Al fin: 26 años después de que viera la luz su primer capítulo, hace unos días fue lanzado en occidente el último filme de la mítica saga Evangelion: “3.0+1.0 Thrice Upon a Time”, el cual da por concluido uno de los viajes más impactantes y representativos de las industrias culturales en muchos, muchos años.
Sin embargo, así como es de icónica, influyente y representativa, Evangelion también es un producto que puede llegar a ser muy, muy difícil de entender en su totalidad. No en vano, durante dos décadas y media, se volvió un meme la idea de alcanzar la iluminación geek a partir de ser capaz de entender y, sobre todo explicar, su(s) final(es).
Y esto no solo se debe a que Hideaki Anno, su creador, ha declarado en varias ocasiones que cada quien puede darle la interpretación que quiera (y es que su gran creación permite desde las teorías más sencillas y directas, hasta las más pachecas y disparatadas), y es porque básicamente Neon Genesis se convirtió en una fenómeno transgeneracional tan grande, que su impacto puede analizarse desde la cultura de masas, desde lo antropológico, lo filosófico y teológico, pero, principalmente, desde el psicoanalítico:
Evangelion puede ser un fenómeno que ha impacto la mitología shōnen y seinen (manga / anime de peleas y para adolescentes respectivamente). Puede ser un producto que terminó por consolidar la influencia oriental en occidente; puede ser una lectura de la iluminación budista, la cábala judeocristiana y su relación con el equilibrio humano. Puede ser el ejercicio crítico de la identidad ante la unicidad a la que el sistema busca transformarnos… pero, probablemente, sea su extraño, salvaje, emocionante, onírico, y surrealista viaje de depresión, duelo, adaptación y autorrealización humana lo que, en mi particular punto de vista, es lo que convertirá a Evangelion en un producto fundamental digno de revisión universal y, sobre todo, uno de los productos de cultura de masas japonesas fundamentales de toda su historia.
Este escrito no tiene la intención de servir como análisis de la serie / filmes, porque para eso hay, literalmente, cientos (tal vez miles) de textos y videos… por el contrario, tal vez lo que se necesita, es entender qué es aquel detalle que nos puede llegar a incomodar tanto de un producto que podemos amar demasiado: porque creo firmemente que, a pesar de la filosofía, la metafísica, y las referencias religiosas, Evangelion es una serie donde todo gira alrededor de los humanos y de sus estados emocionales.
En sus cuatro visiones – El manga original, Neon Genesis (la serie animada), Revival (las dos películas “Death (true)2” y “The End”), y finalmente Rebuild (la más reciente tetralogía de filmes que funge como readaptación / continuación) – la premisa comienza de una forma muy similar: en un Tokio futurista, una organización defiende la tierra de la invasión de monstruos cósmicos denominados ángeles, y lo hace por medio de mechas (robots gigantes) llamados Evangelions o Evas, cuyos pilotos (a fin de una mejor sincronización neurológica) deben ser adolescentes. Su protagonista, Shinji Ikari, es un niño elegido para pilotar un Eva y que en los primeros minutos descubrimos que es el hijo abandonado del director del programa de defensa.
Hasta ahí, la historia no parece nada diferente al Shōnen / Seinen japonés promedio… pero conforme la trama avanza, la serie entra en una metanarrativa sustentada en argumentos filosóficos y en una suerte de drama post apocalíptico / surrealista que deja imágenes y secuencias imposibles de olvidar.
Hay muchas versiones e interpretaciones a todo lo que sucede en Evangelion, Sin embargo, hay un punto en que la inmensa mayoría de sus fans parecen coincidir: a pesar de ser el centro de toda la saga, Shinji demostrará a lo largo de la trama, que es uno de los personajes más pusilánimes jamás creados: a pesar de ser el protagonista y “héroe” de la historia, es imposible no odiar por momentos a un tipo que vive en un narcisismo y encierro egoísta ante el fin del mundo, mientras que el resto de sus cuatro mujeres coprotagonistas están dispuestas a dar la vida por su tarea.
Pero…
A lo largo de los 20 años consumiendo sus distintas versiones y con mayor resonancia en su remake / secuela de 4 películas que actualizan la saga para las nuevas generaciones, se puede notar algo en la insoportable personalidad del protagonista: Shinji Ikari, ese “cobarde” que no soportamos ver cómo se hundía en su propia autocompasión mientras el resto salvaba el mundo sin chistar… es simplemente la simbología pura de un viaje: el viaje psicoanalítico de la depresión, su atención y su potencial superación y sanación.
Shinji difícilmente puede ser visto como héroe clásico: se niega a cumplir su misión y nada ni nadie alrededor parece, al menos en el gran escenario, importarle más que su propio dolor. En sus distintas versiones, dicho ensimismamiento puede ser más superfluo o profundo, pero es en Rebuild donde de verdad, por primera vez (y aunque es no evita que nos pueda seguir cayendo mal) entendemos el porqué Shinji es un personaje sumido en su propia miseria:
De entrada, perdemos de vista que Shinji no deja de ser solo un niño de apenas 14 años, a quien, el vivir aislado y con una incapacidad terrible de socializar, en un instante le cae, literalmente, el peso del mundo en sus hombros (además claro, sin olvidar el enfoque idiosincrático oriental, de sus productos de entretenimiento, al menos, que es la exageración, sobrerreacción e intensidad de los sentimientos) : de repente, se ve obligado a salvar a una humanidad que le ha ignorado y menospreciado, y que no es más que la representación de ese padre que lo abandonó; la obligación de no cuestionarlo y de seguir sus instrucciones a pesar de que éste actúa como si nada de su abandono hubiera ocurrido.
