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martes, julio 8, 2025

«¡Noroña presidente!»: El senador encanta al pueblo de San Agustín Tlaxiaca

Un par de hermanas juegan arrastrándose sobre el piso de la plaza central de San Agustín Tlaxiaca, ignorando entre mordidas y volteretas que levantan el polvo acumulado en la losa de cemento, al tumulto pacientemente sentado sobre sillas plegables que espera la llegada del senador Gerardo Fernández Noroña. Una y otra vez, el maestro de ceremonias anima a la gente al rededor: «Les hacemos la cordial invitación…». Pero el pueblo está en lo suyo. Camina. Compra elotes. Los novios van de la mano. Las madres pasean las carriolas. También, a unos pasos, bajo la techumbre municipal, de esas que son muy comunes de encontrar en los pueblos pequeños del estado, unos niños juegan fútbol con playeras de la selección mexicana que, precisamente a esa hora, está jugando la final de la Copa Oro contra Estados Unidos. «¿A qué hora llegan?». «Ya son las cinco». «Que ya vienen para acá». «Ojalá llegue más gente». «Ojalá». Los nervios espuman entre el equipo organizador que mueve sillas, jala cables, hablan entre sí y miran una y otra vez el reloj de los teléfonos, esperando el momento del arribo. Gol de Estados Unidos. Uno a cero, sobre la escuadra mexicana.

Corren despacio los últimos minutos de luz del domingo; sin embargo, hay suficiente calor para andar sin chamarra. Las hermanas siguen arrastrándose, hincándose los colmillos en las piernas, gruñendo con ternura, lamiéndose las orejas y sacudiéndose de pronto el polvo que también arrastra algunas hojas secas sobre su pelaje amarillo. La gente parece acostumbrada a sus juegos. Nadie les reprende, ni les tira una patada, aun si, entre sus juegos, caen a los pies de algún viejo que prefiere alzar los suyos, antes de pisarles la cola. Bajo la techumbre, el balón sigue rodando. Y el maestro de ceremonias no evita distraerse con una que otra jugadita; hasta que, por una esquina de la plaza, cerca de donde se halla la Presidencia Municipal, llega el senador Noroña escoltado de la senadora por Hidalgo, Simey Olvera, la diputada local, Tania Meza y el presidente de Morena en el estado, Marco Rico.

El tumulto creció de pronto. Unas diez, veinte personas se acercan al paso del político para saludarlo, abrazarlo, sacarle una foto y recibirlo. Él se deja querer. Igual abraza, da la mano, dice gracias. Y los aplausos se dejan oír, tanto que a las orillas de la plaza, las parejas, las madres, los hombres y los jovencitos que andan por ahí dejando que el día acabe, alzan la vista hacia el barullo. Se informan por la voz del maestro de ceremonias que a buen tono grita: «¡Le damos la bienvenida al senador Gerardo Fernández Noroña!», Y no son pocas las personas que se acercan. Hay sillas pare recibirles, no hay vallas, ni guaruras; pero sí una gran lona blanca sobre la cual guarecerse si es que, en una de esas, se deja caer la lluvia.

El pueblo escuchando con atención las palabras del senador Noroña. FOTO: Luis Alberto Rodríguez / DESDE ABAJO MX

Las sillas se llenan. Y en el ajetreo, una da de sí y, con ésta, un señor de sombrero azota de nalgas. Al rededor de él, sus acompañantes sueltan la carcajada. Pero más allá, todas las miradas se concentran en Noroña quien toma su lugar frente al público. Una persona del equipo organizador, de chaleco guinda como es habitual, apuesta a la fortaleza de los asientos. Aunque aclara: «Es que son de las de trescientos, de las baratas. Es para lo que nos alcanza. Pero sí aguantan». El presidio se sienta. Pasan los minutos y nadie ha pasado vergüenza. Las cosas irán bien, parece. Así lo demuestra el público que aplaude cada nombre que es anunciado; y cada cual, tomó la palabra, diciendo más o menos lo mismo, más o menos lo esperado: vivas a Noroña, a la 4T, a Claudia Sheinbaum, a López Obrador y, a veces, al gobernador Julio Menchaca. Y de tal modo, se dejaron sentir los vítores de forma gradual, haciendo espacio para el siempre presente: «¡Es un honor estar con Obrador!», en cada ocasión en la cual se mencionaba al expresidente, despertando la memoria del pueblo tlaxiaquense.

A propósito, Noroña atajó: «Yo prefiero decir ‘es un honor luchar con Obrador. Porque estar, cualquiera. Pero, luchar…», Y de nuevo los aplausos de retorno al senador, especialista en multitudes. Y en hombres, al parecer. Porque, las primeras filas lucían con mayor presencia de varones, todos mayores a los cuarenta o cincuenta años, que asentían con cada palabra del político y lo miraban con el mismo brillo de un niño mirando a Santa Clos. Y alzaban la mano, cuando él preguntaba; y reían con cada chiste; y grababan con su celular cada detalle; y chocaban las palmas de sus gruesos y morenos brazos en cada arenga del exaspirante presidencial. Pero las mujeres también, y las personas más jóvenes, las que se acercaron y las que prefirieron escuchar desde alguna esquina de la plaza, sin ser parte, pero atendiendo el fenómeno de quien convocó y, como casi nunca se observa en eventos así, mantuvo la atención del pueblo que lo escuchaba; no como en otras ocasiones proselitistas, más o menos iguales, llenas de banderas y de tambores, pero donde se nota la distracción del acarreado. Y si aquí hubieron, pasaron de largo. Porque las miradas al frente y los brazos quietos, denotaron un genuino interés en escuchar el orador, aún cuando, en la tele, la selección mexicana se jugaba una final; aun si el domingo destellaba sus últimos fulgores dorados que traslucían entre los sombreros caídos y los cabellos desmarañados.

El senador Gerardo Fernández Noroña se dirige al pueblo de San Agustín Tlaxiaca. FOTO: Luis Alberto Rodríguez / DESDE ABAJO MX

Dos a uno, ganó México y es campeón de la Copa Oro. Noroña está por terminar su discurso, sin perder la atención de quienes lo escuchan. Su voz es pausada y cercana. Habla como un tío lejano, un familiar que vive lejos y viene de visita. Convocó al pueblo que, de ciento veinte sillas, quizá paso a doscientas personas o más, paradas, de paso, de un rato o de todo el tiempo, pero que ahí estuvieron. Como esas hermanas peludas que hasta pausaron su juego para acurrucarse entre la gente mientras pululaba la voz del senador por las bocinas. Y lo mismo otros como ellas, sucios y nobles, de todos y de nadie, que se acercaron también al fragor de la camaradería convocada por el político quien, al cabo, termina su discurso. Pide que la gente se acomode para una foto. Y la gente se arremolina. Lo rodea. Lo abraza. Alza los dedos en señar de victoria. «¡Noroña presidente!», grita una mujer, con el puño en alto. «¡Sí!», contestan otros. Y más aplausos. Y más fotos. Y más pueblo, al andar del político que se despide intentando avanzar entre otro tumulto que lo acompaña paso a paso, mientras se apagan los rayos de la tarde.

Luis Alberto Rodriguez Angeles
Luis Alberto Rodriguez Angeleshttp://luisalberto.mx/
Periodista y escritor. Premio Nacional de Periodismo en derechos humanos "Gilberto Rincón Gallardo" 2009. Doctor en Investigación y Creación Literaria por Casa Lamm.

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