Suben y bajan calles escarpadas con sus hijos(as) rondándolas como pajarillos; son mujeres que a primera vista aparentan más edad, usan ropa cómoda y peinados que me son completamente familiares porque son los que diariamente uso: cabello suelto o una coleta a la que, entre tanto movimiento, a veces se le terminan saliendo cabellos por la parte de la frente o a los costados. Tampoco suelo ver maquillaje en esos rostros que, al observar detenidamente, revelan juventud en su mirada y risa, pero que definitivamente manifiestan la dureza del contexto en que les ha tocado vivir, maternar.
Inicié las siguientes entrevistas asumiendo que escucharía muchas quejas e historias de sufrimiento, pero lo que encontré fueron tres jóvenes mujeres que han sabido sacar fortaleza hasta de abajo de las piedras a pesar del evidente contexto de pobreza, abandono escolar y baja escolaridad, falta de acceso al empleo remunerado ¡incluso falta de tiempo de ocio! y de herramientas para el autocuidado, como individuas; también tras padecer violencia obstétrica, negligencia médica y falta de servicios de salud integrales, entre otros.
¿Que forman parte de la estadística de madres adolescentes? Sí. Dieron a luz justo después de la fecha en que incrementaron los embarazos en adolescentes en Hidalgo, que fue entre 2000 y 2011 según la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) basada en las estadísticas sobre natalidad del INEGI.
En el reporte denominado “La infancia cuenta en México”, Redim demostró que mientras la tasa de niñas con embarazo a los 10 años disminuyó, la de adolescentes entre 15 y 17 años incrementó. En el año 2000 contó con 3 mil 890 casos; la cifra incrementó en 2011 con 4 mil 410. Esto revela que en Hidalgo, durante 11 años existieron 50 mil 170 embarazos en menores de entre 10 y 17 años.
Alondra
Alondra tiene 23 años y se convirtió en madre cuando tenía 16, en 2012. Me la imagino recordando con picardía sus propias mentiras piadosas al ritmo de “Antología”, tema de su cantante favorita: Shakira; mentiras dichas para tener los primeros encuentros sexuales con su novio.
Ignoraba que el inicio temprano de su vida sexual tendría como consecuencia la expulsión definitiva de esa casa
Ella me cuenta que todo era diversión, una forma de escapar de la casa de sus padres donde había problemas de dinero, restricciones para salir y para entablar amistad con varones, especialmente por parte de su madre, que era “muy regañona”. Ignoraba que el inicio temprano de su vida sexual tendría como consecuencia la expulsión definitiva de esa casa. “Me fui por presión de mi mamá, porque me entregué antes a mi novio y eso para ellos [madre y padre] estaba mal. Ya no tuve opción. Los problemas eran cada vez peores, dinero no había, entonces decidí: ya mejor me voy a vivir con él [su novio]”, me dijo Alondra.
Viviendo con su novio, Alondra resultó embarazada. En ese momento, la noticia causó alegría a ambos, también a su madre, padre y hermanos. Hasta entonces el enamoramiento lo abarcaba todo. Ese primer embarazo no se logró; al poco tiempo de dar la noticia, una hemorragia dio aviso de un aborto espontáneo.
El siguiente embarazo sí llegó a término. Alondra vivió todo eso que no nos cuentan a las mujeres acerca del embarazo: cambios físicos y psíquicos, la lactancia, el puerperio, procesos que ignoraba por completo. Tiempo después vino el segundo hijo.
Lamenta no aprender más debido a que no hay quién cuide de sus hijos
Actualmente tiene una niña y un niño cuyos cuidados recaen principalmente en ella a pesar de vivir con su pareja. No pudo continuar sus estudios más allá de la secundaria; se dedica al trabajo en el hogar y lamenta no aprender más debido a que no hay quién cuide de sus hijos. A pesar de ello, cuando le pregunto si quisiera volver a embarazarse me dice que sí, pero que un problema de salud se lo impide, aunado a que usa el DIU.
Intento profundizar en la parte difícil de la maternidad y Alondra me cuenta que lo más complicado ha sido educar a sus hijos, y que lo que más le gusta es abrazarlos, ser parte de su vida y crecimiento.
Dice que quisiera apoyo económico y que ojalá hubiera tenido más información acerca de cómo sería el proceso de convertirse en madre. Reitera que, aunque ha sido difícil, lo volvería a hacer.
Nayeli
Nayeli tiene 26 años. No pudo continuar el segundo semestre del bachillerato técnico y comenzó a trabajar en una papelería con su madre, ya que ésta se encontraba enferma y la familia tenía problemas económico
No se hablaba de sexualidad, como que no se consideraba muy importante
Le pregunté acerca de su vida antes de convertirse en madre y de cómo era la relación con sus progenitores, si se hablaba de sexualidad en casa. Me contó que casi no salía a menos que fuera con sus padres o amigos de la iglesia. Y que, a pesar de algunas diferencias con su padre y madre, la relación siempre fue buena. Sobre la sexualidad dijo: “No se hablaba de eso, como que no se consideraba muy importante”.
