La política sigue siendo una cosa de hombres. O más bien, de machos, si se considera que esa política asoma algunos de los peores defectos masculinos: la violencia, la trampa, el acoso, la venganza. Cualquiera que haya asomado la cabeza en ese ambiente, sabe que así es.
De tal modo, esos hombres, han relegado a las mujeres de los puestos de decisión política. No quieren que ellas trastoquen su pacto donde todo abuso queda sepultado en la complicidad.
Por eso hay muchos hombres que siguen creyendo que la paridad de género es un exceso. Hombres de gobierno. Hombres dirigentes. Hombres que, por sus cargos, tendrían que velar por la igualdad, se supone. Porque es un mandato moral y, por si fuera poco, orden de la Constitución.
Pero sigue siendo la ocasión de la negligencia. Esos hombres, no sólo no cumplen con los principios de la paridad, sino que detestan incluir a las mujeres. Aún peor, hacen y harían todo lo posible para que las mujeres nunca tengan que llegar a puestos de decisión y gobernanza.
Y si acaso mujeres, mas nunca feministas. Esas incorregibles que acusan al macho y no lo dejan actuar. Que hacen las leyes en contra de la violencia y se atreven a incomodar en los actos públicos. Esas, las que le ponen un alto a los acosadores.
Por eso hacen falta más mujeres y más feministas en política. Para que la balanza de poder, cambie. Para que el pacto patriarcal se quiebre y se derrumbe. Para que las víctimas de la misoginia política obtengan justicia.