Hace una semana estuve en un círculo de bendiciones para una querida amiga embarazada, en el cual una de las mujeres presentes, que también es madre, le dijo: “Estás a punto de conocer el amor verdadero”.
A muchas personas, especialmente a quienes no tienen descendencia, esto puede sonarles a cliché, a una exageración. A mí me sonaba así antes de convertirme en madre. Hoy entiendo que hay conocimientos que solo se adquieren con experiencia, al “encuerparlos” o cuando se tiene suficiente sensibilidad; quizá por eso es tan difícil entender lo que se siente por un hijo o hija y la manera en que transforma la vida de muchas mujeres y hombres para siempre.
El amor a un hijo puede ser motor para emprender luchas y búsquedas épicas
El amor a un hijo puede ser motor para llevar una vida más saludable, para sacar lo mejor de una misma, aprender cosas nuevas, realizar actividades que no creíamos que llevaríamos a cabo e incluso emprender luchas y búsquedas épicas como la de las Madres de la Plaza de Mayo, conocidas a nivel mundial, o como las de las madres y padres de los estudiantes de Ayotzinapa y las de la Red de Madres Buscando a sus Hijos, en México, de cuya existencia me enteré ayer a través de Gregoria.
Eran cerca de las 7:00 de la noche y Gregoria llegó al lugar acordado. Me pareció una mujer algo tímida, pero muy cordial, tiene una mirada dulce y una sonrisa pequeña. Le expliqué el objetivo de la entrevista y comenzamos a charlar después de que llegaron nuestras bebidas.
Supe que tiene 48 años de edad, que trabaja en un puesto ambulante fuera de una escuela de la cuidad de Pachuca y que se convirtió en madre por primera vez a los 17. Fue hasta siete años después que tuvo a su segundo hijo: Gustavo. Inmediatamente la conversación giró hacia él. Me contó que fue un hijo muy esperado, muy deseado. El motivo de postergar tanto ese segundo embarazo, fue que ella y su esposo deseaban tener mayor estabilidad económica; entonces, cuando la noticia del embarazo llegó, ambos la recibieron con mucha alegría. “Yo me la pasé tejiendo; ponía su gorrito, su suéter y su pantalón y pensaba: ya nada más me falta mi bebé. Todo lo de mi bebé yo lo confeccioné”, afirmó.
Él esperado bebé nació cuando Gregoria tenía 10 meses de embarazo. Los doctores pronosticaban algún tipo de retraso mental o su muerte debido a que había sobrepasado por mucho las 40 semanas de gestación. Gregoria pidió que la intervinieran en el Hospital General y lo consiguió.
El pequeño nació con un leve problema en la piel y en los pulmones, por lo que estuvo en incubadora una semana; Gregoria ya casi no tenía líquido amniótico y su placenta quedó pegada en el interior de su útero tras el parto. En el intento por sacarla, los médicos la lastimaron bastante. Recuerda que, al contarle a su madre todo lo que había vivido, ella le dijo “El hijo que más duele es por el que más se sufre”. “Nunca pensé que sus palabras se harían realidad porque sigo sufriendo; Gustavo no está”, me dijo Gregoria.
Describe a su hijo como el bebé más bonito del hospital y sonríe. Dice que al crecer se tornó muy fuerte, y que era un niño reservado pero cariñoso. Agrega que las vacaciones de agosto siempre las pasó con él, recorriendo varios lugares; que le gustaba, o le gusta, mucho el agua y el mar.
Gregoria continúa describiendo a Gustavo y hace un esfuerzo por corregirse y hablar de él en presente. Yo decido hacer lo mismo en solidaridad con ella.
Actualmente Gustavo lleva 12 años, 8 meses y un día fuera de casa
Pregunto a qué edad desapareció y responde que a los 12 años siete meses, y que actualmente lleva 12 años, 8 meses y un día fuera de casa. La desaparición ocurrió cuando el adolescente salió de la secundaria; sus compañeros contaron que los dejó en el paradero de sus transportes y luego no supieron de él.
Debía llegar a las 8:00 de la noche; no lo hizo. A las 9:00 ella y su esposo salieron a buscarlo y posteriormente contactaron a sus compañeros. Nadie pudo darles información que les diera alguna pista.
Le pregunto cómo ha sido la búsqueda para ella y su familia y me cuenta que al inicio todos lo buscaban, pero que poco a poco se fueron alejando y dejaron de buscar. Ella, su esposo, su hija y sus hermanos continúan buscando, éstos últimos por medio de Facebook, mediante la difusión de la ficha.
Pregunto por las autoridades que la han apoyado en Hidalgo y dice “Aquí no hacen nada, no hay apoyo, por lo menos yo no lo he tenido. Son indolentes, nos tratan como delincuentes y nos revictimizan. Al principio, lo que yo investigaba era lo mismo que me decían. Aquí realmente no he visto ningún avance. Ahora con la Comisión Estatal de Búsqueda veo una luz de esperanza, pero yo tuve que irme a CDMX para que me hicieran pruebas de ADN y la progresión de edad de Gustavo”.
