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viernes, julio 26, 2024

La patria de un malparido

La historia de Fausto en el Dia de la Bandera. Recordando el infierno patriótico que le hicieron vivir en la escuela, vuelve el espíritu reformatorio de su abuela para recordarle que su desprecio por la enseña nacional tiene un nombre en la voz de José Martí. Todo, a causa de una fotografía que le resulta de lo más irónica.

por L. Alberto Rodríguez / DESDE ABAJO

"...aquello de la “Bandera tres colores”, resultó para Fausto la alegoría de cadalso". Foto: Google Images

Una señora cargando dos pesadas bolsas de mandado, atravesaba la plancha del Zócalo capitalino. El sol despuntaba como a las cinco y media. Corría driblando los charcos y las ventiscas que al centro de la ciudad, toman fuerza de entre los callejones y hielan los rostros de los que caminan. Un piquete de soldados salía de Palacio Nacional con la bandera cubierta de una lona negra. Marchaban a la ceremonia de izamiento, mientras aquella marchanta apuraba el paso llegando al fondo de la plancha. Al parecer el fotógrafo había intuido la escena y no dudó en acercarse a lo inminente. Al día siguiente, la imagen no requería mayor pie: Al tono de la corneta, la mujer bajó sus bolsas y con el pecho erguido, llevó su mano derecha al corazón, haciendo el saludo civil al lábaro patrio.

Fausto miró el periódico con esa fotografía en portada. Lo llevó del porche hasta la sala, buscó unas tijeras y recortó la imagen. Dejó el ejemplar en su oxidada mesa de centro y volteó unos pasos hasta su escritorio. De un cajón sacó un pedazo de diurex y pegó el recorte en el muro de las cosas que le resultan irónicas de la vida, y que encuentra a montones en las páginas de los diarios.

Reconoció el gesto. En su escuela, los profesores sindicalistas parecían obsesionados con enseñar las canciones y desfiles patrióticos que iban de la entrada al recreo y del recreo a los salones, mientras yacía la tortura del sol sobre las cabezas de los pequeños alumnos. Así entonaba: “Bandera, de tres colores/ Yo te doy mi corazón / Te saludo mi bandera / Con respeto y con amor”; en tanto el calor hacia brotar sudor amargo manchando de mugre el cuello de su camisa blanca.

Por eso aquello de la “Bandera tres colores”, resultó para Fausto la alegoría de cadalso. Primero porque su profesora le tendía castigos en medio de la plancha del colegio, haciéndolo carne para el escarnio de los inclementes rayos solares y de sus compañeros a los que oía burlase desde los ventanales. Además estaba el mástil que no sombreaba ni uno sólo de sus brazos, y si se atrevía a obedecer la orden de su maestra sobre mirar fijamente a la bandera mientras recitaba, podía descontar que la luz solar le quemaría las retinas, dejándolo ciego por el resto del día. Y no conforme, tras la tortura patriótica, en casa lo esperaba su abuela para reclamarle la asquerosidad en la que había terminado su uniforme; que si no sabía lo que costaba lavar a mano todos los días; que si era un cabrón egoísta y cosas por el estilo, para, acto seguido, dejarlo sin comida hasta las siete.

– Patria, la mierda – masculló.

Después la culpa lo hizo recordar la voz profunda de su abuela reclamándole el verso de José Martí: “Mira Fausto, los que no tienen fe en su patria son hombres de siete meses”. Se sentó agotado en la silla frente a su escritorio. El eco de esa mujer parecía perseguirle aún con 11 años de muerta y ahora lo acusaba de malparido.

Fausto, harto de penas, pensó en retirar aquella foto y tirarla junto a los resquicios de su fervor nacional, que de por sí no eran tantos. “Si alguien ha de tener fe en su patria, seguro no son los que le rinden más fidelidad al pinche Presidente que a su bandera”, pensó. Entonces desgarró el papel y de un solo jalón, acabó con el rostro de la señora, sus bolsas, los soldados, el piso del Zócalo y el cielo amaneciendo. Sólo quedó ilesa la parte de la bandera, que también se fue a la basura.

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