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miércoles, abril 24, 2024

[LA HORA JAZZ] Jorge Reyes, el sonido de los dioses

. Su corazón estaba muerto, su alma era el único ente que percataba el fin de un hombre, el jaguar ahora convertido en espíritu negociaba con Tláloc, con Quetzlcoatl, con todos los dioses, para que le permitieran seguir siendo hombre, pero aquel jaguar sintió el viento de navajas y supo que su misión había terminado.

Por Jesús Ángeles / Desde Abajo

A la izquierda del colibrí, junto a esa luna llena de tristeza y desahogo, lo vi morir. Era el último jaguar tolteca sobreviviente en pleno siglo XXI, el último Dios que decidió fugarse para siempre de la tierra azteca; lo vi morir en un sueño incandescente, parecía un hombre normal, como cualquiera que se sienta en un escritorio en altas horas de la noche para recapitular un plan, un libro, una canción, una poesía.

Estaba sentado, miraba atentamente una libreta, con su mano derecha jugaba con un lápiz y así estuvo horas hasta que quedó quieto.

Su corazón estaba muerto, su alma era el único ente que percataba el fin de un hombre, el jaguar ahora convertido en espíritu negociaba con Tláloc, con Quetzlcoatl, con todos los dioses, para que le permitieran seguir siendo hombre, pero aquel jaguar sintió el viento de navajas y supo que su misión había terminado.

Fuiste una buena persona en la tierra – le decían los dioses al Jaguar – te convertiste en el único Dios que trasmitió su sabiduría a través de la música, nunca olvidaste a tu hermana la naturaleza y eso te convirtió en un verdadero hombre. Hoy dejarás de llamarte Jorge Reyes, para ser recordado como “Tloque Nahuaque, el dios de la música”.

Fue ahí donde el jaguar se desprendió de un cuerpo, saliendo de sus manchas las alas más grandes que mis ojos hayan visto, un unicornio negro-anaranjado con colmillos que se elevaba bajo la luz de la luna.

El nuevo jaguar volador empezó a mezclarse con las nubes, se despedía de sus hijos, de su esposa, de todos sus amigos que creyeron en él, sabía que era la última vez que podría verlos, sabía que era el mejor momento para decirles adiós.

Mientras volaba, su tristeza se dejaba notar en sus ojos y, fue tanto su ahogo, que derramó por todo el valle un agua cristalina. La tierra estaba húmeda, su alma estaba viva.

Cuando estaba a punto de ocultarse, Tloque Nahuaque se sentó en una nube y converso con las montañas, el discurso había comenzado:

“Esto no es una crónica de castas, es un manera de decirle adiós a mi sombra Empol. Amo esta tierra que me dio la oportunidad de caminar sobre ella, amo a su gente que forma el teatro más grande del universo, pero sobre todo, amo su sonido de cual el hombre creo la música.

Extrañaré el sonido de los violonchelos, de las mandolinas, los caparazones de tortuga y del caracol, el progreso del jaguar cuando baila al ritmo del Chacmol; al colibrí cantar mientras la guitarra suena, extrañaré el mundo fantástico que me permitió decir que los dioses no han muerto.

Echaré de menos lo que fue Jorge Reyes para mí, el mejor instrumento para decirle a mi madre tierra que los sonidos son inextinguibles, que los ruidos pueden convertirse en la mejor melodía si dejamos que se escuchen, que los árboles, el agua y los animales son los mejores compositores y de ellos hay que aprender mucho. El universo es un mar de sonidos, depende del hombre que puedan ser escuchados.

El sonido es concebido como el ropaje sonoro de una revelación, vinculo entre el cielo y la tierra, entre lo humano y lo divino. La música es como un mitológico conjuro que encarna la creación de todas las cosas visibles e invisibles. Adiós mi acompañamiento.”

La magia existió en ese momento, no me cabía duda que el era el Dios de la música, no me quedó más remedio que unirme a su lluvia y sentir el vuelo de sus alas mientras su alma se alejaba lentamente. La luna cerró sus ojos, las nubes le abrieron paso para poder perderse en el infinito. Cuando eso sucedió, no me quedó otra cosa más que despertar.

A la mañana siguiente y con los ojos abiertos recordé mi sueño, en mi recuerdo apareció el nombre de Jorge Reyes, reí, lo dejé en un simple sueño.

Cuando me levanté fui en busca del periódico, lo miré y en un encabezado decía: “En un sueño terminó la vida del etnomúsico Jorge Reyes”.

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