el puerto de Acapulco, evento que reúne a los miembros de la Asociación de Bancos de México, y cuyo tema principal en esta edición fue el ‘El dilema global: Liberalismo contra populismo’, frente a las victorias electorales que el año pasado obtuvieron proyectos políticos que limitan la operación del liberalismo económico.
Ante los banqueros, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, arremetió contra el “populismo”. Sin ser muy claro sobre lo que para él significa, fue enfático en alertar sobre los supuestos riesgos que conlleva.
“¿A qué me refiero cuando hablo de populismo? a posiciones dogmáticas que postulan soluciones aparentemente fáciles pero que en realidad cierran espacios de libertad y participación a la ciudadanía”, explicó el Ejecutivo. “Esto en contraposición a la sociedad de ciudadanos libres que hemos logrado como país en la que el papel del Estado es ser garante de esta libertad abriendo oportunidades para el desarrollo”, dijo.
Aunque Peña Nieto nunca lo mencionó explícitamente, estas palabras tenían una dedicatoria obvia: Andrés Manuel López Obrador, el personaje más popular de la izquierda electoral y el mejor posicionado en las encuestas rumbo a la sucesión presidencial de 2018, rival histórico que ha sido calificado una y otra vez por la élite política nacional y por gran parte de su prensa aliada como un exponente del “populismo”.
Pero entonces, ¿qué es el populismo?
No hay acuerdos generales sobre el concepto de populismo, pues hay una diversidad de concepciones según varios autores y políticos que en no pocas ocasiones resultan opuestas. En las últimas décadas, desde el discurso capitalista el término se ha utilizado de forma peyorativa, generalmente usado para descalificar a los movimientos sociales y gobiernos de izquierda popular y en algunas ocasiones a los de derecha ultraconservadora.
Para algunos, el populismo es una corriente política que aboga por el antielitismo, la igualdad social y la movilización social. Sin embargo, es usado mayormente por los liberales para denostar, asociándolo con prácticas demagógicas, la mentira, el culto a la personalidad del líder y el discurso que ensalza la defensa del pueblo cuando en realidad actúa en su contra.
No es una ideología, el populismo es una estrategia para tratar de legitimar el poder.
La propuesta del liberalismo económico no genera tanto debate como el concepto de “populismo”. Es una doctrina que aboga por libertad de los mercados, la disminución o eliminación total de regulaciones y la menor intervención posible del Estado, la acumulación de capitales y la privatización de los sectores públicos. Con esta fórmula, el liberalismo económico prometió hace más de dos siglos traer un mundo más justo, con riqueza para todos, cosa que no ha ocurrido. En 2017, los ocho más ricos del planeta acumulan tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial, unas 3 mil 600 millones de personas.
Pero el presidente Peña estaba con los banqueros, con la élite que lo apoyó en su carrera por la presidencia, con la que se ha asociado una y mil veces. Se le olvidó que el año pasado fue el mismísimo Barack Obama (oh, ironía, otro liberal) el que le corrigió la plana al decirle que si preocuparse por el bienestar de las personas es ser “populista” entonces él se consideraba populista. El presidente arremetió contra lo que él entiende por “populismo”, lanzando pedradas contra el rival a vencer. Pero si por populismo entendemos la política basada en la demagogia, el engaño y el carisma del líder, en su discurso Peña no hizo más que morderse la lengua:
Populismo es regalar despensas a los más pobres en campaña para comprar el voto. Neoliberalismo es recortar los programas sociales cuando ya se es gobierno.
Populismo es darse baños de pueblo para la foto de portada y el noticiario. Neoliberalismo es colocar a los intereses de las empresas transnacionales por encima de los derechos de la gente.
Populismo es llenar las plazas de acarreados con lonches para un mitin. Neoliberalismo es gentrificar los espacios públicos.
Populismo es aparecer con tu pareja e hijos en las portadas de las revistas del corazón y socialité. Neoliberalismo es presumir en sus páginas la mansión de siete millones de dólares que le “vendió” a tu esposa uno de los corporativos contratistas de tu gobierno.
Populismo es sostener que los jóvenes son el futuro. Neoliberalismo es arrebatárselo con políticas eliminan toda seguridad social y vulneran la educación universal y de calidad.
Populismo es prometer que ya no va a subir el precio de la energía eléctrica y los combustibles. Neoliberalismo es que en la realidad los precios sigan subiendo.
Populismo es proclamarse un patriota y estadista. Neoliberalismo es socavar la soberanía nacional a través de reformas entreguistas.
Populismo es presumir un gobierno “moderno”. Neoliberalismo es rematar los bienes nacionales y privatizar todo lo que se pueda. Así funciona el “nuevo” PRI.
El “nuevo” PRI, el que abandonó al nacionalismo socialdemócrata de sus inicios para someterse al proyecto neoliberal global, lo sabe muy bien: en países como México, que arrastran siglos de desigualdad y pobreza, el liberalismo económico necesita del populismo para paliar los efectos nocivos de sus políticas de saqueo y acumulación, para darle cara amable a la oligarquía, para maquillar la miseria.