Los afectos y el cuidado juegan un papel importante en el tema de impartición de justicia y para mí está bien. ¿Qué sería de nosotros(as) sin el amor y cuidado hacia otras personas? ¿Qué sería del mundo? Simplemente sería terreno hostil y nosotros(as) no podríamos llamarnos humanos(as). Sin embargo, en ocasiones este amor nos hace ciegos(as) ante las malas obras de las personas cercanas.
Hace algún tiempo hubo una serie de denuncias, no anónimas, de mujeres hidalguenses hacia uno de esos varones que siempre están en los espacios feministas. Las respuestas que recibí de consolidadas activistas fue que ellas no apoyaban denuncias que no fueran formales, otra incluso me pidió que mejor no dijera nada porque solo “generaría grietas entre nosotras”, ya que una de sus amigas estaba emparejada con él; otras más, las que ahora apoyan sin dudar a las mujeres detrás del #MeToo, en esa ocasión no dijeron ni pío, protegiéndolo; por último, otro de los “aliados feministas” le hizo una entrevista cursilona para retratarlo como un personaje excéntrico, sí, incluso con una enfermedad mental, pero bueno, buenito deveras.
Muchas mujeres (incluso feministas) y hombres, claro, no quieren que las personas en donde depositaron sus afectos sean señaladas, mucho menos que enfrenten la justicia tal y como la conocemos actualmente.
Me di cuenta de que muchas mujeres (incluso feministas) y hombres, claro, no quieren que las personas en donde depositaron sus afectos sean señaladas, mucho menos que enfrenten la justicia tal y como la conocemos actualmente. Asimismo les duele porque se verían obligadas a reconocer sus propias contradicciones, que se están dejando guiar por las vísceras, el enamoramiento, “el corazón” y no por la razón, esa que tanto costó al feminismo señalar como no exclusiva de los hombres.
Ese es un caso a nivel local; sin embargo, el suicidio del músico y escritor Armando Vega Gil también está despertando este tipo de reacciones. Hoy la observé en la periodista Sanjuana Martínez, quien expresó que lamentaba la muerte de su amigo, quien, según ella, “nunca hubiera sido capaz de cometer algo como el abuso que se le imputa”. Afirmó también que las denuncias anónimas no son aceptables en estos casos, comparándolas con el #MeToo estadounidense donde las mujeres dieron la cara. En palabras de sus seguidores, esta fue una comparación desafortunada, debido a la gran diferencia de contexto social entre ese país y el nuestro. Al final, definió lo ocurrido como un ataque feroz y cruel que Vega Gil no resistió y afirmó que es necesario replantear el #MeToo.
Aquí entra el tema de la justicia. Hay miles de mujeres que claman por ella. Me uno a ellas. Sin embargo, coincidí con una amiga al expresar que me siento «bipolar», un poco confundida. Esta ola feminista, no sin razones, es rabiosa y a su lado yo podría parecer “tibia”, pues me preocupa que la rabia, la indignación y el dolor sean tales que estén nublando la visión y nos hagan caer en la búsqueda de una justicia meramente punitiva, que no resuelve de raíz el problema de la masculinidad tóxica.
Me preocupa que la rabia, la indignación y el dolor sean tales que estén nublando la visión y nos hagan caer en la búsqueda de una justicia meramente punitiva.
Otras amigas afirman que “los extremos comienzan a tocarse”, hablan de una especie de masculinización de las mujeres, pues el origen del feminismo fue en gran medida la búsqueda por alcanzar la posición de los varones en el mundo, misma que aún ostentan. Siento y pienso que todavía hay algo de eso en nuestras mentes. ¡Hace ya cien años Emma Goldman lo previó! Y afirmó que la mujer se estaba en convirtiendo “una criatura artificial, que tiene mucho parecido con los productos de la jardinería francesa con sus jeroglíficos y geometrías en forma de pirámide, de conos, de redondeles, de cubos, etc.; cualquier cosa, menos esas formas sumergidas por cualidades interiores”.
Siento y pienso, como escribió Goldman y Lola López, que efectivamente estamos olvidando las cualidades interiores, las formas denominadas femeninas de conducirnos, esas derivadas de nuestra “tradicional” atención a los cuidados, a los afectos, a nuestra intuición y que las estamos sustituyendo por formas masculinas, que bien conocemos como oprimidas en este sistema patriarcal.
¿Queremos justicia punitiva? ¿No hacemos así juego al patriarcado? ¿De qué servirá llevar a la cárcel a los acosadores? ¿De qué sirve en el mundo real exponerlos en una plataforma virtual? ¿Qué sigue tras el #MeToo? ¿O sólo queremos venganza? Ciertamente ilegítima no sería, pero ¿acabaría con el problema de raíz?
Las formas que aprendimos de hacer justicia desde lo punitivo que están ligadas a la lógica patriarcal. El desarrollo del feminismo no puede pasar por la repetición de modelos masculinos.
Coincido con Sanjuana en que tenemos que replantear el #MeToo y pienso también en Rita Segato, quien reflexionaba sobre cómo el escrache surgió en su país no como un modo de linchamiento, sino de juicio justo contra la impunidad; pero también advertía “Cuidado con las formas que aprendimos de hacer justicia desde lo punitivo que están ligadas a la lógica patriarcal. El desarrollo del feminismo no puede pasar por la repetición de modelos masculinos, sino por la reparación de las subjetividades dañadas de la víctima y el agresor”. La única forma de hacerlo, afirma Segato, es la política, una nueva política colectivizante y vincular.
