PACHUCA — En política, el uso de la voz es un privilegio que otorga la congruencia. Si bien todo el mundo tiene el derecho a manifestarse, en el caso de sugerir, advertir o reclamar sobre la conducta de otro, es requisito primigenio contar con autoridad moral. Resulta inadmisible considerar la opinión de quien no ha abrevado prestigio, sino, muy al contrario, es de connotada deshonra.
Al respecto, medítese sobre el reciente comunicado emitido por un pequeño grupo de priístas acerca del conflicto en el Revolucionario Institucional por su candidatura a la gubernatura de Hidalgo. Se trata de una misiva carente de formato y reglas ortográficas, firmada por vetustos protagonistas de un régimen moribundo. La dirigen al presidente del PRI en Hidalgo, Julio Valera Piedras, primero como comentario, después como solicitud y al final como exigencia.
En sus partes esenciales, dicen:
“Te corresponde como nuestro dirigente buscar la unidad al interior de nuestro partido (…) La historia y la tradición del PRI les conceden a sus jerarquías tomar las decisiones trascendentes; ha sido un voto de confianza que mantuvo por décadas los equilibrios políticos (…) Hoy no son las bases, sino las dirigencias formales o morales las que provocan severa división con sus declaraciones mediáticas. Te solicitamos hacer un llamado enérgico para evitar las confrontaciones o polarizar a la militancia y trabajar sólidos para enfrentar el proceso electoral 2022”.
Te interesaría leer: Comenzó el año de Hidalgo
No lo expresan —porque hay que tener valor para hacerlo—, pero al decir: “las dirigencias formales o morales (…) provocan severa división con sus declaraciones mediáticas”, se refieren al gobernador Omar Fayad Meneses, quien denunció en redes sociales la operación del presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, para entregar al Partido Acción Nacional la candidatura que le correspondía al priísmo. De haber tenido los arrestos, más que una inferencia, habrían erigido su reclamo sin menoscabos. Pero estamos ante nombres que se han difuminado en el tiempo a razón de su medianía y hoy brindan conocida muestra de su talante.
El comunicado se perderá en los archivos de quien lo redactó. Sin embargo, quedará evidencia de su mezquindad. Quienes lo suscribieron han optado por cometer la primera de las traiciones a los equilibrios políticos aludidos con advenediza melancolía. En su oportunidad, nunca alzaron la voz ante las tropelías de sus jefes políticos; si lo hacen ahora, no es para defender la historia, sino para contradecir al primer priísta en turno, convirtiéndose en compinches de la ruptura. Así se pierde la unidad y la vergüenza para evocarla.
Mejor hubiera sido llamar de vuelta al carril a quien pretende abanderar al PRI, colándose por la puerta del PAN. A que, de ser candidata, lo sea bajo la tradición —ahí sí—, del Partido que dice representar. O es que, quizás en realidad, nunca tuvo oportunidades reales de conseguirlo o bien, encontró el desprecio de la base, la real, esa que mueve algo más que la cuchara de café en sórdidas reuniones semanales. ¿No es esto lo que reclamaría cualquier trasnochado del viejo priísmo? ¿Y no son estos remitentes, concienzudos aspirantes a depositarios de escombros?