Con la reforma laboral impulsada por el presidente López Obrador y la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, las empresas en México ahora están obligadas a respetar las prestaciones de ley y reconocer la relación laboral entre la patronal y los trabajadores; es decir, se eliminan las subcontrataciones y se tiene, por obligación, emplear a las personas con pleno reconocimiento a un salario digno y estable, con base en las leyes federales y los tratados internacionales en materia de Trabajo.
Sin embargo, muchas industrias y comercios que pretendían librar sus obligaciones ante la ley mediante la subcontratación o contratos lenoninos, están desesperados buscando maneras de salvar su plusvalía; o sea, la ganancia, ese dinero que se queda el empresario luego de restarle a un trabajador su salario de lo que realmente produce. Así, un estudio del economista Julio Boltvinik demostró que un obrero produce en medio día de trabajo el total de su salario semanal, en promedio. ¿Quién se queda con el valor de lo producido en el resto de los días? Sí, la empresa; o para decirlo en concreto: los dueños de las empresas.
De tal modo, la corporación RICA, propietaria de COCA-COLA y la Embotelladora Las Margaritas, en Hidalgo, decidió hacer lo propio para mantener su flujo de ganancias. Para ello, consideró que la mejor idea era cargar contra los trabajadores. Entonces, hace unos días informó a sus vendedores que les quitaría lo conocido como «sueldo base», un salario fijo de poco más de 900 pesos a la semana que cada vendedor y ayudante obtienen, a lo que podían sumar lo obtenido por comisiones de venta. Sin embargo, la industria ahora despojará a la base laboral de ese pago fijo, para obligarlos a trabajar solamente por comisiones.
Por supuesto, los trabajadores se fueron a la protesta. Se trata de unos 72 obreros, sí, esos hombres que van uniformados con los colores de Coca-Cola, manejando camioncitos entre los barrios, repartiendo los productos de la refresquera directo en los hogares.
«Yo aportaba setecientos pesos a la semana en mi casa y les podía dar un bistec a cada uno de mis hijos, que tengo tres. ¿Y ahora? ¿Cómo les digo que sólo les toca medio bistec? ¿A poco el patrón se los va a venir a dar?», me cuenta Fileno, quien lleva tres años como vendedor. De los novecientos de su sueldo base, le sumaba otros novecientos de comisión, a veces más, casi siempre menos.
—¿O sea, unos mil ochocientos a la semana, son siete mil doscientos al mes?
—¡Menos! Como siete y a veces unos seis; seis quinientos en promedio.
—Por una jornada de ocho horas…
—¡Ojalá! –ríe—. Yo trabajo desde las siete y voy entregando mis facturas a las ocho o nueve, Échale, son unas catorce horas al día, fácil.
—¿Trabajas catorce horas al día?
—Es lo que te digo. Si nos quitan el sueldo base yo tendría que trabajar el doble para no verme afectado.
—O sea, trabajar todo el día, veinticuatro horas, todo el día…
—Ahí está. ¿Y cómo hago eso? Es lo que la empresa no se pone a ver, la parte humana. Imagínate, si no les importamos nosotros como empleados, ni como personas, ¡pues menos nuestras familias!
Luego del pequeño paro laboral del martes 20, la corporación RICA corrió a catorce trabajadores que se resistieron a las nuevas imposiciones. El resto, continúa negociando con la empresa que a fuerza les quiere quitar el sueldo base. Lo que quieren los vendedores es que, al menos, les suban el porcentaje de la comisión que más o menos está en unos treinta centavos por cada botella de Coca-Cola de dos litros, la que cuesta veinte pesos.
Mientras tanto, los camiones de Coca-Cola volvieron a la calle. El corporativo RICA y Coca-Cola continúa facturando con regularidad. Ampliar la protesta no está en el panorama, de momento. Sin embargo, las autoridades de la Secretaría del Trabajo estatal y federal, aún tienen mucho para decir y hacer. Porque es cierto que la pandemia le bajó el ritmo a la economía, pero eso ni nada puede ocuparse como pretexto para cargarle la crisis a los trabajadores, sin los cuales no habría empresas, ni producción, ni economía, ni nada. Ni un engrane se movería sin ellos, ni una corcholata.