Justicia restaurativa
Es necesario plantear otro tipo de justicia: yo me la imagino como feminizada y comunitaria, siempre bajo las nociones feministas, y me parece que esto empata bien con la justicia restaurativa.
Lola López Mondéjar, escritora y psicoanalista, recogió en un artículo para el periódico digital El Plural, fragmentos de literatura de Derecho acerca de la justicia restaurativa. Afirma que, en el Manual sobre Justicia restaurativa de Naciones Unidas, el proceso restaurativo se define así: “es cualquier proceso en el que la víctima y el ofensor y, cuando sea adecuado, cualquier otro individuo o miembro de la comunidad afectado por un delito, participan en conjunto de manera activa para la resolución de los asuntos derivados del delito, generalmente con la ayuda de un facilitador”.
Menciona también El pequeño libro de la justicia restaurativa de Howard Zehr, donde el autor va más allá y afirma que “en los procesos restaurativos no debería haber ningún tipo de presión, ni para perdonar ni para buscar la reconciliación. Pues se insiste en que este tipo de justicia no ha de confundirse con la mediación, donde se supone que las dos partes litigantes son responsables del conflicto, sino que en aquella hay un reconocimiento explícito de la existencia de una víctima y un agresor».
Los ofensores siempre tienen que aceptar, en alguna medida, la responsabilidad por su delito.
Para participar en encuentros restauradores, «los ofensores siempre tienen que aceptar, en alguna medida, la responsabilidad por su delito, puesto que un componente importante de tales programas consiste en identificar y reconocer el mal causado”. Esta es la opción que Vega Gil desechó a ojos de quienes interpretamos su suicido como una confesión. Lo mismo pasó con el personaje local que mencioné, pero, en su caso, fueron varias mujeres quienes, principalmente, le ayudaron a evadir la responsabilidad de transitar el debido proceso.
Según Lola, «la justicia restaurativa se basa en que el daño causado comporta obligaciones del ofensor hacia la víctima y hacia la comunidad. La justicia restaurativa requiere, como mínimo, que atendamos los daños y necesidades de las víctimas, que instemos a los ofensores a cumplir con su obligación de reparar esos daños, e incluyamos a víctimas, ofensores y comunidades en este proceso». Obviamente coincido con la autora en que hay violentos irrecuperables, y agrego: porque así lo quieren; con esos ni intentar nada, mejor proteger a sus víctimas y a ellos mantenerlos lejos hasta que se mueran. También coincido en que «el ideal de justicia estará siempre por delante de nuestros progresos; como lo es también que no podemos sostener un ideal de venganza ni una credulidad ingenua”.
Sin embargo, las feministas sí podemos generar agendas antipatriarcales, donde participe toda la comunidad, en el mundo real, no virtual. Me dirán que nuestras antecesoras no consiguieron sus derechos por la buena voluntad de los varones, pero ¿intentaron otras formas? ¿En verdad no siguieron la forma patriarcal? ¿Los varones de ese tiempo tenían las herramientas que tienen ahora para reconocer en sí mismos la naturalización de las manifestaciones de la masculinidad tóxica? ¿Este tiempo es igual a aquel? ¿Actuar usando fuerza contribuyó realmente a la creación de una sociedad libre de violencia? Respondamos con honestidad, no para descalificar sino para innovar y avanzar.
Innovemos y obliguemos a las instituciones correspondientes a atender los casos en el mundo real, como solicitó hoy el presidente López Obrador a Inmujeres. Apoyemos y sostengamos a las víctimas, como Tarana Burke, fundadora de #MeToo. Ellas deberían ser el centro del debate y es necesario generar las estrategias que les permitan acceder a la justicia, haciendo posible que la etiqueta de víctima sea temporal, porque nadie merece llevarla de por vida.
Del lado de los hombres, por vergonzoso que haya sido si resultaron evidenciados, muchos pueden aprovechar este #MeToo para reflexionar acerca de sí mismos y su relación con las mujeres. Algunos han comenzado por reconocerse como agresores y se han disculpado. Falta reparar el daño en el mundo real. Háganse cargo. No podrán ocultarse mucho tiempo.
¿Quién está trabajando con los niños que mañana se convertirán en adultos?
Otra propuesta más: Demos a la prevención la importancia que tiene. ¿Quién está trabajado con los niños que mañana se convertirán en hombres? Como escribí antes en mi muro de Facebook, necesitamos tiempo, compromiso, amor, paciencia, sensibilidad e información para criar en comunidad a esos niños; nos ahorraríamos tener que arreglar adultos violentos después.
¿Quién está trabajando con las niñas esas cualidades interiores como la intuición, la razón práctica más allá de la teórica? Me parece que ahí reside una gran oportunidad para ejercer verdadero autocuidado en las situaciones que nos ponen los focos en rojo. Como platicaba con amigas: la vida es cabrona y no podemos ir con el vidrio tan frágil, ingenuas, a merced de que cualquier hijo de vecino nos haga sus víctimas. Tomemos la parte de responsabilidad que nos toca en prevenir.
Veo esta crisis como una oportunidad para hombres y mujeres. ¿Que me he vuelto más tibia? Quizá sí. Quizá es la maternidad que día a día me hace darme cuenta del resultado que el apego, el respeto, el afecto, el buen trato, la serenidad y la paciencia tienen en la persona que las recibe y también en quien las brinda. Ese el camino largo y quizá sus frutos tarden en llegar, pero estoy segura que serán imperecederos.