por Alberto Buitre
La cumbre del G-20, justo antes de las elecciones, es el momento ideal para que Barack Obama susurre al oído de Felipe Calderón el nombre de quien lo ha de suceder en la Presidencia de México. La cuestión es ¿qué lo hará decidirse por Peña Nieto o López Obrador?
Por un lado, Obama sufre la presión del capital mundial sobre la economía estadounidense; pero que, no obstante, sigue estando en manos del dólar ante la volatilidad que sufre hoy la Eurozona. Y por el otro, la medida de la ambición personal de Obama quien sabe que para reelegirse en la Presidencia gringa deberá contar con la gran mayoría del voto latino.
Se podría afirmar que esas dos circunstancias representan a EPN y AMLO, respectivamente, sobre la premisa de que, en términos estrictos, ambos proyectos no amenazan el proyecto imperialista, fase global del capitalismo. Esto le ahorraría tiempo a Obama. El punto de quiebre es ¿qué quiere Barack para su futuro?
AMLO, Peña y los monopolios
Peña Nieto es el candidato del monopolio histórico. Su presidencia representaría el aseguramiento del paraíso fiscal que tanto ha servido para la instauración del capital y el saqueo de los recursos nacionales mediante el avance en la privatización de los recursos naturales. La joya de la corona: el petróleo. Los grandes monopolistas estadounidenses y del mundo están ávidos de cerrar el gran negocio que supone la desnacionalización del hidrocarburo. Ésta, de hecho, es una de las propuestas de Peña Nieto a la par de la instauración de un Estado religioso como se comprometió con los obispos mexicanos. Y si gana, a unos les cumplirá mediante la abolición del artículo 24 constitucional que impone el Estado Laico y los otros, con la “apertura” a la “inversión privada” en la exploración y explotación de pozos petroleros.
Y a pesar de la acepción jacobina de “izquierda”, AMLO trae consigo otros monopolios, adversarios de los que apoyan a su contraparte priísta. Mediante la integración a su gabinete de Miguel Torruco como secretario de Turismo y Juan Ramón de la Fuente como secretario de Educación, López Obrador alinea consigo al hombre más rico del mundo, Carlos Slim, consuegro del primero y amigo muy querido del segundo. Apoyo de ninguna manera despreciable pues Slim es uno de los principales capitalistas en Estados Unidos y gran influencia empresarial como socio mayoritario del New York Times, alfil mediático del Partido Demócrata de Barack Obama.
Slim es el prototipo del “empresario honesto” que busca AMLO a través de sus economistas keynesianos Fernando Turner (probable secretario de Economía) y Rogelio Ramírez de la O (Hacienda), a quien no le critica su práctica monopolista bajo la excusa de que “no es corrupto”, como si lo primero no comulgara con lo segundo, más aún, sabiendo que Slim se apoderó de Teléfonos de México por una ganga comprada a Carlos Salinas de Gortari, a partir de la venta de los sectores estratégicos nacionales. El resto es historia conocida.
Ya lo dijo el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), AMLO no es una amenaza para el sistema capital mexicano, estadounidense o mundial. Su propuesta económica simplemente se basa en la gestión del capitalismo sobre tesis keynesianas de asistencia social. Andrés Manuel es, de hecho, admirador del millonario filantrópico tipo Bill Gates. Así, y en todo caso, los empresarios tendrán que sujetarse a un nuevo estilo y a nuevas reglas; y sin embargo, aliados a Slim, todo les saldrá bien. Por ejemplo, López Obrador se ha declarado en contra de las nacionalizaciones y de hecho, se encargó de fustigar la medida soberana tomada por la presidenta argentina Cristina Fernández en la recuperación de la petrolera YPF. Un buen mensaje para quienes se ponen neuróticos ante la idea de soberanía sobre el patrimonio nacional. Con AMLO, no hay tal.
Gimme the power latino
Quizá por ello y a la par de su propuesta de “redención social”, en el marco de sangre que tiene a México postrado ante el narcotráfico y la corrupción política, AMLO es una opción real para los mexicanos votantes en Estados Unidos, románticos de la tierra pero admiradores del American Way of Life.
Están insertos en la segunda minoría más importante de EEUU, aun por encima de los afrodescendientes. En las elecciones presidenciales del 2008, Obama logró captar el 67 por ciento del voto latino y el intercambio entre ellos se basa en un sistema de lealtades con el tema de la regulación migratoria al centro. Pero hay un trasfondo. El voto latino tiene detrás a más de 12 millones de indocumentados, de los cuales, más de 6 millones 600 mil son mexicanos, según los informes del Departamento de Seguridad Interna estadounidense del año 2006.
Estimaciones de la Embajada mexicana en Estados Unidos se atreven a decir que para este 2012, la cifra alcanza los 29 millones de mexicanos, de los cuales, tan sólo 11 millones son legales. Personas que, aunque no votan, han demostrado capacidad política suficiente para desestabilizar el plano social gringo como así lo demostraron las marchas consuetudinarias del 2010 por una reforma migratoria y contra la ley SB1070 de Arizona. Esas voces fueron escuchadas en la Casa Blanca que, desde entonces, se toma más en serio el papel de los latinos. De manera que, si Obama quiere reelegirse y tener la fiesta en paz, deberá repartir bien el pastel.
¿Y con quién están los mexicanos en Estados Unidos? El último sondeo electoral del diario La Opinión de Los Ángeles nos dice que con Andrés Manuel López Obrador. El candidato del Movimiento Progresista supera en un rango de tres a uno a Enrique Peña Nieto. Hasta ahí, las cifras vierten luz sobre el camino a seguir por Barack Obama. De modo que el anuncio de la Casa Blanca de no deportar estudiantes indocumentados y otorgarles permiso de trabajo, realizado a un par de días de la cumbre del G-20, refleja que Obama sí está preocupado por su futuro político y quiere a los latinos de su lado. En ese sentido podría decirle a Felipe Calderón en Los Cabos que deberá ponerle la banda presidencial a su tabasqueño y acérrimo contrincante. Ya nos enteraremos en unos días.