La primera mujer que creí escritora fue la tía Yolanda porque yo era niña y encontré su libreta con poemas populares. Me pareció algo muy bello y personal. Quién sabe si alguien más vio alguna vez esos textos porque las mujeres siempre hemos tenido que esconder nuestros pensamientos, anhelos y sueños porque nos pegan la etiqueta de cursis o califican nuestros textos como “horriblemente asquerosos de malos”. Así lo dijo un ¿funcionario?, ¿escritor?, del gobierno de México, el del tiempo de las mujeres.
Nadie nos puede decir que entendimos mal. El director del Fondo de CULTURA Económica lo pronunció con todas sus letras y sin ningún tipo de preocupación. Incluso en estos momentos, si se le cuestionara por sus declaraciones, quizá diría: “todo lo exageran esas locas”.
Es un historiador, profesor, conferencista, promotor cultural y un machista, cual escritor nacido en el privilegio que cuestiona a las mujeres en el oficio de teclear pensamientos en la computadora o con la pluma en mano porque no estudiaron posgrados de literatura o ni idea tienen de los géneros literarios, ya que sólo sabemos escribir del amor y el desamor.
En redes sociales LAS ESCRITORAS comenzaron una serie de protestas contra las declaraciones de Taibo porque queda evidenciado que aún no estamos en igualdad de condiciones. No recuerdo que ningún funcionario federal se atreviera a decir públicamente que El laberinto de la soledad, de Octavio Paz (vaca sagrada de los gobiernos) tiene párrafos horriblemente asquerosos de malos por los estereotipos con su visión cerrada (que han justificado por los tiempos que se vivían) sobre las mujeres, especialmente cuando refiere que somos “pasivas” ante los hombres “activos”. Si de poetas se trata.
O que Gabriel García Márquez es horriblemente asqueroso de malo por romantizar que un hombre adulto ame “apasionadamente a niñas y adolescentes”. Basta leer con atenciónDel amor y otros demonios o Memoria de mis putas tristes.
Si Paco Ignacio Taibo II no fuera el director del Fondo de Cultura Económica y fuera el señor de la tienda de abarrotes, bastaría con decirle unas cuantas cosas y me iría. ¿Pero qué clase de personas tenemos encargados de la difusión de las obras literarias?
Las mujeres que escribimos enfrentamos obstáculo tras obstáculo para lograr publicar, todas, pero principalmente las compañeras que la bandera guinda de Taibo dice representar y defender sus derechos. Las mujeres de abajo y que tiene la valentía de escribir.
Las mujeres que están en las montañas, las mujeres indígenas que escriben en su idioma, las maestras rurales, las mujeres presas, las mujeres maltratadas, las mujeres obreras, las madres de las y los desaparecidos, las mujeres que enterraron a otras mujeres víctimas de feminicidio, las abuelas y las tías que plasmaban sus sentimientos en libretas que luego ocultaban; las mujeres que crean sus propios círculos de lectura, las que se atreven a abrir editoriales independientes, por mencionar sólo algunas.
En México, en esta guerra por el derecho a llamarnos escritoras es obligatorio mencionar a Josefa Murillo que logró publicar de forma anónima en periódicos locales del siglo XIX bajos los seudónimos de Xóchitl, Tololoche y Matusalem porque, por supuesto, era reprobable que las mujeres expresaran opiniones literarias, políticas y sentimentales en público, era horriblemente asqueroso de malo hacerlo.
Gracias a todas las compañeras hidalguenses contemporáneas que de a poco y desde hace bastante vamos construyendo con las letras: Yanira García, América Femat, Enid Carrillo, Rosa Maqueda, Yosselin Islas, Irma Balderas, Elvira Hernández, Anaid Gálvez, Claudia Sandoval, Ilse Sánchez, Aida Padilla, Alma Santillán, Tania Martínez, Sinead Martínez, Danhia Montes, Perla Ibarra, Laura Esperanza, con quienes de alguna u otra forma he cruzado camino, más todas las que faltan.
Escribir es existir y debemos alzar la voz cuando deseen menospreciar nuestro trabajo. No por ser escritoras, sino por ser mujeres. Escribir fue, es y será siempre un acto de resistencia, escribir es un acto de protesta, escribir es olvidar las críticas, las burlas y la falta de creencia, escribir es luchar por no autosabotearnos, escribir es creer en la fuerza de nuestras palabras. Escribir es continuar la marcha, no importa cuantas veces nos juzguen, seguimos avanzando por las que vienen detrás de nosotras.



 
                                    
