La vida se me fue en abrir los ojos.
Morí antes de darme cuenta.
Lo vi alguna vez hace mucho tiempo. En algún lugar. Bueno, la verdad es que fue en la Biblioteca de Balderas. Me apena decirlo pero sí, también llegué a ir a ese lugar a dizque hacer tareas. Ahí andaba cuando casualmente en una de las salas estaba él, impartiendo una conferencia o taller o algo parecido. Me llamó la atención porque días antes había leído esa novela corta de la que tanto hablaban los profesores en la Universidad. Así que entré para ver qué pasaba, total en esa época no tenía prisas de nada y nadie me esperaba en casa.
Me sorprendió encontrar un lugar semivacío, con poca iluminación y un fuerte olor a humedad, pero sobre todo a un auditorio ausente, aburrido. A leguas se notaba que no entendían ni pito de lo que el hombre que tenían enfrente les decía. El poeta hablaba de literatura, citaba autores, escenarios, lugares… en fin, era mucha paja para tanto escuincle que seguramente estaba ahí por la pura convicción del punto extra. La realidad es que yo tampoco entendía nada. Y aún así me senté a escucharlo hasta el final.
Salí del lugar y tomé el metro en dirección a los Indios Verdes. Ya saben: el gusano naranja repleto a tope. No terminaba de maldecir mi suerte de viajar en metro cuando percibí que el poeta viajaba conmigo en el mismo vagón. Ahí estaba entre la multitud tratando de sostenerse de algo o alguien. Era un hombre sencillo, o al menos eso decía su saco gris y viejo, su morral café y esas enormes gafas de abuelo. Y bueno, su viaje en metro. Llegué a pensar en ayudarle pero al llegar a La Raza el gusano vomitó a la mayor parte de su multitud. Él tomo asiento y sacó un libro. Seguro estaba tan ensimismado en su lectura que no le daba importancia a uno de sus zapatos con la agujeta desatada, ni que había tomado la dirección equivocada, pues al llegar a Potrero salió rápidamente buscando ayuda.
Hoy lo recuerdo porque el poeta ha muerto. José Emilio Pacheco. El gran José Emilio Pacheco. Narrador, cuentista, ensayista. Poeta al fin. Ese hombre sabio que lo mismo conmovía con historias infantiles a la vez que ponía en evidencia a la clase política con sus mordaces artículos periodísticos. Pacheco era un escritor excepcional. Nadie parecido a él en la actualidad. Con la cualidad de construir una compleja novela como Morirás Lejos, como de escribir esa historia de amor que todos quisimos tener de niños: Las batallas en el desierto.
Pero ante todo fue un poeta. Un poeta que habló del tiempo, la historia, la vida, la muerte. Un tejedor de sueños e ilusiones. Sigo pensando/ que es otra cosa la poesía:/ una forma de amor que sólo existe en silencio,/ es un pacto secreto entre dos personas,/ de dos desconocidos casi siempre.
Como hubiese querido decirle aquella vez que sus libros me han hecho feliz, que gracias a sus poemas entendí que el poeta está hecho de sueños, que es un eterno viajero. Le hubiese dicho que Madreselva es el cuento más tierno que leído. Pero no, era un muchacho pendejo que nada sabía de su obra. Al menos debí decirle “maestro, tiene una agujeta desatada”.
Cómo vamos a extrañarlo. A este país que se desangra día a día y camina sin rumbo fijo le harán falta sus palabras, sus versos, su presencia.
Hoy lo veo otra vez saliendo del vagón del metro, apresurado, buscando a donde ir y no volver.