Llegué a Pachuca el 15 de octubre de 1989; en unos cuantos meses cumpliré 30 años viviendo en esta ciudad y este Estado, o sea ésta columna se adelantó. Pero el fin de semana próximo pasado me trajo muchos recuerdos y además sorpresas.
Mi queridísima amiga Dorothy Busto me platicó que cuando su hija mayor le anunciaba con un grito desde la puerta que ya se iba, ella le cuestionaba -«¿Dorothy a dónde vas?»; la joven respondía: «¡A la vida mamá, a la vida!»
Ándele, así han sido éstos treinta años en Pachuca, ¡pura vida!.
Cuando aún estudiaba periodismo, escribí para dos periódicos ya desaparecidos, Novedades y El Heraldo, en ambos me tocó ver lo mismo: un grupo de periodistas que se organizaban el viernes para venir en caravana a la capital hidalguense. Yo pensaba ¿pues qué hay en Pachuca? (pobre inocente criatura).
¡Así es, venían al Abanico! Y a adentrarse en la vida nocturna de la ciudad, que en ese entonces era distinta a la de México por una razón: aquí todo se cerraba a las nueve de la noche y lo que estaba abierto resultaba caro, así entonces una buena parte discurría en casas particulares.
No pude tener mejor guía para la vida diurna y nocturna de Pachuca que Daniel Pérez Romero. Con él camine en la madrugada y entré a casas de barrios como El Mosco, La Alcantarilla, Patoni, El Atorón, La Surtidora, El Arbolito. Pero igual estábamos en la Aquiles, la Plutarco, Constitución, Juan C. Doria o San Javier, daba lo mismo.
En ésas casas que se abrían para quién quisiera llegar. Sobre todo se bailaba (fascinante ver a los hombres de Pachuca bailar lo que les pusieran) se contaban cuentos, anécdotas, chistes, por supuesto se albureaba, claro que se bebía y todo transcurría en paz.
Conviví con los personajes más queridos y enigmáticos de ésta ciudad: El Perico Rodolfo Weber, La Urraca Toño Damián, El Bicho Malo, Doña Vero, Juan Manríquez, por supuesto con los hermanos Pérez Romero y sus familias. Me topé en la noche con el Hombre Negro (quién nunca se dejó entrevistar); Alma Grande me sacó de un atolladero,;El Chino me preparó bisteces al tequila y las mejores cubas de la ciudad; baile sin música en plena Plaza Juárez con mi compadre Alfredo Rivera y Aída Suárez.
Con Irma Rubio hice un danza bajo una de esas granizadas, que nadie me cree, caen en Pachuca de un lado de la acera y del otro no. Con mi compadre Agustín Badillo. Vi por primera vez cómo se preparaba la barbacoa. Mi compadre Pedro Crespo me dejó atónita con su guitarra. Me eché una competencia de canto con Conrado Sandoval. Lola Michel me persiguió con un “Alka-Seltzer” en la mano porque iba a entrar al noticiero.
Lourdes Parga me cuidó toda una noche cuando caí víctima del estrés y del cansancio. Perdí al dominó con Julio Menchaca. Discutí como se debe con Roberto Meza (que, créanme, no era nada fácil). Omar Fayad me enseñó a preparar los mejores Bloody Marys. Agustín Ramos trató de consolarme sin éxito cuando supe que mi hermano tenía cáncer. Disfruté del mejor jazz con los hermanos Gándara en la “Fresca Rosa”.
Todos estos recuerdos detonaron el fin de semana.
El viernes, Corina Martínez me invitó al 16 aniversario de su programa de radio “Desearte”. Ahí se presentó la magnífica cantante de Jazz y Blues, Nina Galindo. Ya en casa de Corina, Nina me sorprendió con su prodigiosa memoria y me hizo recordar otra anécdota.
Hace muchos años, Nina vino al aniversario de la sección cultural del Sol de Hidalgo, “Intervalo”, que coordinó Aída Suárez. Me tocó hacerla de chofera. Era la primera vez en mi vida que manejaba una combi. Salimos del “Socavón” tardísimo, el estacionamiento cerrado con llave, gritamos para que nos abrieran.
Varios perros furiosos que espumaban saliva salieron a nuestro encuentro. Detrás un enorme hombre con uniforme, todos le suplicamos que abriera. La verdad es que él sólo escuchaba una voz, la de Nina: «¡Es que éstos perros son bien buena gente, siempre me avisan cuando alguien viene!», le dijo. Nina, qué no solo tiene una prodigiosa voz para cantar, sino también para hablar, lo convenció de que abriera.
Entramos y nos dispusimos a abordar la camioneta. Nina entonces le pidió su quepí al policía, el policía se lo dio y ella lo modeló como si de un sombrero de Coco Chanel se tratara. Lo cierto es que si Nina le hubiera pedido la pistola al policía…la pistola le habría dado el policía.
El sábado por invitación de mis amigas de “Dulcísimo Ovario”, estuve en El Hostal del Viajero, para el cierre del laboratorio Drag que ellas organizaron la semana pasada. Ambos eventos inéditos en Pachuca, tanto el experimento como la fiesta. La mejor sorpresa que me llevé fue ver familias completas que estuvieron en el lugar para ver a sus hijos convertirse en mujeres y a sus hijas en hombres.
¡Les aplaudieron a rabiar! También varias personas que no tomaron el taller llegaron vestidas como Drag Queens y Drag Kings. ¡No cabe duda que las cosas están cambiando en ésta ciudad tan reacia al avance! En otro tiempo esto sólo se podría haber hecho bajo el cobijo de la clandestinidad.
Ahí me quedó clara la diferencia entre los grupos de ultraderecha y los que abogamos por los derechos humanos de todas y de todos. Mientras la ultraderecha sólo se concibe a sí misma y quiere que las y los demás desaparezcamos, las y los progresistas estamos convencidos de que todos y todas podemos convivir con respeto, tranquilidad y paz, ¡exactamente como estuvimos éste sábado en pleno corazón de Pachuca!
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