Érika Rodríguez Hernández se convirtió en candidata del PRI a diputada local por el distrito de Actopan, región que comprende su tierra natal, San Agustín Tlaxiaca, y cinco municipios más. Aceptó la nominación propuesta por los liderazgos del priísmo con una condición: sólo ser aspirante por mayoría, sin aparecer en las listas plurinominales. Es decir, Rodríguez Hernández rechazó llegar al Congreso local por la puerta fácil y sostuvo que, de obtener una curul, sería ganando su propia elección. Se trata de una decisión valiente. Siendo presidenta estatal del Revolucionario Institucional y habiendo tenido un éxito rotundo en la conducción de las pasadas elecciones municipales —al otorgarle a su Partido 32 de las 84 alcaldías, levantando al PRI del desastre heredado en el 2018—, la dirigente tenía todo el merecimiento para asegurar su lugar como candidata por representación proporcional. Pero no quiso. Por ética, congruencia y valor político. De modo que, mientras otros oscuros personajes se arrogan para sí, sus amigos y familia, los puestos pluris en el Congreso federal, Érika Rodríguez brinda el ejemplo a su Partido y recuerda lo que ella misma ha consignado: «la autoridad política se gana y no es un derecho de sangre»