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viernes, julio 26, 2024

La política, expresión de la lucha de clases

El pueblo, la clase trabajadora, la gente que vive de su trabajo, los desempleados, campesinos, indígenas, mujeres y jóvenes, contarán y determinarán sólo a partir de su organización y de enarbolar programáticamente sus intereses, o como dirían los clásicos, a partir del momento de “constituirse en clase”. 

 

por Pável Blanco Cabrera

Con mucho gusto aceptamos la invitación de los compañeros periodistas de desdeabajo.org.mx para expresar las opiniones desde nuestra perspectiva ideológica, que es el marxismo-leninismo. Ellos honran la tradición democrática de la prensa independiente de nuestro país, nosotros intentaremos cumplir consecuentemente con esta expectativa opinando siempre con honradez, bajo argumentos clasistas, con el único ánimo de contribuir a la lucha ideológica en favor de la clase trabajadora con “el arma de la crítica”.

Retomamos el nombre de Entre la hoz y el martillo, una columna editorial que con regularidad apareció en El Machete, el primer periódico marxista de nuestro país y órgano central de la Sección Mexicana de la Internacional Comunista.

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La clase dominante, además del aparato estatal y todos los cuerpos de represión, sabe de la necesidad de la hegemonía ideológica y cultural para asegurar el poder. Para el marxismo, independientemente de la fachada que ella adquiera, la dominación burguesa es una dictadura de clase y la política un reflejo, una expresión de la economía.

El ciclo del capital, sus inevitables crisis, obligan a que la gestión de la economía y la política se altere, y adquiera distintas formas para asegurar la estabilidad. Pueden recurrir al terrorismo de Estado, a la reacción, al chauvinismo, tal como en los años que siguieron a 1929, donde el fascismo imperó en buena parte de Europa hasta que la fuerza del proletariado, representada por la Unión Soviética y su glorioso Ejército Rojo, logró después de una cruenta guerra que la bandera roja con la hoz y el martillo ondeara victoriosa en el Reichstag, el edificio de la cancillería donde despachaba el criminal Hitler. Posteriormente, para contener el avance de la clase obrera internacional y la posibilidad de victorias comunistas en Italia y Francia, el sistema imperialista recurrió al Estado de bienestar. En una perspectiva histórica, keynesianismo, fascismo, dictadura militar, neoliberalismo, estado benefactor, democracias más o menos restringidas y circunscritas estrictamente a lo electoral, etc. son todas formas políticas que han permitido a la burguesía asegurar su dominación perpetuando la explotación del trabajo asalariado, el despojo de recursos naturales y nuevos mercados.

En ese marco, la burguesía, el poder de los monopolios, puede construir la apariencia de un libre juego político con una competencia, una pluralidad, donde las diferencias están sólo en la forma de gestionar o administrar el Estado, pero con el claro compromiso de los competidores de mantenerlo, defenderlo, ser leales a él, bajo el disfraz de “defensa de la legalidad”, “democracia”, “institucionalidad”, “Estado de derecho”. Las disputas económicas intermonopolistas pueden hasta cierto punto dar mayor virulencia a esa competencia.

Si un monopolio se beneficia de regulaciones estatales, digamos por ejemplo en telecomunicaciones, se opondrá necesariamente a la competencia que puedan hacerle monopolios de otras nacionalidades; si un monopolio busca ampliar sus operaciones, digamos de la telefonía a la televisión, etc., obligadamente se confrontará con los monopolios que estén posesionados de esa rama. Así, todos esos monopolios buscarán expresarse políticamente con el fin de proteger y ampliar sus intereses.

En esta simulación el voto popular es secundario, porque la democracia no existe. El pueblo, la clase trabajadora, la gente que vive de su trabajo, los desempleados, campesinos, indígenas, mujeres y jóvenes, contarán y determinarán sólo a partir de su organización y de enarbolar programáticamente sus intereses, o como dirían los clásicos, a partir del momento de “constituirse en clase”.

En México, la sucesión presidencial del 2012 fue una clara muestra de la disputa intermonopolista y de la alineación de los grupos del capital en torno a uno u otro candidato. Los Videgaray, los Bejarano, pueden ocupar los encabezados de periódicos y noticieros pero son secundarios en tanto que las contradicciones de fondo son en otro terreno y los escándalos de corrupción palidecen frente a los verdaderos intereses en juego. Así por ejemplo el Sr. Slim, partidario de la gestión keynesiana, del proteccionismo estatal en materia de telecomunicaciones y de un tercer canal de televisión, descartó ya en Montevideo una crisis política en México, a pesar de que su candidato fue impedido del triunfo por segunda vez, y se mostró dispuesto a continuar con las “inversiones de sus empresas, sin distinción del partido que llegue a los distintos niveles”, enfatizando que “las inversiones en el país no se realizan con base en la temporalidad de los gobiernos, ya que son de largo plazo”.

A partir del Primero de Diciembre, la mayoría de los monopolios cerrarán filas en torno a Peña Nieto; las pugnas propias del proceso de centralización y concentración, crecimiento y crisis serán veladas, en marcos legales, esperando las resoluciones de instancias como la Cofetel, legislaciones, acuerdos, pactos, etc. y esperarán al siguiente proceso electoral para definir la nueva correlación. Pero no sólo existen contradicciones intermonopolistas, hay otra contradicción fundamental en nuestra sociedad: la que existe entre el capital y el trabajo.

Ninguna gestión capitalista en el marco de la crisis está exenta de cargar los costos a los trabajadores, para salvar al capital desvalorizando el trabajo: aumentar la jornada laboral, disminuir los salarios, más impuestos al trabajo, reducción de la seguridad social, afectación a las jubilaciones y pensiones, destinar fondos públicos al recate de la quiebra de las industrias y de los bancos.

Desde la crisis inmobiliaria, más de 800,000 trabajadores han ido al desempleo en México, masivamente se afectó el trabajo de los emigrantes y el consecuente envío de remesas; el poder adquisitivo del salario vino en picada, acrecentando los problemas de la familia trabajadora; aumenta la pauperización, y lejano a las llamadas metas del milenio, en México ha crecido el número de compatriotas por debajo de la línea de pobreza extrema.

Desde el punto de vista objetivo, en el conflicto socioclasista no existe una fuerza organizada antagónica al poder de los monopolios, sino varias fuerzas dispersas, procesos sociales en gestación. Pero la misma situación se acelerará cuantitativamente y cualitativamente forzada por el mismo ciclo capitalista. Por decenas de miles se reforzarán las filas de los destacamentos militantes que se orienten por posiciones revolucionarias y que actúen consecuentemente. El mundo del trabajo se volcará a la lucha y una potente fuerza clasista vendrá a ser determinante en el curso de la lucha de clases en México.

Necesaria es la intervención del partido comunista para desarrollar las condiciones subjetivas. Que grandes masas de trabajadores asuman que llegó el momento de cambios profundos en el país, en el sentido de alterar las relaciones de producción, arrebatándole a los burgueses la propiedad de los medios de producción concentrados para socializarlos y planteándose el necesario Estado proletario, un poder obrero y popular.

Quienes sueñen con limitar la lucha política a los tiempos electorales viven en total equivocación, pues la correlación de fuerzas se construye por fuera de esa limitada temporalidad y en su contra.

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