Cuando ya tenía 20 años, en 2013, Nayeli se casó con su actual pareja y llegó a vivir a La Raza; un año después se enteraron de que estaba embarazada. Dos años después vino su segundo hijo (tiene ahora 4 años), las terapias que requiere por su condición de discapacidad, no permiten que Nayeli trabaje fuera de casa. Aunque tiene una buena relación de pareja, la crianza recae en ella pues su esposo pasa la mayor parte del tiempo fuera para conseguir un ingreso familiar que de todas maneras no alcanza.
Juntos decidieron emprender un negocio de fotografía que avanza lentamente y en ocasiones consiguen despensas para alimentar a sus pequeños.
Ella me dice que convertirse en mamá cambió muchos aspectos de su vida, principalmente el laboral, pues siempre le gustó trabajar y ahora no puede hacerlo como antes, tampoco estudiar, pues no hay nadie más en quien pueda apoyarse para el cuidado de sus hijos.
Casi puedo señalar con plena certeza que fue víctima de negligencia médica
Cuando le pregunto por los momentos más difíciles de su maternidad, ella me responde que la lactancia y ver internados a sus hijos; el mayor por una enfermedad no muy grave, el segundo durante su nacimiento, donde casi puedo señalar con plena certeza que fue víctima de negligencia médica. Nayeli relata: “Recuerdo que cuando fui a revisión ya que tenía dolor y ya estaba en los últimos días. Me informaron que el corazoncito de mi hijo no latía bien, que tenían que checar el líquido para ver si estaba bien; si éste salía verde significaba que tendrían que hacerme una cesárea. Cuando vieron que el líquido era verde empezaron a prepararme rápidamente. Recuerdo muy bien que eran 7:15 cuando entré a revisión y 7:30 él ya estaba afuera de mi vientre. Para mí fue eterno; cuando lo sacaron no lloró ni respiró, no se movía. Vi cómo trataban de reanimarlo y yo no podía cargarlo; solo le daban 24 horas de vida. Eso creo que es la parte más difícil que me ha tocado como mamá”.
Al recordar este pasaje de su maternidad, expresa que ojalá los doctores se hubieran dado cuenta de cómo venía su hijo para intervenir antes. No puedo dejar de pensar en mis consultas en las instituciones públicas de salud donde, si bien te va, te revisan dos veces durante todo el embarazo porque los médicos cancelan citas a diestra y siniestra y ¡ah! te revisan muy superficialmente.
Cuando le pregunté acerca de las estrategias implementadas para disfrutar la maternidad, ella respondió “Pues es amar con todo el corazón a mis pequeños, disfrutar de cada uno de los momentos que pasamos juntos. Aunque siempre ando a las carreras con muchas actividades, doy lo mejor de mí para que mis hijos se sientan bien, que sean felices. Cuando ellos son felices, también lo soy yo”.
Laura
Laura tiene 28 años, es trabajadora doméstica y vende productos por catálogo, aun así, sus ingresos no alcanzan para brindarle mayor bienestar a su familia ni a sí misma. La primera vez que se convirtió en madre tenía 19 años, en 2010. Conoció a su pareja en el trabajo. Tras cinco meses de relación, comenzaron a vivir juntos. Sin embargo, durante su embarazo, su pareja se mostró mentiroso e infiel, lo cual hizo que Laura decidiera terminar la relación, pues no quería que su futura hija viviera esas situaciones. Aunque lo quería demasiado, según sus propias palabras, decidió dejarlo. Él, el padre de la que efectivamente fue una niña, no se hace cargo de ella hasta la fecha.
Aunque informó al personal del Hospital de la Mujer de Pachuca que ya no podía más, la ignoraron hasta que escucharon su deseo de irse
Casi seis años después, Laura tuvo a su segundo hijo con su actual esposo. Le indujeron el parto a pesar de que el bebé estaba ya coronando. Aunque ella informó al personal del Hospital de la Mujer en Pachuca que ya no podía más, la ignoraron hasta que escucharon su deseo de irse; entonces el doctor levantó la sábana y gritó a la enfermera que ya iba a nacer el niño.
En el esfuerzo por pasar a la plancha sin ayuda de las enfermeras, su pequeño salió, motivo del médico para regañarla a ella y no a su personal. Además, Laura sufrió un desgarro parcial, mismo que el médico suturó sin anestesia, diciéndole una y otra vez que dejara de llorar. Ella ya había tenido un desgarro con su primera hija, mismo por el que tuvieron que reconstruirle el ano.
La violencia obstétrica, aunada al puerperio y su falta de un cierre real con su antigua relación, desató en ella una fuerte depresión que duró cerca de tres años. Su matrimonio también se vio afectado, “Peleábamos por todo”, dice Laura.
