Lo importante era ir. Atrás quedaban la casa, nuestros padres, la escuela. Sólo mirábamos lo que teníamos enfrente, un camino que abría sus brazos para cobijarnos y protegernos, pues al final sólo éramos unos escuincles huyendo del futuro que nos deparaba.
por Luis Ariel Ortega
Extraño mi vagabundo como los viejos atardeceres cayendo sobre esos enormes cerros que juntos mirábamos, ahí recostados en la hierba, contando cada segundo, cada minuto, antes de regresar a casa y escuchar las refrendas de nuestra madre. La pobre cómo hacía corajes cada vez que nos veía regresar con esos rostros manchados por la mugre que arrojaba la ardua jornada en bicicleta. Acuérdate de las escapadas por esos caminos de tierra suelta, rodeados de campos tapizados de verde y ese aroma que dejaban los aguaceros en el verano.
Éramos tú, Lázaro, el Gordo, Spanky y Miguel. Todos en su respectiva bicla. Vagando nomás porque sí. No importaba a dónde ir. Lo importante era ir. Atrás quedaban la casa, nuestros padres, la escuela. Sólo mirábamos lo que teníamos enfrente, un camino que abría sus brazos para cobijarnos y protegernos, pues al final sólo éramos unos escuincles huyendo del futuro que nos deparaba. En nuestras cabezas no cabían todavía los éxitos ni los fracasos. No había lugar para las historias de amor. No héroes. No villanos. Dios estaba bien en el cielo. El diablo en su agujero.
Y vagábamos todo el día, cual caballos salvajes corriendo por las colinas. A veces parábamos para robarnos los elotes de alguna parcela, o simplemente para tirar piedras en el viejo canal de aguas negras. O bien, para mirar cómo caía la tarde tras esos enormes cerros.
Era una época de inocencia. La vagancia era nuestro modus vivendi, siempre a bordo de esas viejas bicicletas que transportaban nuestros sueños y nuestras promesas de vivir por siempre. Sí, acuérdate que nos prometimos vivir por siempre.
¿Dónde están ahora esos caminos y sus lodazales? ¿El aroma de la tierra mojada? ¿Lázaro, el Gordo, Spanky y Miguel? Ese viento idiota transformado en tiempo se lo ha llevado todo. Maldita sea. El mismo viento idiota que se llevó al abuelo Felipe.
Cómo extraño mi vieja bicla vagabundo. Y el vocho rojo, la manota de mi padre en mi cabello, la manita de mi hermana camino a la escuela. La sonrisa de mi madre. Su sonrisa. Carajo, otra vez se nos abre ese hueco en el alma para recoger nuestros recuerdos.
Cierra tus ojos. Sólo cierra tus ojos. Ahí estás otra vez. Viviendo por siempre.