En el intrincado tablero político de Hidalgo, donde las piezas las mueven sólo quienes conocen el juego, la llegada de Julio Valera Piedras a la delegación estatal de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) no es un movimiento más. Es, más bien, una jugada que se traza sobre el camino de la Cuarta Transformación en la entidad. Valera Piedras, un político de oficio con más de tres décadas de servicio público, no llega de manera fortuita. Su arribo es el resultado de un proceso natural, casi orgánico, que refleja tanto su experiencia como su compromiso con el proyecto que hoy encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum.
No es casualidad que su nombre resuene en los pasillos del poder hidalguense. Con una trayectoria que incluye la creación de universidades tecnológicas y politécnicas durante su gestión como delegado de la Secretaría de Educación Pública, así como la coordinación de planes sociales PROSPERA que hoy son la columna vertebral de los Programas del Bienestar, Valera Piedras es, sin duda, un funcionario que conoce las entrañas de la administración pública. Su experiencia es un activo invaluable para un gobierno que busca transformar desde la raíz.
Sin embargo, como suele ocurrir en la política, su incorporación no ha estado exenta de críticas. Desde las sombras, algunos han intentado usar su pasado priísta como un ariete para desacreditarlo. Pero, ¿es realmente válido ese argumento? La crítica, en este caso, no solo es infundada, sino también hipócrita. Muchos de quienes hoy cuestionan a Valera Piedras fueron, en su momento, cómplices silenciosos del priísmo; alzando el teléfono desde las oficinas de la «izquierda» para preguntar por el depósito que les llegaba desde cuarto piso, quincena tras quincena. A diferencia de éstos, muchos de los cuales hoy se dan golpes de pecho, el paso de Valera Piedras hacia Morena se ha dado a la luz del sol, con transparencia y con un propósito claro: contribuir al proyecto de la 4T, cuando tantos más, en cambio, sólo se visten de guinda para servirse de éste.

Por ejemplo, ¿no fue Valera Piedras quien, desde el Congreso del Estado, mermó la influencia de la Sosa Nostra, sí, ese clan que sostenía los hilos de Morena? Muchos de los que hoy critican su incorporación abierta a la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum, hace unos años comían gustosos en el plato que les servía el Grupo Universidad, enemigo declarado de la democracia hidalguense. Esos mismos —entre ellos, fundadores— y otros, quienes hoy también se rinden ante el descarado osorismo encarnado en el senador Cuauhtémoc Ochoa y varios más que nunca, ni por disimulo, algo hicieron en favor de la transformación en el estado. Y ni lo harán.
Pues bien, Valera Piedras no es un recién llegado al morenismo. Su afiliación y su trabajo abierto en favor de las candidaturas de Morena, incluyendo la de la propia Claudia Sheinbaum, durante las pasadas elecciones legislativas en Hidalgo, son prueba de su compromiso con esta franja política. Su incorporación al gobierno no es un acto de oportunismo, sino la culminación de un proceso político que refleja tanto su convicción como su capacidad para sumarse a un proyecto de transformación.
En un estado como Hidalgo, donde la política suele ser un campo minado de intereses y lealtades cambiantes, la llegada de Valera Piedras representa un respiro. Es la confirmación de que la Cuarta Transformación no es un proyecto cerrado, sino uno que busca sumar a quienes, con experiencia y compromiso, están dispuestos a trabajar por un México más justo.
Las críticas, por supuesto, seguirán. Pero en política, como en la vida, lo que importa no es de dónde vienes, sino hacia dónde vas. Y Julio Valera Piedras ha dejado claro que su rumbo es el de la 4T. En Hidalgo, su llegada no es solo una buena noticia; es una señal de que la transformación, con todas sus complejidades, avanza, y tiene la capacidad de sumar cuadros valiosos que antes aportaban y ahora lo harán mucho más, con credencial en mano.