Acumulaba cosas que no necesitaba, no podía tirarlas y en mi casa ya no se podía caminar. Siempre estaba desordenado y yo no me bañaba por semanas.
Me cuenta que decidió ir a terapia una vez que a su hermana la enviaron al psicólogo. Ahí, escuchando algunas pláticas, supo que también necesitaba ayuda. En ese tiempo «acumulaba cosas que no necesitaba, no podía tirarlas y en mi casa ya no se podía caminar. Siempre estaba desordenado y yo no me bañaba por semanas. Como no salía, no me importaba”, relata.
Estuvo en terapia en el Hospital de la Mujer durante un año, mismo tiempo que fue medicada. Después, por falta de recursos para pagar su transporte, no pudo continuar.
Le pregunté qué le hubiera gustado o le gustaría saber, vivir o tener para ejercer la maternidad más plenamente; responde “Me gustaría que no hubiera violencia obstétrica, tener herramientas para darles una mejor vida a mis hijos, cursos en horarios donde los niños estén en la escuela para poder asistir y aprender algo más”.
Al indagar en cómo se encuentra emocionalmente ahora, de inmediato responde que necesita volver a terapia “Últimamente no me he sentido bien, me da mucho miedo, me da taquicardia, no puedo respirar, siento que me voy a morir en cualquier momento y me da mucho miedo. Intento respirar, pero no he podido ir [a terapia]”.
Las constantes que encontré fueron el abandono escolar o baja escolaridad, falta de acceso a un empleo remunerado y de tiempo cedido por otras personas para el cuidado de los menores
Pienso en estas tres historias e identifico diversas situaciones que vulneran los derechos humanos de las mujeres y que, en este caso, impiden el ejercicio pleno de la maternidad. Las constantes que encontré fueron el abandono escolar o baja escolaridad, la falta de acceso a un empleo remunerado y algo que me pregunto si el Estado puede dar y si la sociedad quiere dar: tiempo para cuidados de los(as) menores.
De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública, en 2012, un embarazo o haber tenido un hijo era la cuarta causa de deserción escolar en jóvenes de 15 a 19 años.
Por otro lado, en materia de ingresos, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo al cuarto trimestre de (2017) y la Cuenta Satélite de Trabajo No Remunerado en los Hogares de México (2015) del INEGI, el ingreso por hora trabajada de 7 millones de mujeres casadas y con hijos(as) asciende a 27.5 pesos, cifra 17.4% inferior a los 33.2 pesos que ganan las mujeres casadas sin hijos(as) y 3.9% menor a los 28.6 pesos que gana como media un hombre casado.
57% de las mujeres afirma que han renunciado a un trabajo por ser incompatible con la maternidad
Esto es a escala nacional; sin embargo, a escala mundial se cuenta con estudios como el realizado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra, España, que afirma que el 57% de las mujeres afirma que han renunciado a un trabajo por ser incompatible con la maternidad.
En el tema del tiempo, según INEGI (2015), las mujeres en Hidalgo dedican 48.36 horas a la semana al cuidado de los(as) menores; los varones dedican 22.95, resultando una brecha de 25.41 horas.
Tras leer éstas cifras y las historias de Alondra, Nayeli y Laura, reitero la necesidad de tener un proyecto de vida, educación sexual e incluso, quizá, como proponen madres de países europeos, hasta una renta básica para las familias los primeros tres años de vida de los(as) niños(as), especialmente para personas como ellas que viven en contextos vulnerables, que no partieron de una posición de privilegio en esto del maternaje.
Falta una pieza en el rompecabezas: los padres
Me pregunto también que ocurrió entre 2000 y 2011 qué hizo que los embarazos se incrementaran en Hidalgo. No me parece casualidad que las cifras se hubieran elevado con la entrada del nuevo milenio. Por otro lado, falta una pieza del rompecabezas: los padres.
Urge una revisión del contexto en que las mujeres maternan y establecer derechos diferenciados de acuerdo con las diversas necesidades de cada mujer, de cada familia. Esto beneficiaría a mujeres como Alondra, Nayeli y Laura, pero también a sus hijas e hijos, pues como escribiera la doula Adriana Ordoñez «una madre sólo puede ofrecer un vínculo seguro cuando tiene un entorno que la nutre, la apoya y la acompaña». ¿Cuántas madres contamos con ese entorno? ¿Cuáles son las consecuencias de no tenerlo para esas madres y montones de generaciones? Reitero que estamos paleando la violencia en sus estadios más tardíos, no en su origen.
Durante el año pasado, en Hidalgo se registraron ocho mil 50 adolescentes que tuvieron un hijo entre los 15 y 19 años; mientras 212 niñas de 10 a 14 años fueron madres. Según la activista y amiga Tania Meza, Pachuca, Tulancingo, Tizayuca, Huejutla y Acaxochitlán son los municipios donde se elevan las cifras.