Por Pablo Vargas González / Desde Abajo
En poco tiempo, los hidalguenses están poniendo una atención inusitada al futuro proceso electoral que se efectuará en julio para renovar los poderes locales (ejecutivo y legislativo). Por una parte, los embrollos para conformar una alianza opositora y por otra los procesos internos en el PRI para designar a su candidato. Ambas cuestiones están a punto de definirse, puesto que los tiempos se han ido quemando sin cesar.
En este último aspecto, destaca el calendario del PRI, los líderes del tricolor han señalado como fecha fatal para dar a conocer la designación de su candidato será el 20 de febrero del año en curso. Otro dato significativo es que se efectuará por medio del método tradicional de “Designación en convención de partido”, que estará integrada por delegados y representantes corporativos de los sectores.
Todo hace suponer que la designación se efectuará de acuerdo con los “cánones” establecidos en décadas atrás, con el propósito de evitar fracturas y desgarres ante un contexto de posible contienda competitiva con sus opositores. Ante los lineamientos establecidos desde el cuarto piso del palacio de Gobierno de la Plaza Juárez, los precandidatos se encuentran, simplemente a la espera de que salga el “humo blanco” que provendrá del edificio de la calle de Insurgentes de la ciudad de México.
Los pretendientes y pretendienta no han podido presentar sus propuestas, si es que las tienen, para poder ofrecer una propuesta a sus correligionarios y a los electores. Aunque se han presentado ante los medios de comunicación, y el gobernador Miguel Osorio ha hecho giras, ha presenciado informes y ha hecho entrega de obras en regiones, que resulta un verdadero escaparate para los aspirantes, en general la orden fue al viejo estilo de Fidel Velásquez “El que se mueva no sale en la foto”.
Tal parece que la política parece congelarse en el tiempo. A pesar de que hablamos ya de una política del siglo XXI ciertos procesos parecen permanecer inmutables, sobre todo el objeto de “controlar” e “inmovilizar” las diversas manifestaciones políticas.
Este procedimiento que está siguiendo el PRI recuerda los momentos estelares que tuvo en la conformación histórica de la hegemonía partidaria. En la sucesión presidencial de 1958, cuando era presidente Adolfo Ruiz Cortínes. Con el antecedente de la elección presidencial de 1952 que se produjo una de las escisiones más fuertes al interior de este partido y en la cual el la presenció directamente, tuvo que imponer mecanismos restringidos de participación.
Según Don Daniel Cossío Villegas en su celebre libro “Sucesión presidencial”, los precandidatos no podían mostrar su interés por la candidatura; deberían esperar los tiempos y “la línea” del Gran Elector y del partido. Los precandidatos estaban “tapados”. De tal modo que el proceso transcurrió en círculos privados, se hacían consultas pero eran cerradas. Simplemente la militancia quedo aislada sin poder participar.
De ahí que cuando se dio a conocer al abanderado del PRI -López Mateos- se acuñó el término de “destape” como forma de designación que hizo el presidente y los líderes del PRI. Esto dejó su huella en los siguientes sexenios, y quedo como ejemplo del autoritarismo presidencial.
El “destape” de candidatos desde los círculos cerrados del poder quedó como modelo coyuntural de una época, donde las circunstancias definieron la calidad de las instituciones políticas, el grado de desarrollo de las prácticas internas de los partidos y el alcance de la cultura cívica de los ciudadanos.
En la lista de los ocho precandidatos hay propuestas e ideas que hasta el momento se encuentran ocultas y que por el control férreo sobre la sucesión local no es posible conocer. Al saber el ritual del destape y la cultura de la lealtad, donde solo uno es el “válido” algunos se quedarán con las ganas de difundir su proyecto. Muchos militantes esperarían ser consultados, y tratar el procedimiento con política moderna, participativa e incluso democrática, del siglo XXI.