Mädi significa amor en Otomí. Así se llama mi perra mestiza. Más que una mascota, es mi compañera, mi amiga. Podría parecer esta una aseveración banal, en incremento durante los últimos tiempos, pero no lo es en absoluto. Ella me eligió el 19 de marzo de 2021. Confieso que la adopté porque entonces estaba enamorada de alguien que tiene a su propio compañero y nos imaginé caminando a la orilla de la playa con un perro a lado cada quien. Luego le dije lo que sentía por él. “No sirvo para estar con alguien”, me dijo, así que nunca sucedió nada. Pero Mädi se quedó conmigo.
En los tiempos difíciles salíamos a caminar por horas y en ese momento surgía la esperanza de que vendría la luz. Ahora paseamos menos por mi jornada laboral, pero las dos comemos mejor.
El viernes salí temprano del trabajo y lo primero que llegó a mi mente fue salir con ella. Fuimos al campo. Mientras llegábamos, vino a mi mente ese mensaje: “sólo puedo ofrecerte mi amistad”. ¿Qué hice mal? Todo iba bien, según mi perspectiva; charlábamos todos los días, bromeábamos, hasta le compré un llavero de ajolote en mi paseo por Xochimilco; salimos a comer sushi y me dio pena no saber utilizar los palillos… ¿fue por eso? ¿O quizá porque, mientras caminamos por avenida Revolución, casi tropiezo? ¿Se dio cuenta?
Mädi y yo llegamos al campo donde mi abuelo iba a abrazar a los árboles. Estaba un perro que siempre la espera. La solté y jugaron un poco; se veían felices; hasta que pisó la tierra de otro can seguro de sí mismo, blanco con manchas cafés; soberbio, altivo. Los observó de lejos. Mi perra mestiza, insegura por su origen, lo miró, ignoró a su amigo (que decidió salir del juego) y corrió hacia el engreído. Tomó la iniciativa ¿Una perra? ¡Qué barbaridad! Ella debió esperar a que el perro la conquistara; eso no es bien visto en las jaurías.
Se huelen, se miran, parece que ensayan una coreografía. Ella corre y él la persigue. Luego Mädi se da cuenta de que va adelante. Regresa a su lado; juegan, sonríen. Mi perra salta y lo abraza. Algo parece surgir entre ambos.
De pronto, ella corre feliz a la espera de que la persiga. No sucede. Él la mira otra vez altivo, le muestra su superioridad de macho, da la vuelta y se va. Mi Mädi se queda parada y lo observa con tristeza. Camina hacia mí y, antes de llegar, voltea por si acaso el macho se ha arrepentido, pero ya desapareció del campo…
Tomó la iniciativa ¿Una perra? ¡Qué barbaridad! Ella debió esperar a que el perro la conquistara; eso no es bien visto en las jaurías.
No debí decirle que saliéramos para ver qué pasa. “No tengo intención de ver qué pasa”, me respondió. Debí hacer caso a los consejos. “Espera a que él te busque, no le contestes tan rápido, no escribas primero”. Pero, ¿acaso esa actitud no es alimentar el machismo en el cual las mujeres deben ser conquistadas y los hombres los conquistadores? En este 2023, ¿lo asustó que fuera yo quién tomó la iniciativa? ¿Una mujer? ¡Qué barbaridad! Eso no es bien visto en la sociedad. Pero en la película Un lugar llamado Notthing Hill, Julia Roberts le dice a Hugh Grant: “sólo soy una mujer pidiéndote que la ames”, y él le corresponde. En la escena final, ella está embarazada y acostada en una banca mientras él lee un libro.
En cambio, la respuesta que recibí yo fue: “sólo puedo ofrecerte mi amistad”. Malditas películas románticas. El llavero de ajolote se quedó en la bolsa esperando ser entregado.
Cae la tarde, estamos en medio del campo. El cielo parece de un color violeta; el aire mueve los árboles que abrazaba mi abuelo. Le acaricio la cabeza a mi Mädi, le pongo su pechera y nos vamos juntas, solteras, amigas, libres.