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viernes, julio 26, 2024

El fin de la inocencia

por Pedro González Munné

La parada de ómnibus estaba prácticamente vacía para una tarde de domingo, pero un grupo la llenaba con sus voces. A mi entender eran demasiado jóvenes para la botella de ron que a esa hora pasaban de mano en mano y sobre todo para sus estridentes ropas, compradas en alguna tienda de descuento, reflejo de la moda marimbera de los peores barrios de Miami y no para su aspecto.

En la espalda limpia y tersa de una de ellas, Yusivan -entendí que la llamaban- relucía la costra de un tatuaje chabacano y multicolor de lo que pretendía ser una rosa, evidentemente mostrada como prenda de orgullo adolescente.

Mi mirada se cruzó con otro joven, de bata blanca y pesada mochila quién respondió sin pregunta: ¡No es fácil! No, no lo es. No lo ha sido para los o­nce millones de cubanos de la isla y para los que viven fuera del país, sufriendo en carne propia el derrumbe del campo socialista con la consiguiente interrupción de la ayuda y el comercio preferencial que prácticamente paralizó a Cuba llevándola a la solución terapéutica e imprescindible de congelar su economía en la búsqueda de la supervivencia.

Pero eso es historia antigua, la sociedad cubana avanza por momentos, y aunque para quienes viven inmersos en la realidad cotidiana -no siempre fácil-, no son evidentes esos pasos, cada día llueven buenas noticias, no al nivel de las superproducciones de plátanos de las que no se ha librado la prensa cubana, sino por ejemplo la del regreso de los maestros a las aulas.

El drenaje de profesionales hacia otras actividades más productivas y de supervivencia, así como hacia la capital y otras zonas urbanas y en casos mayores al extranjero, pudo ser la causa del descenso en la extraordinaria calidad tradicional de la educación cubana teniendo como consecuencia un incremento en la proliferación de los Yusivanes.

Esta nueva o nda de aspirantes a marimberos, reflejo de sus parientes balseros de la otra orilla, míseros sobrevivientes urbanos en el sur de la Florida, parten de las maletas cargadas de los desechos de la sociedad norteamericana, portadas por las oleadas de familiares que vienen -con sus honrosas excepciones- a buscar su minuto de gloria pavoneándose de una fortuna que nunca poseerán en los Estados Unidos.

El ejército de la educación, la estructurada sociedad cubana a través de sus organizaciones de masas y sobre todo, un pueblo educado y responsable, pueden enfrentar eficientemente este reto, esta nueva agresión foránea, ahora de chabacanería y estímulo a la desobediencia social, cuya erradicación sería erróneo ver corro un ataque a la libertad individual.

No, no es una tarea fácil, ni tampoco nueva, estos males le dan la bienvenida al desarrollo al pueblo cubano, en el umbral de una transformación hacia una sociedad más avanzada, en la cual el egoísmo y en cierta manera las diferencias sociales -de cada cual y a cada cual según…- son un precio a pagar por su interacción con el mundo moderno.

Son las consecuencias, ya no del encuentro con el extranjero, con el turista o el hombre de negocios provenientes de una realidad diferente, sino con los inmigrantes que regresan cargados de baratillo y lentejuelas, producto de su propia cultura de barrio pobre de recién llegado y su propia carencia económica que sólo le permite llegar a la mala copia de sus ilusiones.

Tal vez no nos guste mucho la idea del desarraigo, pero la inmigración en los tiempos modernos es un mal necesario de las diferencias entre las economías de los países y es también un arma en la erosión de inteligencias entre ambos mundos, donde las superpotencias como Estados Unidos obtienen cerebros baratos con el simple hecho de seleccionar en un país educado como Cuba, a los mejores que se deciden a treparse a la maroma de la aventura.

Las famosas loterías de visas promueven cada año el arribo de miles de núcleos familiares sospechosamente blancos, desde un país mayoritariamente mestizo, pero con escogidas profesiones, expedientes médicos y hasta antecedentes familiares para promover su asentamiento, lo cual hace el sueño de cualquier burócrata del Servicio federal norteamericano de Inmigración y Naturalización (INS).

Un sólo aspecto complica el cuadro idílico: la Ley de Ajuste Cubano. Sobreviviente de tiempos áridos de la Guerra Fría, es una rendija por la cual entran en los Estados Unidos miles de cubanos ilegalmente, por fronteras, costas y aeropuertos, burlando el proceso de análisis del INS y proporcionando los miles de conflictos que hoy acosan a los sistemas legales y las fuerzas de policía del sur de la Florida.

La estimulación de la deserción no es una fórmula nueva en esta guerra no declarada de cuatro décadas y ha causado la muerte a miles de personas en las aguas del estrecho, aparte del arribo de muchos indeseables a las costas de la Florida, como bien saben los la que predican en las o ndas, la propaganda y los contactos familiares en la isla, dándoles luego la espalda cuando no tiene remedio su rompimiento con la patria.

Es triste pero real el espectáculo cotidiano en el sur de la Florida de ciertos de jóvenes frustrados al esfumarse el espejismo de El Dorado, de la vida fácil en la Yuma y es bochornoso su llanto en antesalas de abogados y oficinas de viajes a la isla, pidiendo un retorno imposible.

Ante tantas ideas no vi llegar el ómnibus, pero seguí al bullicioso grupo y presencié a la joven -¿Yusivan?- sonreírle al joven de bata blanca cuando éste le cedió galantemente el paso en la puerta

El fin de la inocencia ha llegado, pero la esperanza está en la raíz, en la siembra maravillosa de cuarenta años de idealismo. Será tal vez la hora de extirpar los abrojos.

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