Me cuenta que acudió a la Fiscalía General de la República aproximadamente a los tres días de la desaparición de Gustavo, pues recibió una llamada de la Asociación Mexicana de Niños Robados y Desaparecidos, quienes le dijeron que podían ayudarle. Lo hicieron dando mucha difusión de la ficha de su hijo a nivel nacional. Esto fue así por cinco años, pero ninguna autoridad se involucraba.
Yo vi el boom de las desapariciones cuando entre 2012 y 2013 se hizo una marcha
“Al inicio nos juntábamos pocas personas. Yo vi boom de las desapariciones cuando entre 2012 y 2013 se hizo una marcha. Ahí vi que éramos más quienes buscábamos a nuestros familiares. Empezamos a agruparnos. Cuando te adhieres a un colectivo hay más apoyo, se puede presionar a las autoridades”, dice.
En ese momento se unió a la Red de Madres Buscando a sus Hijos, de CDMX, liderada por Leticia Mora, quien recuperó a su hija tras dos años de estar desaparecida y tras insistir, pues en un Semefo afirmaban que la niña no estaba, ya que la tenían registrada con datos erróneos; pero cuando ella (Leticia) entró, la reconoció por la ropa que compartían.
A través de la Red, las madres buscan audiencias con las autoridades y reciben atención por parte de la Fiscalía de Búsqueda. Ahí realizan mesas de trabajo y búsquedas en vida, es decir, acuden a reclusorios, psiquiátricos y Semefos. Cuentan con un asesor jurídico, a quien le comunican las ideas que tienen y él facilita la ejecución de las mismas.
Gregoria ha hecho búsquedas por los estados de Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Oaxaca, CDMX e Hidalgo, donde está a punto de acudir a un último lugar: Villa Ocaranza. Dice que la burocracia entorpece mucho el trabajo de la Red de Madres y que a veces dan por realizada una búsqueda basada en las características físicas que tenía la personal desaparecer e incluso en su nombre original, mismo que pudo ser modificado, así como las características físicas haber cambiado con el tiempo.
Gustavo me necesita. Y si regresa va a decir ¿Qué hiciste todo este tiempo para encontrarme?
Cuando le pregunto qué es lo que más le mueve a continuar su búsqueda después de más de una década, responde sin chistar: “Que Gustavo me necesita. Y si regresa va a decir ¿Qué hiciste todo este tiempo para encontrarme?”.
Al hablar sobre el lazo entre ella y las madres de la Red, me dice “Ahí somos familia, podemos reír y llorar sin sentirnos juzgadas. Yo me siento muy bien”. Especifica que la búsqueda es de mujeres pues los hombres tienen que trabajar, lo que me hace pensar en las limitaciones que tienen los éstos para ejercer su paternidad por estar sujetos a los estereotipos de género que los posicionan como los principales proveedores en la familia. Cuando su esposo acude a las búsquedas, pide a un compañero que cubra varios turnos para después reponerlos. Sin embargo, decidieron que es mejor que ella acuda, pues puede permitirse flexibilidad para poner o no su puesto. Su matrimonio es sólido, hay mucho apoyo. Ella afirma convencida que de no ser por la desaparición de Gustavo, serían la familia más feliz del mundo.
Me doy cuenta que el costo económico de buscar a su hijo ha sido alto, ella y su esposo gastaron todo lo ahorrado para que su hija pudiera ir a una universidad privada en caso de no quedar en la pública. Más allá esto, Gregoria me cuenta que su esposo tiembla desde entonces y que ambos viven con miedo y ansiedad constantes. Menciona que incluso siente que cuidan demasiado a sus nietos, pero es por el temor a que les ocurra lo mismo que a Gustavo.
Lo tengo que encontrar, no se lo pudo haber tragado la tierra
Al cuestionar acerca de si ha recibido algún tipo de apoyo psicológico, ella responde que recientemente sí, pero que no sabe si le servirá pues vive un duelo que no termina, que está suspendido. “Mucha gente se cansa; no sé si se resignan, yo no podría hacer eso. Lo tengo que encontrar, no se lo pudo haber tragado la tierra. Era un niño, ahora ya tiene 25 años. A estas alturas de la vida, ya digo: como sea pero tengo que encontrarlo porque eso me daría la paz que no tengo”.
Actualmente, Hidalgo no cuenta con una Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y hace falta acercar información a las familias de desaparecidos para mostrarles cómo proceder en caso de vivir una situación como la de Gregoria.
Ante la indiferencia de una sociedad que, como dice Gregoria, piensa en las madres de desaparecidos(as) en términos de “pobrecitas”, parafraseo a Galeano: mujeres como ella son un ejemplo de salud mental porque se niegan a olvidar en tiempos de amnesia obligatoria, pero también de amnesia voluntaria, esa que permite seguir viviendo cómodamente.