. (Recientemente ganador del Premio Hidalguense de Cuento “Ricardo Garibay”, el también poeta oriundo del municipio de Tepeapulco, Hgo., autor de “Tio Vivo (Caminar sin irse)”, Diego Castillo Quintero, se integra, a partir de esta colaboración, a la rica lista de colaboradores de la Agencia Libre Desde Abajo. Junto con las diversas memorias y pensamientos que conforman este colectivo de información alternativa, la creación literaria encuentra un exponente magnífico para el quehacer del libre pensamiento; por eso, la coordinación de este esfuerzo, se enorgullece y felicita a nuestr@s lector@s, pues encontrarán en las líneas de éste tepeapulquense un mar abierto de sensaciones a través de sus textos.)
…
Hoy, que me dirijo a un funeral, me doy cuenta de que no tengo ropa adecuada para una ocasión como ésta. El negro riguroso no me resulta usual; color de luto y de duelo. ¡Ay, muerte, por qué viniste! Tu fidelidad es sorprendente.
Por Diego Castillo Quintero / Desde Abajo *
Hoy, que me dirijo a un funeral, me doy cuenta de que no tengo ropa adecuada para una ocasión como ésta. El negro riguroso no me resulta usual; color de luto y de duelo. ¡Ay, muerte, por qué viniste! Tu fidelidad es sorprendente.
Voy tarde. Tremenda falta de respeto. Espero que no me pase igual cuando se trate de mi propio sepelio: a éste procuraré llegar a tiempo. Subo al autobús que me lleva a Tepeapulco. Me gustan los viajes, así que aguardo y añoro por el sitio adonde me acarreará la muerte en sus brazos. Por la ventanilla miro la carretera y recuerdo los muertos que tiene mi familia, recuerdo lo triste que estaba mi madre cuando su padre falleció. Aquella vez no escribí nada acerca del suceso. Se trataba de mi primer difunto, y no pude plasmar en papel la desdicha de esos días.
…
Qué poéticas son las campanas cuando suenan por los amores de esta muerta. ¿Dicen “adiós”, “no te vayas”, “llévame contigo”? Mientras el ataúd sale por el portón de la parroquia, las campanas lloran más que los deudos; después suena el mariachi.
Así inicia la terrible procesión rumbo al panteón. Quedan atrás el parque, el ayuntamiento, varias calles y algunos rezos por Anita. Su nieta, Araceli, es a quien vine a visitar. Pero ella va más adelante, justo detrás de la carroza fúnebre.
Mujeres bajan la mirada, hombres se descubren la cabeza y levantan el sombrero como señal de respeto por la fallecida. Mostramos caras largas; los músicos interpretan canciones de la vida y a todos nos duele más la muerte.
…
Anita, y la multitud que la sigue, es recibida a la entrada del camposanto por el presidente municipal, quien espera con un traje negro y una pequeña comitiva. Anita pasa de largo en su ataúd y no le hace caso; ya quiere descansar.
Ara tira una que otra lágrima… Yo estoy absolutamente mudo, viéndola desde algunos metros atrás. Repito: absolutamente mudo.
El ataúd avanza por un pequeño pasillo que va a dar a su descanso final. Junto con el resto de personas, busco un camino entre cruces y montones de tierra de otras tumbas porque hay mucha gente.
Llego a corta distancia de la fosa de Anita, aunque no puedo verla, porque Ara, sus hermanos, padres y demás familiares la rodean.
Araceli está parada ahí, con una dignidad tremenda; la miro por encima de los hombros de los músicos. Ya no llora. Permanece de pie entre sus allegados; le noto, entre las vueltas de su reboso oscuro, una fuerza que me abruma. Entre ella y yo se mueven, tasajeando el aire, los arcos de los violinistas del mariachi, que no paran de tocar mientras un par de hombres cubre con tierra a Anita: las canciones, sin importar las frases que expresen, se despiden de ella. Sobre el sepulcro se colocan adornos y coronas florales que ostentan listones con nombres de familias que conocieron a esta mujer. Vemos a la tumba convertirse en primavera.
La música hace una pausa para permitir que la señora Laura, la madre de Araceli, nos dé sus agradecimientos entrecortados por la pena. Solamente dice en voz alta “gracias por acompañarnos”, pero con esas sencillas palabras me hace sentir como si se me detuviera el corazón.
…
De repente, mis ojos no encuentran a Ara por ninguna parte. La busco en los rostros de los concurrentes al entierro. Me figuro que, tal vez, quiso esconderse de tanto sepultado en este panteón, entonces ella aparece por mi costado izquierdo. La abrazo, porque no puedo hacer más. Le pido perdón por haber llegado tan tarde. Araceli y sus ojos enrojecidos, donde hoy no noto mi reflejo.
Estamos detrás de los violinistas del mariachi, sin embargo, no escucho, no sé si tocan y cantan; sólo la abrazo. Luego me despido, beso su mejilla, ella sonríe levemente, de nuevo la estrecho. “Ya me voy”, le digo al tiempo que mis brazos la sueltan. Otra vez camino entre las tumbas para salir del cementerio; ella vuelve con su familia, a pararse junto a su abuela Anita.
Remordimientos:
puedovolarsoyelectrico@hotmail.com
* Ganador del Premio estatal de cuento Ricardo Garibay 2007. Mención honorífica en el Concurso nacional de cuento Carmen Báez 2006. Ganador del primer Concurso Ruidoso de Cuento Breve 2006. Ganador del Primer concurso de cuento Mónica Lavín 2005, del altiplano hidalguense (Tepeapulco, Tlanalapa, Apan, Emiliano Zapata y Almoloya)
Los comentarios están cerrados.