Este 06 de agosto se cumplieron siete años del inicio del juicio por Daño Moral que en mi contra y la de Miguel Ángel Granados Chapa, Libraria S.A. de C. V., Miguel Ángel Porrúa, Enrique Garnica y Héctor Rubio Traspeña, enderezó Gerardo Sosa Castelán. ¡Cómo han pasado los años! Yo mismo, en el octubre anterior ya tuve que hacer maravillas para acomodar 70 velitas en mi pastel y ahora, en el séptimo aniversario de la demanda ya no sé “cómo festejar”. Pero todo, absolutamente todo, ha de tener un final y este juicio marcado de muy diversas maneras no queda exento.
por Alfredo Rivera Flores
Este 06 de agosto se cumplieron siete años del inicio del juicio por Daño Moral que en mi contra y la de Miguel Ángel Granados Chapa, Libraria S.A. de C. V., Miguel Ángel Porrúa, Enrique Garnica y Héctor Rubio Traspeña, enderezó Gerardo Sosa Castelán. ¡Cómo han pasado los años! Yo mismo, en el octubre anterior ya tuve que hacer maravillas para acomodar 70 velitas en mi pastel y ahora, en el séptimo aniversario de la demanda ya no sé “cómo festejar”. Pero todo, absolutamente todo, ha de tener un final y este juicio marcado de muy diversas maneras no queda exento.
Fue en el mes de agosto del 2004 cuando recibimos la notificación y ahora, igualmente en agosto, pero siete años después, encontramos en la página de internet de la Suprema Corte de Justicia que nuestro caso se resolverá el día 10 del presente.
Era tan trivial, superficial y mal planteada la demanda, que pensamos en aquel entonces, se trataba simplemente de un asunto de trámite en el que al poco tiempo el aparato de justicia nos daría la razón. Nuestra seguridad derivaba de la convicción de haber escrito solamente sobre hechos públicos y notorios. Hemos reiterado una y otra vez que jamás nos inmiscuimos en la vida privada de los actores. Incluso, dejamos fuera del libro –cosa que nos fue criticada “por ser muy tibios”– hechos de conocimiento generalizado, pero de los que recibimos versiones distintas y que no pudimos comprobar.
Esta misma semana el Sol de Hidalgo, en su sección “El Sol hace 25 años”, publicó:
“Un grave atropello protagonizaron siete u ocho jóvenes en estado de ebriedad, quienes atacaron a la popular cantante Yuri en su habitación del Hotel La Joya, en Tulancingo, y a punta de pistola la obligaron a bailar y desnudarse. Los humillantes hechos ocurrieron ayer, alrededor de las 22:30 horas, cuando siete u ocho pandilleros no identificados se introdujeron al lugar donde estaba la artista”.
Este hecho acaecido el 1 de agosto de 1986 y protagonizado por integrantes de la Federación Estudiantil fue del conocimiento de toda la ciudad, pero no fue fácil precisar los nombres de los vándalos que participaron. La dificultad no derivaba del afán de los protagonistas por esconder la verdad, sino todo lo contrario, uno y otro de los pseudoestudiantes presumían el haber sido el “actor principal” en el ataque.
Y así hubo una y mil historias más. Algunas se quedaron fuera del libro, otras más surgieron durante el desarrollo del prolongado juicio. Pero decíamos, esta semana el asunto llegará a su fin. De resultarnos denegada la justicia recurriremos a las instancias internacionales, no con la necedad de quien no quiere reconocer la derrota, sino con la tenacidad que impone el afán de que la libertad de expresión no sea coartada y que los culpables de entonces sean señalados ahora, como los pillos que siempre fueron.
En el caso de recibir un fallo adverso, mi esperanza es que usted coincida conmigo en que ello no desvanece en nada el hecho real, concreto, comprobable, de que en Hidalgo durante tres décadas la Universidad Autónoma del Estado y la sociedad hidalguense misma fueron violentadas por el porrismo; que ese porrismo fue encabezado por las sucesivas representaciones de la Federación de Estudiantes Universitarios y que el capo mayor de ese organismo fue, ha sido y tememos que seguirá siendo, Gerardo Sosa Castelán.
El libro La Sosa Nostra, porrismo y Gobierno coludidos en Hidalgo narra pasajes infaustos de esa organización estudiantil y del líder que la encabezó. Ahí está y ese es un testimonio socialmente necesario. No nos sentimos simplemente satisfechos de haberlo publicado, sino que estamos orgullosos de no haber dejado en el anonimato y por ende en el olvido, las tropelías de un grupo de desadaptados. Si ello ha contribuido a evitar que se repitan esos hechos aciagos y si el juicio que hemos afrontado mantiene abiertas las puertas del Derecho a la Información, nos damos por bien pagados.