El propio Hideaki Anno ha declarado que, cuando comenzó a crear esta obra, se encontraba sumido en una enorme depresión, y así es como podemos ver que Shinji no es nada más que la sublimación de todo su dolor: Shinji no solo no quiere crecer, sino que no puede crecer, pues toda su vida ha carecido de figuras materna y paterna, y en un instante, no solo el mundo entero depende de él, sino que además se ve rodeado de una responsabilidad que jamás ha tenido, de una sexualidad latente cuando él mismo no es capaz de entender la propia; y de un dolor y culpa como los únicos motores para la acción.
Además, el mismo Rebuild nos muestra, a partir de su tercera película, de que su depresión es realmente justificada por haber tomado dos decisiones al principio y final de dicho filme, que terminan materializando sus miedos e inseguridades sobre su (in)capacidad para hacer frente a su responsabilidad y misión… un miedo al que, el mismo sistema interiorizado nos hace enfrentarnos día tras día en la dinámica de esta sociedad cansada.
El resto de protagonistas que le acompañan (y que, a pesar de que son mujeres poderosas, todo gira alrededor de Shinji, y que lo que él gana en desarrollo de personaje en Rebuild, lo pierden un poco las demás en sus subtramas para a veces ser solo un mero fanservice… pero eso es debate aparte) son también una representación de la soledad y la inseguridad; aunque, a diferencia de Shinji, ellas sí siguen adelante y triunfan en sus misiones, fracasan estrepitosamente en salir de su propio hundimiento emocional… Por eso mismo, Shinji no intenta salir: porque todo se desmorona, porque las responsabilidades no se detienen, pero eso no significa – como lo ve en Rei, Asuka, Misato, Kaworu, y Ritsuko – que el hacer de cuenta que no está ahí el dolor, el disfrazarlo de superyó, de narcisismo, de seguridad, u ocultarse en sus trabajos, no les ayuda realmente a salir de ese abismo…
“Súbete al robot” esa frase que durante años pudimos interpretar como “no seas desobligado y egoísta, cabrón”, resulta que era realmente una representación de lo que hoy conocemos como felicidad tóxica: “no estés triste, sonríe, aunque te sientas del carajo, porque tienes una obligación social por cumplir”.
(A continuación, no son spoilers directos, pero sí referencias a los cuatro finales de la saga)
Shinji es un niño con un complejo de Edipo brutal y con un padre de la horda aplastante, con una sexualidad despertada a trompicones y con una pulsión de muerte latente en todo lo que le rodea… aun así, en todos los finales (con variaciones menores, mayores, de una vibra optimista, perturbadora, o más surrealista), este niño incapaz de afrontar de manera madura el peso del mundo, encuentra la manera de no hacer pedazos todo (y en caso de hacerlo, buscar arreglarlo):
En alguno de los finales más introspectivos, enfrenta sus propios complejos (y de paso externa lo que toda la audiencia creía ya de él), se da cuenta de que él debe cambiar y aceptarse, para liberarse de aquello que le impide crecer…
En aquellos más cercanos al enfoque social / filosófico, Shinji cambia también y decide abandonar su lógica de desapego: cuando lo más fácil era volver a huir, decide que, a pesar del dolor, las pérdidas, el desamor y el abandono al que le han condenado, decide que la humanidad merece permanecer, con sus defectos y virtudes, y con la oportunidad de que cada quien pueda encontrar su propio alivio, su propia salida de su abismo personal, y no solo ser parte de un ente inerte ante un sistema que quiere decidir por ella, aun cuando esto representara que no habría más tristeza (pero tampoco ninguna otra emoción)…
Finalmente, en otra versión, Shinji no disfraza su dolor, no reproduce los errores y vicios horribles de su padre, y la superación de sus problemas con éste y su madre, termina siendo la clave para que él siga adelante y finalmente pueda crecer y vivir una vida con blancos y negros, pero bajo su elección: al final, después de toda esa depresión, duelo y enfrentamiento, tendremos la oportunidad de dejar atrás nuestros demonios, nuestras representaciones paterno / maternales de amor a cuentagotas, y seremos capaces de encontrar algo y a alguien que de verdad esté más allá de nuestros demonios y patrones tóxicos de siempre y nos inspire a lidiar con nuestros miedos … La vida no será siempre perfecta, pero, al final, viviríamos una vida que sí queremos… porque lo cierto es que, nadie debería vivir una vida que no quiere, nadie debería vivir sumido en el miedo y deberíamos tener siempre una esperanza, con momentos de felicidad o tristeza, y donde, ni Shinji, ni nadie, debería subirse al robot.
(fin de potenciales spoilers)
…
Al final, Shinji sigue siendo un personaje odioso, pero descubrimos que el motivo por el cuál nos causa tanta aversión, es precisamente porque representa nuestro propio dolor y miedo en estado puro. Cada decisión, cada acción de éste tanto en la serie, como en el Revival, y el Rebuild, son nuestros terrores inconscientes… y por eso nos cuesta tanto aceptarlo, porque hemos sido ese Shinji al que le aterra la vida, que no quiere vivir en un ambiente que solo le trae dolor, aunque sea lo único que conocemos…
Pero también es la representación pura de que – aunque no es una obligación, aunque sea a nuestro propio ritmo y tiempo – podríamos intentar salir del dolor… de que crecer es seguir viviendo con miedo, pero siguiendo adelante a fin de cuentas…