. A lo que he vivido desde hace diez minutos puedes decirle como gustes, rara epidemia de maricas (como lo llamaron las autoridades de Estados Unidos en 1982), la cólera de dios (como atinadamente le designaron los médicos y enfermeros que atendieron a los primeros pacientes en 1981, en Atlanta), la pandemia de los siglos XX y XXI (como lo califican algunos medios de comunicación), VIH/SIDA o simplemente, el fin… mi fin.
Por Tania Meza Escorza /Desde Abajo
Mi vida fue otra a partir de ese día. No lo habría imaginado. Pensé que un cambio radical en cualquier existencia era anunciado por un halo de luz, por música infernal o por un destello intermitente. Pero no.
Ni siquiera eso fue como dicen en las películas. No fue el amor, no fue el odio, no fue el dinero, ni la primera luz del día. Lo que transformó mi vida fue una pústula morada.
Y luego otra… y otra… y otra.
Sarcoma de Kaposi, el inicio. Lo siguiente: la duda, el terror, la decisión de venir a hacerme la prueba de sangre, el resultado que ahora tengo en las manos.
A lo que he vivido desde hace diez minutos puedes decirle como gustes, rara epidemia de maricas (como lo llamaron las autoridades de Estados Unidos en 1982), la cólera de dios (como atinadamente le designaron los médicos y enfermeros que atendieron a los primeros pacientes en 1981, en Atlanta), la pandemia de los siglos XX y XXI (como lo califican algunos medios de comunicación), VIH/SIDA o simplemente, el fin… mi fin.
No me sirve ahora saber en qué terminó la disputa por saber si el verdadero descubridor del retrovirus es el francés Luc Montaignier o el estadounidense Robert Gallo. Tampoco es consuelo saber que millones de personas murieron el año pasado y que otros tantos millones nos infectamos recientemente (¿perteneceré a la estadística de este año o a la del anterior?, ¿o del anterior al anterior?)
A los poderosos nos les ha importado en todo este tiempo ¿por qué pienso que podría importarles ahora? ¿Por qué podría esperar que los rumores sean ciertos y que la cura esté ya encontrada, pero que los grandes consorcios de la salud deseen seguir vendiendo a precio de oro la medicina para el control?
Si a mí no me interesó ni siquiera pensar que podría contagiarme ¿por qué habría de interesarles a ellos? ¿Podré esperar a que este primero de diciembre la directiva de la Organización Mundial de la Salud anuncie el nuevo plan mundial para erradicar el VIH, como siempre prometen?
Más de 50 millones de personas viven actualmente con el virus, dicen las cifras internacionales (¿será verdad?)
Más de 200 mil infectados en México, dicen las cifras nacionales (¿será verdad?)
Cada minuto, cinco personas en el mundo se infectan (¿será la jodida verdad?)
¿El VIH que en mí navega se convertiría en SIDA mucho antes de que apareciera la primera pústula, o en el momento en que esta maldita mancha corrugada comenzó a inundar no sólo mi cuello, sino mi vida completa de pus morado?
“Usa condón durante el acto sexual”, “no compartas jeringuillas”, “cuidado con las transfusiones”… Sí, sí, ajá… me lo sé de memoria ¿cómo no saberlo si me lo repiten en todas partes? Pero ¡carajo! ¿Cómo lo negocio?, ¿cómo hago que él no me deje si le exijo condón?, ¿cómo…? ¿Cómo hago ahora para seguir?
Una maldita respuesta. Una, nada más, y que no sea “positivo” como dice este jodido papel que acaban de entregarme…
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